Vicente Guedero. Grupo surrealista de Madrid
El capitalismo fosilista ha entrado en una fase en la que ya se ha topado con unas dificultades tal vez insalvables para la garantizar la reproducción del capital y de la fuerza de trabajo. Por si eso fuera poco existen actualmente tres grandes amenazas: el cambio climático, la destrucción de biodiversidad y el declive energético global. Ante eso, el capitalismo ha iniciado un nuevo reordenamiento del sistema de poder, una nueva reestructuración que prepara un nuevo orden energético y de producción. ¿Qué podemos hacer los movimientos sociales, los trabajadores y los excluidos en este contexto? Desde los círculos anarquistas, libertarios y surrealistas lo tenemos bien claro: hacer la revolución, o dicho de otro modo: la restauración de la comunidad humana. Sólo hay dos opciones: o la revolución o el incremento del desastre (social, ecológico…), y si se optase por un camino intermedio, éste acabará cayendo en el desastre. Y para afrontar esta lucha creo que el anarquismo puede hallar en ciertas corrientes del decrecimiento un aliado necesario.
Lo primero que habría que decir es que el decrecentismo no es un movimiento que esté claramente definido; es un cajón de sastre en el que caben demasiadas cosas. Podemos hablar desde decrecimientos ecomarxistas, ecosocialistas y socialdemócratas hasta decrecentismos primitivistas, ruralizadores o anticapitalistas, e incluso de decrecimientos conservadores o de ultraderecha. Por tanto, el decrecimiento podría definirse como una toma de conciencia de unas limitaciones biofísicas y energéticas, adaptable a cualquier ideología. Por concreción, para esta breve comunicación advertiré que mis críticas se centrarán en la tendencia mayoritaria, la que goza de mayor predicamento, la del decrecimiento socialdemócrata.
¿Qué tomar y qué no del decrecimiento?
La base sobre la que iniciar cualquier lucha no es otra que la construcción de una teoría que nos permita llegar a la verdad acerca de lo que está pasando en el planeta y, además de eso, esta verdad debe ser impuesta socialmente, lo que implica acometer una intensa labor divulgativa. Difundir la verdad implica mostrar en toda su crudeza realidades como son la alarmante pérdida de biodiversidad, el avance del cambio climático, el declive energético global y la falta de alternativas al respecto, las tropelías del neocolonialismo extractivista o las vinculaciones entre industrialización y ecocidio. Y en ese sentido el decrecimiento en general está realizando una labor encomiable. Resumiendo mucho, podemos decir que el decrecimiento acierta en el diagnóstico de la situación actual del planeta, a pesar de nutrirse de información y datos procedentes de instituciones y órganos científicos estatales y gubernamentales como el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Agencia Internacional de la Energía (AIE), la Organización Meteorológica Mundial (OMM) o el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Aquí el anarquismo debería desprenderse puntualmente de ese rechazo –por otra parte comprensible- a todo aquello que provenga del Estado. Recuerdo que autores como Antonio Turiel o Jorge Riechmann, aunque no compartan nuestra ideología y trabajen en institutos como el CSIC o la universidad pública, están realizando una labor de divulgación valiente y soberbia –para nada reaccionaria- tanto en charlas y conferencias como en seminarios y encuentros.
Ahora bien, no podemos obviar que cuando el decrecimiento denuncia la nocividad del capitalismo se queda en un terreno difuso en el que no profundiza en las propias relaciones capitalistas o en cuestiones que tienen que ver con el carácter automático de la mercancía y la ley del valor. En sus críticas al capitalismo, llenas de vaguedades, terminan aceptando por omisión las relaciones de producción capitalista y, por tanto, la lógica económica interna que gobierna nuestras vidas. Pareciera entonces que lo que propone el decrecimiento no es más que prolongar la agonía histórica de la acumulación de capital y de la producción mundial de mercancías, pero ahora en condiciones de baja energía. Aquí es donde el decrecimiento se muestra más insuficiente e incluso, muchas veces, contrarrevolucionario. Tiene razón Miquel Amorós cuando afirma que «En tanto que tentativa de salirse del capitalismo sin abolirlo, al pasar a la acción y entrar en el terreno de los hechos, los decrecentistas confluyen con el viejo y abandonado proyecto socialdemócrata de abolir el capitalismo sin salir nunca de él». Para entender esta «no salida» del capitalismo por parte del decrecimiento se suele recurrir a la metáfora del freno de emergencia; si el decrecimiento propone que la velocidad del tren capitalista decrezca, el anarquismo propone tirar del freno de emergencia y hacerlo decelerar para que pare cuanto antes sin peligro para los pasajeros.
