Libertad M., periodista
Todos hemos visto cómo, desde hace una década, un alegre y multicolor logo aparece, prolijo, en los lugares más variopintos: en patrocinios bancarios, eventos deportivos, carteles de charlas diversas, libros de texto, acompañando los emblemas de los colegios oficiales de médicos y abogados, en las solapas de políticos y personalidades del mundo entero en forma de pin, incluidos monarcas…
Esa circunferencia representa los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y las 169 metas de la Agenda 2030, una estrategia adoptada el 25 de septiembre de 2015 por los 193 Estados Miembro de la Organización de las Naciones Unidas con sede en New York. El concepto de sostenibilidad fundamenta el sentido de una hoja de ruta que, en una lectura somera, nadie moralmente correcto rechazaría de entrada.
Según reza la web de la ONU “La nueva estrategia regirá los programas de desarrollo mundiales durante los próximos 15 años. Al adoptarla, los Estados se comprometieron a movilizar los medios necesarios para su implementación mediante alianzas centradas especialmente en las necesidades de los más pobres y vulnerables.”
Mariano Rajoy, entonces presidente del Gobierno del Partido Popular, suscribió la Agenda en nombre de España. Para establecer la estrategia política y el Plan de Acción que debía empezar a aplicarla por estas tierras, Rajoy creó en 2017 un Grupo de Alto Nivel al frente del cual se dispuso al embajador en Misión Especial para la Agenda 2030 Juan Francisco Montalbán.
Después de la moción de censura que dio el Gobierno al <<socialista>> Pedro Sánchez, una de las primeras medidas del Consejo de Ministros fue aprobar el “Plan de Acción para la Implementación de la Agenda 2030: Hacia una Estrategia Española de Desarrollo Sostenible” en cuya elaboración participaron, aparte de todos los Ministerios, “las Comunidades Autónomas, Entidades Locales y organizaciones representativas de la sociedad civil”.
Así, en 2018, el Alto Comisionado para la Agenda 2030 pasó a depender directamente de Pedro Sánchez. Curiosamente, fue en enero de 2020 cuando, tras los tira y afloja para formar su nuevo gobierno con Podemos -el partido político nacido del 15-M-, Sánchez decidió crear un inédito ministerio, el de Derechos Sociales y Agenda 2030 para España, y designó como máximo responsable a Pablo Iglesias Turrión -sí, ese hombre que se supone estaba en las antípodas del programa del PSOE, su Régimen del 78 y la casta-. Tras la espantada de Iglesias en 2021, el cargo fue asignado a Ione Belarra, y, a día de hoy, en el último gobierno conformado en noviembre de 2023, el encargado principal de hacer realidad los 17 ODS en España es Pablo Bustinduy de la formación Sumar.
¿Tan importante es la Agenda 2030?
Haremos aquí un pequeño inciso, por aquello de contextualizar. En 2015 sólo habían pasado 7 años desde la implosión del capitalismo de Monopoly con la crisis del 2008, y apenas un cuarto de siglo desde la caída del Muro de Berlín, símbolo de la oposición capitalismo versus socialismo nacida del final de la Segunda Guerra Mundial.
Recordemos que la experiencia del fascismo, con epicentro en Europa pero de alcance mundial, fue alimentada por los grandes oligarcas estadounidenses e ingleses. Recordemos también que la respuesta totalitaria respondió a un capitalismo en crisis, crack de 1929, que poco podía ofrecer a los pueblos excepto la guerra permanente, un imaginario enemigo interno y el control estatal para la expansión belicista con el fin de expoliar tierras y recursos ajenos. Recordemos que la derrota del nazismo no significó la condena real de sus arquitectos y ejecutores sino que, muchos de ellos, fueron asimilados en países como Canadá, Argentina, España, Estados Unidos o Suecia y que algunos pasaron a ser parte de la estructura de poder de organizaciones supranacionales como la OTAN (Adolf Heusinger), la ONU (Kurt Waldheim), o la Comisión de la Unión Europea (Walter Hallstein). Recordemos que el compromiso de respetar la integridad de los seres humanos se selló con la proclamación en 1948 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el de no experimentar con las personas sin consentimiento libre e informado con el primer tratado de bioética, el Código de Núremberg. Con ambos, se trataba de limitar la acción de los estados sobre los individuos gracias al reconocimiento de derechos individuales inalienables. Asimismo, de evitar volver a justificar en aras del Bien Nacional o Común, tanto el Holocausto y la eugenesia como los genocidios colonialistas de los siglos XIX y XX.
