Ángel E. Lejarriaga. Psicólogo clínico y militante de CNT
En este trabajo intentaré relacionar la conciencia de clase, su génesis, los efectos hipotéticos de la misma sobre la estructura de procesamiento psicológico y sus consecuencias conductuales.
¿Qué es la conciencia?
La conciencia se puede definir como el conocimiento que un «ser» tiene de sí mismo y de su medio ambiente. “Ser” es un término muy general que intenta cubrir en su totalidad el espectro del mundo «real»; entendiendo real como todo lo que existe dentro de un sistema, que es contrapuesto a lo que es producto de nuestra imaginación. Aceptamos en este artículo la definición del término conciencia como «capacidad de distinguir entre el bien y el mal».
La acepción conciencia se puede aplicar en distintos momentos de nuestra relación con la realidad interna y externa. Uno de ellos se encuentra referido al reconocimiento del sentido y la relevancia de cualquier aspecto de la existencia, tanto de la realidad material como la interna de la persona. En este reconocimiento podemos distinguir dos visiones, una referida a la «percepción» de un objeto material; y la otra a la naturaleza del conocimiento en general.
Centrándonos en la conciencia como reconocimiento de la diferencia entre los conceptos de bien y de mal, nos surge un frente de debate que engarza con el tema de este texto porque sitúa a la conciencia en una posición moral; esto nos permitirá hablar de «conciencia social», que podríamos describir como «el conocimiento que posee un ser humano sobre sus congéneres; es decir, sobre las personas que conviven con él en su comunidad».
En este hilo reflexivo afirmamos que la conciencia implica varios procesos cognitivos que se encuentran entrelazados entre sí. Hace referencia a la comprensión que tenemos de uno mismo, de nuestra biografía, de nuestras conductas y de las consecuencias de éstas.

Psicología cognitiva
La psicología cognitiva —como modelo teórico— puede servirnos como una tecnología que responde a preguntas que relacionan la conciencia y la conducta humanas.
La expresión psicología cognitiva comenzó a utilizarse a partir de la publicación del libro de Ulric Neisser, Cognitive Psychology (1967); por ella se entiende: «área de la psicología encargada del estudio de la cognición, de los procesos mentales implicados en el conocimiento». Su objeto de estudio serían los mecanismos básicos a través de los cuales se construye el conocimiento: la percepción, el aprendizaje, la formación de conceptos, el razonamiento lógico y la memoria. La expresión «cognitivo» explicaría un acto de «conocimiento» tal como almacenar la información, identificarla, comprenderla y utilizarla.
La psicología cognitiva pretende analizar cómo los seres humanos interpretan el mundo en el que se desenvuelven; también, cómo reciben la información sensorial, la elaboran, sintetizan, conservan y recuperan en el momento en que la necesitan. El procesamiento de información es lo que denominaríamos «conocimiento funcional» en el sentido de que cuando el sujeto activo repite un evento semejante a otro ya experimentado, se percibe a sí mismo como más capacitado para su afrontamiento.
Este mecanismo útil para construir el mundo, para tener conocimiento de él, nos sirve para elaborar planes de trabajo y asumir metas con una probabilidad de éxito aceptable, minimizando de paso los sesgos aversivos; es decir, la probabilidad de que nuestras decisiones no cumplan las expectativas. Desde el momento en que el sujeto pensante parte de una expectativa de las consecuencias que tendrá su conducta, dicha conducta tenderá a ser coherente con la cognición de partida.
Con estos postulados se hace énfasis en la relación entre cognición y conducta. Es decir, una cosa lleva a la otra, de tal modo que se concluye que la conducta se genera en función del procesamiento humano (pensamiento).
La psicología cognitiva surgida en los años cincuenta del siglo XX partió del conductismo de Iván Pávlov y John B. Watson y reemplazó al paradigma dominante en ese momento, la «psicología experimental». Entre conductismo y cognitivismo existía una discrepancia fundamental que este último intentó resolver, la denominada como «caja negra»: Watson desde un principio había considerado a la mente humana como algo inaccesible, como a una caja negra. La psicología cognitiva apareció mucho después del conductismo y coincide en el tiempo con el desarrollo de los procesadores informáticos. Los teóricos del cognitivismo utilizaron estas máquinas como «metáfora» para aproximarse al procesamiento de información humana.
Para progresar en el estudio de los procesos del cerebro humano, los psicólogos cognitivos utilizaron el empirismo científico para hacer inferencias sobre los «estados mentales y su estructura». En síntesis, la psicología cognitiva utiliza los procesos mentales ―el procesamiento de la información― para explicar la conducta humana; esto estaba en contraposición a las posturas conductistas que basaban la conducta en meras asociaciones entre estímulos y respuestas.