Por otro lado, muchos decrecentistas, llevados por el posibilismo político, depositan grandes esperanzas en asaltar la política parlamentaria. De hecho, muchos están incluidos en partidos como Sumar. Esto hace que estos decrecentistas acaben sometiendo sus discursos, propuestas y representaciones de la verdad a la dinámica electoral, lo que conlleva moderación. Hay un afán por buscar consenso, de agradar a todos, algo ya denunciado por autores como Alexander Dunlap. Otra crítica interesante al decrecimiento tiene que ver con los medios en los que sus discursos se configuran y expanden, que son principalmente los ámbitos académicos. El decrecimiento bebe desde sus orígenes de la intelectualidad académica, de estudiantes y profesores universitarios. No es un movimiento de base, no surge de los sindicatos, ni bebe de movimientos como la ecología profunda, ni de organizaciones como Earth First o el movimiento anti industrial, ni mucho menos de los grupos autónomos que actuaron en Europa durante los años 60 y 70. Otro elemento negativo a añadir es que donde los decrecentistas están teniendo cada vez más predicamento es en las redes sociales. Es más, cada vez hay más charlas o cursos online sobre decrecimiento. Esto hace que sus discursos estén sometidos a las imposiciones de un lenguaje breve, rápido y superficial que no favorece la lectura atenta. Y más allá de cualquier posible censura algorítmica, con el fin de no asustar y conseguir más seguidores, son los propios autores los que evitan el lenguaje radical.
Por otro lado, el decrecentismo tampoco se plantea la necesaria abolición de la propiedad privada, y su postura respecto del Estado es, en la mayoría de los casos, ambigua. Aunque propone cambiar las relaciones de producción reales, el decrecimiento asume un periodo transicional en el que se podrán ir tomando vías reformistas, adoptadas desde el Estado. De algún modo a estos decrecentistas les sucede lo mismo que al movimiento decolonial, cuando –como ya ha señalado Peter Genderloos- en sus críticas al colonialismo dejan intacto el Estado, como si éste no hubiera sido un elemento indispensable para el colonialismo histórico o para el neocolonialismo extractivista actual.
Por si esto fuera poco, el decrecimiento esquiva lo que más teme: la lucha de clases. Para ellos no hay lucha de clases. Es más, no adoptan ni siquiera un discurso de clase explícito al respecto. Y en todos ellos hay una renuncia a la revolución, incluso a usar esta palabra. Ninguna de las célebres ocho erres de Serge Latouche -que para muchos son los ocho pilares del decrecimiento- se corresponde con la R de revolución. Así que los decrecentistas recurren a expresiones vagas y aparentemente neutras como saltar a una «nueva racionalidad productiva» o «deconstruir la economía». Hay, por tanto, una ausencia de perspectiva revolucionaria. Y la última de las críticas, pero no por ello la menos importante, que quería mencionar tiene que ver con cuestiones terminológicas. Se trata de la utilización del término «colapso», un término que considero inexacto y desacertado. Es un término que no se corresponde con lo que le está sucediendo al capitalismo fosilista actual, con lo que puede resultar confuso.
Dicho esto, ¿qué pueden tomar entonces el anarquismo y los movimientos libertarios del decrecimiento? Muchos autores afirman que el anarquismo es decrecentista por definición. A éstos les sorprendería saber que, al igual que en la izquierda del capital siempre se ha ignorado la conciencia de los límites medioambientales y de determinados recursos, los discursos de muchas organizaciones libertarias y grupos autónomos están atravesados de punta a punta por el mito del progreso y una adoración ciega al espantajo del desarrollo tecnológico, algo que viene de muy atrás, como bien recuerda Javier Ardillo en su obra Las ilusiones renovables. Por suerte cada vez son más las organizaciones libertarias que incluyen estas limitaciones en sus discursos. Pensemos por ejemplo en Embat, una organización libertaria de Cataluña y en su comunicado «Nou punts pel decreixement. Embat, 2023», o en algunos autores «puente» entre el anarquismo y el decrecentismo como Carlos Taibo, quien por cierto habla claramente de ecotopías, democracia directa y de revolución.
Para que el anarquismo vaya encaminándose por ese camino, al igual que se ha nutrido del movimiento anti desarrollista y del ecologismo radical, bien podría hacerlo también de ciertas tendencias actuales del decrecimiento. Esto podría contribuir a que el anarquismo se hiciera cargo de las limitaciones energéticas y tecnológicas a las que nos encaminamos, así como de la nocividad del mito de progreso. Existen algunas posturas decrecentistas minoritarias –unas en la línea del decrecentismo eco municipalista de Murray Bookchin y otras ubicadas en lo que autores como Daniel García García han denominado decrecimiento autogestionado– que han llamado mi atención; ciertas corrientes del decrecimiento con las que podríamos establecer lazos colaborativos y llevarlas a nuestras filas. Muchas de ellas están en un terreno ideológico fronterizo, en sectores que critican el Estado y proponen las reformas justas, dando protagonismo a los movimientos sociales y de la defensa del territorio. Pensemos en autores como Adrián Almazán y Luis González Reyes quienes en su reciente obra Decrecimiento: del qué al cómo, aunque insisten en la necesidad de que son los movimientos sociales los que deben obligar al Estado a adoptar determinadas medidas reformistas, a su vez, hacen suyas las luchas contra la construcción de autovías, parques eólicos o nuevos aeropuertos. Si tenemos en cuenta que estas luchas están oponiéndose a un Estado que está al servicio de grandes empresas y corporaciones y, por tanto, al servicio del capital, ¿no es eso el comienzo de una revolución antiestatal aunque ésta se halle en una fase muy embrionaria? Esas luchas dispersas ¿acaso no se plantean en pos de la creación de otros modos de vida y de producción, es decir, en pos de una revolución? En el fondo estos autores están hablando de revolución, de una lucha proletaria que se opone a una burguesía industrial y financiera en decadencia que lucha por mantener e incrementar sus beneficios, pero da la sensación de que no se atreven a decir la palabra revolución. A mi entender es a estos pequeños sectores del decrecimiento a los que el anarquismo ha de tender la mano en busca de colaboración, animándoles incluso a que dentro del decrecimiento abran una corriente de clase y abiertamente revolucionaria.