Volviendo a 2008. El malestar de los pueblos ante la brutal desposesión ejecutada por la banca, los recortes y la austeridad impuestos, se había materializado en forma de respuestas organizadas en todas partes y con distintas formas. El sistema económico y su máximo dirigente, USA, se habían descarado como fallidos, sin futuro, creadores de desigualdades sociales inasumibles, de una deuda insostenible para los estados que habían seguido sus políticas monetarias -véase Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial y Reserva Federal-. De esos tiempos es la famosa advertencia austericida e inhumana del FMI liderado por Christine Lagarde que proponía rebajar las pensiones “por el riesgo de que la gente viva más de lo esperado”.
Aquello propició una cada vez más consistente contestación al imperialismo estadounidense y sus soluciones por parte de los ciudadanos y también de estados emergentes. Algunos, como China, despegaron en la década siguiente aunando capitalismo y control estatal basándose en la innovación tecnológica.
La cuestión es que 2015, con su acuerdo mundial de sostenibilidad mediante la Agenda 2030, supuso una especie de final o paréntesis a aquellos años convulsos. Poco a poco, subrepticiamente y sin que nadie lo hubiera sometido a debate democrático, todos los políticos, medios de comunicación de masas y grandes empresas de casi todos los países comenzaron a hablar un bonito lenguaje común con palabras como sostenibilidad, economía circular, transversalidad, transición verde, ecologismo, equidad, cambio climático… Y en los países occidentales, pero también en otros lares, tomaba fuerza el discurso de la diversidad, la identidad, etc. El mundo era de colorines, una feria y una especie de trampantojo porque las opciones de futuro, estabilidad, certidumbre y desarrollo de las nuevas generaciones pendían peligrosamente del alambre. Aunque pocos lo querían ver.
Y llegó 2020 con su pandemia mundial
Sí. Definitivamente fue en el año 2020 cuando la Agenda 2030 se reveló públicamente como la guía rectora de las políticas desarrolladas por gobiernos de todo el mundo. De repente, nuestra salud no era sacrificable por la economía pese a que la sanidad pública llevaba años siendo desmantelada, la educación de calidad y emancipatoria aniquilada y que, entre los académicos y la intelectualidad se había fraguado una especie de discurso derrotista y antihumano que señalaba al crecimiento mundial y la aspiración a la mejora del niveles de vida poblacional como un problema global.
No en vano, mientras nos mantenían encerrados en nuestras casas porque un virus mortal nos podía matar (sic), Pedro Sánchez pronunció el siguiente discurso a raíz de su participación en una reunión telemática de la ONU: “Hoy, en el marco de la 75 Asamblea General de las Naciones Unidas, he participado en la Reunión de Alto Nivel sobre Financiación al Desarrollo. Allí he propuesto celebrar una Cumbre en 2021 donde podamos renovar el compromiso global con la Agenda 2030 y acelerar las transformaciones necesarias para su cumplimiento. Porque la pandemia no puede alejarnos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Al contrario, estos han de guiar nuestros esfuerzos para salir más fuertes de la emergencia sanitaria, económica y social que vivimos. Aprovechemos la oportunidad para invertir en un futuro diferente y construir así una globalización justa, segura y sostenible.”
Cuatro años después de la declaración de pandemia mundial por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se puede afirmar que quienes salieron más fuertes fueron los gobiernos con su experiencia de acumulación de poder en base a emergencias. Y que la erradicación de la pobreza, el primero de los ODS, está más lejos que nunca de ser una realidad. Así, el último informe de Oxfam concluye que “La riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos ha pasado de 405.000 millones de dólares en 2020 a 869.000 en la actualidad”, y que “El capitalismo sigue en plena forma, sólo el 0,4% de las 1600 empresas más grandes e influyentes del mundo se comprometen públicamente a pagar un salario digno a sus trabajadores”.
A estas alturas, no es complicado darse cuenta de que la Agenda 2030 fue una especie de pacto, una declaración de intenciones disuasoria de las luchas populares y soberanistas con la intención de reconstruir el capitalismo y reordenar la geopolítica al servicio de la globalización dirigida por Estados Unidos y sus megacorporaciones. Es decir, reestructurar las bases sociopolíticas y económicas mediante una hoja de ruta con principios rectores muy concretos y bien maquillados de buenas palabras.