La psicología cognitiva defiende que el individuo analiza la información nueva con un «sistema de creencias», «supuestos básicos», «estructura cognitiva» o «esquema cognitivo» que posee (distintas formas de denominar lo mismo). Es decir, los eventos y experiencias nuevas son interpretados en base a lo ya aprendido. Esos esquemas se han adquirido en un momento concreto de la vida del sujeto y pueden no resultar eficientes más adelante, por lo que en algunos casos deberán ser modificados para que la conducta sea adaptativa a las nuevas exigencias del medio.
Por tanto, el sistema de creencias, los deseos y las motivaciones impulsarían la conducta humana. Partimos del supuesto de que dicho sistema de creencias es aprendido.

Conciencia de clase
El término es un concepto marxista «que define la capacidad de los agentes que pertenecen a una clase social de ser conscientes de las relaciones sociales antagónicas, ya sean éstas económicas, políticas o ideológicas, que las condicionan o determinan, siendo la condición original de la organización política en una sociedad de clases».
La explotación de la clase dominante sobre la clase dominada es un hecho demostrado; comprender esta situación como un antagonismo a superar lo denominamos como «conciencia de clase». En línea con la teoría marxista, lo opuesto a conciencia de clase sería la «alienación»; es decir, no ser capaz de ver las relaciones de explotación capitalista en la vida diaria.
Al margen de la interpretación marxista, es un hecho que en la sociedad contemporánea la conciencia de clase es vital para comprender las dinámicas sociales definidas por la tensión entre los que poseen los medios de producción y los que carecen de ellos, entre los que acumulan la riqueza derivada del trabajo y los que la generan.
La conciencia de clase es una herramienta fundamental para provocar cambios de relevancia en la sociedad. Supone reconocer que los individuos no somos entes aislados, sino que formamos parte de un entramado social donde el rol desempeñado define el acceso a recursos. Este conocimiento nos permite comprender las estructuras de poder, las desigualdades sociales y económicas y cómo éstas afectan a nuestras vidas. Es obvio que no basta con adquirir este saber; para avanzar, el siguiente paso es asumir que como clase social podemos influir en el curso de los acontecimientos, modificarlos e incluso destruir las estructuras que provocan las desigualdades.
Al comprender el contexto social en el que hemos nacido y nuestras posibilidades de mejora podemos organizarnos como clase y afrontar los cambios que deseamos lograr colectivamente. Tener conciencia de clase no implica necesariamente adquirir planteamientos revolucionarios, nuestra acción pude ir desde actuar en movimientos sociales, en sindicatos reformistas o combativos (CGT, CNT, Solidaridad Obrera) y apoyar a partidos políticos, hasta asumir una visión revolucionaria que se extienda más allá de las mejoras en la vida cotidiana. En cualquier caso, la conciencia de clase es un paso previo para tomar la decisión de luchar contra los poderes que perpetúan la explotación y en general las relaciones de dominación.
Lo que parece tan evidente, no lo fue tanto para el norteamericano Francis Fukuyama que anunció a bombo y platillo el «fin de la historia» tras la caída del muro de Berlín y la descomposición de la URSS. En su libro El fin de la historia y el último hombre (1992) expuso la tesis de que la historia como lucha de ideologías había concluido tras el fin de la denominada Guerra Fría, su lugar iba a ser ocupado por las democracias neoliberales; según él la lucha de clases había concluido. A este respecto, en el año 2014 un periodista de la agencia Reuters realizó una entrevista a Warren Buffet, un auténtico oráculo norteamericano de las finanzas, a sus 84 años era uno de los individuos más ricos del mundo. Cuando la persona que le entrevistó le interrogó sobre el estado de la lucha de clases en el mundo respondió: «Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra y vamos ganando».
La conciencia de clase hace referencia a un sujeto activo, a un individuo asalariado (hombre o mujer), desposeído de los medios de producción. Muchas personas cuando se les pregunta a qué clase pertenecen, a pesar de cumplir la condición antes citada, responden que son «clase media», les cuesta reconocer que forman parte de la clase trabajadora, como si de hacerlo se denigraran. Podemos decir sin temor a equivocarnos que, al menos en este aspecto, las organizaciones de clase con proyección transformadora, de momento, han perdido la batalla ideológica y también la cultural, la que le era propia. Cultura trabajadora significa conocer la historia del movimiento obrero, sus luchas, sus logros y su visión revolucionaria. La conciencia de clase nos conduce en esa dirección. Utilizamos el léxico de la ideología dominante no sólo por la influencia de los medios de comunicación, sino porque hemos dejado a un lado el lenguaje que nos corresponde como clase, el que define al explotado y al explotador. Hoy no vamos a inventar algo nuevo; sí, parece que tenemos pendientes tareas abandonadas que son nuestras señas de identidad. Cada día es una batalla ideológica a mantener. Poseemos nuestro propio idioma y forma de entender el mundo gracias a la conciencia de clase.