Hacia un anarquismo deceleracionista.
A través de esta alianza entre anarquismo y decrecimiento autogestionado podría elaborarse por tanto una teoría revolucionaria que ponga en relación todo ese conocimiento relativo a las limitaciones de la biosfera y energéticas con el sistema de producción mundial de mercancías y con la situación actual del proletariado y de los nuevos excluidos. Lo que a su vez nos haría entender el tipo de reestructuración capitalista que ya está teniendo lugar y cómo combatirla. Igualmente hace falta diseñar un proyecto revolucionario común, un programa comunista libertario global. Desde CNT-CIT el compañero Genís Ferrero ha insistido que ante el declive del capitalismo «debemos ser capaces de crear organización en mayúsculas vinculándolo a un ideario y programa general que visualice una alternativa global en esta sociedad». Este programa debería apuntar en tres direcciones: por un lado, debe construir redes de solidaridad e instituciones propias –antiestatales- basadas en el apoyo mutuo para afrontar los escenarios de escasez que se avecinan, y el decrecimiento puede aportar mucho en este sentido. Por otro lado ha de establecer estrategias defensivas contra la destrucción del territorio y contra la represión de los Estados y la gran industria. El anarquismo hallará sin duda un aliado en ese decrecimiento que es afín a las luchas por la defensa del territorio. Como bien dice Alexander Dunlap: «La conexión entre el decrecimiento y los movimientos anticapitalistas, autonomistas y anarquistas (ecológicos), se puede reforzar en la medida en que convergen para defender los hábitats» pero esas luchas por la defensa del territorio son sólo un aspecto parcial de todo un orden social que debe ser destruido. Esas luchas deben conectarse con otras luchas a través del deseo de ruptura con ese mismo orden social, como son la lucha sindical, las acciones directas contra entidades bancarias o los sabotajes a cualquier infraestructura del capitalismo actual. Y eso conecta con la tercera de las patas de este programa revolucionario: emprender una fase ofensiva de lucha cuyo objetivo común sea abolición del valor y del sistema de producción mundial de mercancías del capital-Estado, propiciando la reanudación revolucionaria.
Habrá quien diga que el movimiento revolucionario internacional apenas tiene poder para eso o que la población proletarizada, los excluidos, los marginados y los insubordinados, no están coordinados y se centran en los hechos específicos que originan sus luchas. Visto así parecería que estamos lejos de una reanudación revolucionaria, pero olvidamos que se están incrementando los antagonismos sociales; estamos presenciando la emergencia cada vez más violenta de las contradicciones propias del capital -que se rasga por sus costuras- y están surgiendo por todo el mundo nuevas oleadas insurreccionales y revolucionarias que tal vez indiquen ya la llegada de un nuevo periodo histórico. Es ahora cuando el anarquismo y el anti desarrollismo puede encontrar en ciertos sectores del decrecimiento un aliado poderoso.
Referencias bibliográficas
Alexander Dunlap, «Recognizing the “de” in degrowth. An anarchist and autonomist engagement with degrowth», 2 de diciembre de 2020.
undisciplinedenvironments.org/2020/12/02/recognizing-the-de-in-degrowth/
Daniel García García, El mundo libertario: anarquismo, economía y medio ambiente, Trabajo Fin de Grado, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales Universidad de León, 24 de agosto de 2020. https://buleria.unileon.es/handle/10612/12440
Embat. Nou punts pel decreixement
Genís Ferrero, «Un programa de clase ante el colapso», www.elsalto.es, 11 de septiembre de 2023. www.elsaltodiario.com/el-blog-de-el-salto/programa-clase-social-colapso-capitalista
Miquel Amorós, «Elementos fundamentales de la crítica anti desarrollista», charla para las Primeras Jornadas en Defensa de la Tierra, 22 de agosto de 2010, en Hervás (Cáceres). Fuente: Alasbarricadas.org
Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 117 de la primavera de 2024