Evidentemente, los poderosos no son estúpidos. Además de tener por costumbre poner huevos en todos los cestos -léase partidos, organizaciones, gobiernos…- en el siglo XXI, igual que hicieron con el fascismo, resulta mucho más efectivo adoptar las formas progresistas y engañar a las clases trabajadoras con la promesa de avances sociales y protecctión estatal para tenerlas bien cegadas y dominadas.
Es posible plantearse si, quizás, hemos llegado a esta situación por no cumplir la Agenda 2030 y no por obra de la Agenda 2030. Para responder a ello, basta con realizar una pequeña investigación: buscar cuál es el posicionamiento de los entes que agrupan a los megarricos y élites del planeta, averiguar si impulsan la Agenda o no y cuáles son sus ejes programáticos. Por ejemplo, el Foro Económico Mundial, que se celebra anualmente en Davos y ha reunido en la edición de 2024 a Pedro Sánchez, Zelenski, Macron, Ursula Von der Leyen y Milei con CEOS de grandes farmacéuticas, empresas energéticas y megafondos de inversión como BlackRock, etc. es el abanderado por antonomasia de la Agenda 2030. Este foro, ideado entre otros por Henry Kissinger, está presidido desde 1971 por Klaus Schwab, de ascendencia nazi y miembro del selecto club Bilderberg. Es autor de una especie de “Mein Kampf” moderno The Great Reset en el que apuesta por aprovechar la pandemia para reinicializar el sistema capitalista y convertirlo en una tecnocracia al modo de feudalismo 2.0. El leit motiv de la Agenda 2030 es el ya famoso “No tendrás nada y serás feliz”. El Foro de Davos por tanto, es uno de sus grandes impulsores, junto a la Comisión Trilateral o la OMS. Coinciden todos en la concepción de la salud mundial como “One Health” por la cual cambio climático y lucha contra “las pandemias por venir” se convierten en indisolubles al tiempo que en planes de negocio imbatibles. ¿Qué soluciones proponen en sus encuentros ante los retos del futuro? Desarrollo de las tecnologías de control, rastreo de la producción de CO2 de cada uno de nosotros, Inteligencia Artificial, monedas digitales de Bancos Centrales, robotización, ciudades de 15 minutos, y presupuesto público e impuestos destinados a sus proyectos ya que ha de regir la colaboración público-privada. Y, fundamental, que el poder biológico esté en manos de la OMS. Una entidad ésta financiada en su mayor parte por capital privado y farmacéuticas que ha de estar por encima de los gobiernos soberanos para determinar las políticas de salud públicas. Por supuesto, su gran apuesta son las vacunas de ARNm (baratas y rápidas de producir) y las identificaciones digitales con pasaportes vacunales incluidos, así como el final de la agricultura y de la ganadería por constituir una “amenaza” contra la naturaleza. Mejor comer insectos y carne artificial. Su producción a gran escala ya está en marcha, profusamente financiada y legislada, por cierto.
En fin, se trata de gobernar el mundo en base a las declaraciones de emergencia que los plutócratas decidan, pasando por encima de las soberanías nacionales y sobre todo, de los Derechos Humanos que, de facto, van borrando o vaciando de contenido “ensanchándolos” en cada uno de los tratados y cambios legislativos que, desde 2020, se están estableciendo en diferentes países.
Para tal fin, necesitan de aquello que ya vimos cómo pusieron en marcha parapetados en la necesidad por la emergencia: miedo, pensamiento único, control de los medios de comunicación y de las redes sociales, criminalización del pensamiento crítico y del cuestionamiento, censura legalizada por la Unión Europea, normativizar todos los aspectos de nuestras vidas, perder la privacidad…
Decíamos al principio que el fascismo es el capitalismo en estado de excepción. Están decididos a imponerlo, con unos cuantos retoques y el poder de la tecnología, para procurarse un futuro libre y agradable sólo para unos cuantos.
El tiempo pone las cosas en su lugar. Siempre. Y a día de hoy, vemos fácilmente que la agenda oculta era esta que reproducimos a continuación. De cada uno de nosotros depende que la hoja de ruta de la plutocracia sea exitosa o no.