Sin conciencia de clase va a ser difícil que las nuevas generaciones se enfrenten a los retos que el sistema capitalista les impone y les va a imponer. Es imprescindible saber que somos personas explotadas, que somos las que mantenemos el mundo capitalista en marcha, que nuestra precariedad es la riqueza de unos pocos y que los beneficios del mundo financiero se incrementan en la medida en que asumimos la vida cotidiana de una manera individualista. Este conocimiento nos conduce en la dirección contraria a la que nos ha llevado el neoliberalismo: a la organización de la clase y a la contestación: en primer lugar, a la resistencia, en segundo lugar, a la revolución social. El aislamiento es nuestra perdición; la solidaridad, el apoyo mutuo y la acción directa las claves del cambio.
No estamos solas, enfocar la vida de un modo fatalista, como si nada se pudiera hacer para modificar el curso de los acontecimientos, nos lleva a enfermar, física y mentalmente. La conciencia de clase nos ayuda a redirigir nuestra existencia colectivamente.
La conciencia de clase como herramienta cognitiva para interpretar el mundo y condicionante de la conducta humana
A lo largo de este texto se han ido presentando diversos conceptos teóricos sobre los que construir la hipótesis de que la «conciencia de clase», como paradigma de interpretación del mundo, va a modificar nuestra estructura de procesamiento psicológico y también nuestras conductas. Hemos dicho que la conciencia es el «conocimiento» que tenemos de nosotras mismas y de nuestro medio social. También nos permite diferenciar entre el «bien y el mal» -tema controvertido, por cierto, que tendría que ser definido a través de un código moral universal-; nuestra pretensión es proyectar en el futuro un mundo de libertad, fraternidad y solidaridad. Esto hace que la conciencia de clase nos permita dar un paso trascendental y se convierta en conciencia moral, que defina nuestra posición en el mundo; conciencia derivada del conocimiento que tenemos de nuestros congéneres y del orden social en que nos desenvolvemos.
De este modo, la conciencia de clase es la herramienta con la que analizamos nuestra historia pasada (de dónde venimos), lo que somos (lo que hacemos) y planificar nuestro futuro (las posibles consecuencias de nuestro comportamiento actual). Estos elementos son instrumentos cognitivos con los que tomamos decisiones encaminadas a dirigirnos hacia ese futuro deseado.
Pero avancemos. Ya tenemos un instrumento de partida, la conciencia moral (la psicología cognitiva nos dice que ese constructo se convierte en intérprete de nuestro conocimiento y modula los procesos mentales implicados en la adquisición de dicho conocimiento); es decir, la percepción, el aprendizaje, la creación de conceptos nuevos, el razonamiento lógico y la memoria. Llegando más lejos, podríamos decir que la conciencia moral sería el artífice del acto de conocimiento en sí mismo: almacenar la información, identificarla, entenderla y darle un buen uso. Cuando este proceso se repite, nuestro autoconcepto se refuerza y concluye que estamos preparados para realizar afrontamientos conductuales transformadores.
Nos encontramos ante un mecanismo importante para erigir nuestra realidad diaria, para poseer una comprensión empírica de ella y para elaborar metas con una cierta probabilidad de éxito. Pero no es suficiente, habrá que lograr, además, que nuestro pensamiento y nuestra conducta sean consonantes, que seamos capaces de analizar las disonancias y tomar nuevas decisiones que posibiliten un equilibro entre pensamiento y conducta. Con estos supuestos establecemos una relación fundamental entre cognición y comportamiento humano, una cosa lleva a la otra. Dicho de otro modo, el procesamiento de la información (el pensamiento) genera la conducta humana, por tanto, nuestros «sistemas de creencias» inspirarían la conducta humana. Hay que apuntar que partimos de la hipótesis —no hay que descartar los procesos biológicos que pueden estar presentes en nuestras decisiones— de que dichos sistemas de creencias son aprendidos.
De este modo, la conciencia de clase sería un constructo que estimularía nuestra interpretación del mundo y promovería la conducta humana hacia un horizonte, por lo menos, de resistencia a las relaciones de dominación. Habría que asociarla a una filosofía transformadora integral —por ejemplo, al anarquismo—, para abordar cognitiva y conductualmente los complejos y variados retos que la vida nos pone en nuestro camino.