Chema Berro – CGT-LKN Nafarroa.
El decrecimiento no es una opción, forma un paquete con el sistema económico y el modelo social, la existencia de límites pone un tope al crecimiento. La única opción está en el cómo de ese decrecimiento. Iremos hacia un decrecimiento impuesto, en guerra competitiva por los recursos, con una sociedad cada vez más desigual y en la que impere el sálvese quien pueda, si no somos capaces de impulsar un decrecimiento voluntario, sensato y humano, en el que el buen vivir no equivalga a incrementar el consumo. Mejor no es igual a más.
Tenemos que considerar el capitalismo bajo dos aspectos: sistema económico y modelo social, ambos en perfecta sintonía. En cuanto sistema económico es un mecanismo con vida propia, atrapado en las dinámicas que él ha generado y en el que todo viene dado como si de fenómenos naturales se tratase. En cuanto modelo social invade la totalidad del mundo y todas las facetas de la vida, los modos de vivir y de ser, aun de aquellas personas que excluye. Una auténtica civilización cuyo eje es el consumo.
Nuestra situación actual ha ido acumulando problemas: calentamiento global y catástrofes naturales asociadas, agotamiento de recursos (alimentos y agua incluidos) y en consecuencia del modelo desarrollista, aumento de las desigualdades, guerras con cada vez mayor capacidad de destrucción, pandemias, migraciones masivas, degradación del Estado del bienestar y los servicios públicos, quiebra de la democracia formal…; todo esto, junto a otros factores hoy imprevisibles, evidencian un momento de ruptura a una escala nunca antes conocida que parece amenazar no solo nuestro modelo de desarrollo sino también la supervivencia de la humanidad.
El capitalismo -sistema económico atrapado por la dinámica de la competitividad generada por él mismo- carece de capacidad de frenado, no le queda otra que seguir huyendo hacia adelante, aunque eso suponga acercarse a velocidad creciente a algún tipo de abismo. Tampoco parece capaz de refrenarse nuestra sociedad de consumo, atrapada también en la competitividad y en un feroz individualismo e inmediatismo.
El sistema económico para seguir funcionando necesita generar desigualdades, y conforme sus problemas se agravan, requiere desigualdades crecientes. Esas desigualdades entran en el modelo social, cada día más desigual en su interior. No todas las desigualdades son equivalentes, hay una línea divisoria por debajo de la cual no se alcanza a satisfacer las necesidades vitales, mientras que por encima de ella nos adentramos en lo superfluo. Estar en uno u otro lado hace de la desigualdad algo cualitativo, no solo cuantitativo.
Venimos viviendo en una sociedad cerco, con unos adentros cómodos y abundantes y unos afueras inhóspitos. El capitalismo extraía abundante riqueza de los afueras, parte de la cual podía invertirla en la comodidad de los adentros. No otra cosa ha sido el Estado de bienestar. El agotamiento de los recursos impide mantener ese esquema, y los afueras van entrando en nuestras sociedades: pobrezas severas, mordidas en los servicios públicos, aminoración del Estado de bienestar. Incluso la aproximación de la guerra es signo de ese desplazamiento del cerco a nuestro interior.
La misma ciencia, en cuyas soluciones hay quien confía y que puede seguramente retrasar el proceso, es una ciencia ignorante, capaz de solucionar determinados problemas, pero no de prever los problemas mayores que esas “soluciones” generan en el medio plazo. Los problemas se acumulan, se resuelve el hoy oscureciendo el mañana. Sí hay que reconocer todavía al capitalismo cierta capacidad de desplazamiento de los efectos más negativos: las guerras, las hambrunas, los efectos más severos del cambio climático, los desplazamientos masivos de población… se sufren de manera prioritaria en otras latitudes. ¿Hasta cuándo?
El decrecimiento
El decrecimiento no es una opción, forma un paquete con el sistema económico y el modelo social, la existencia de límites pone un tope al crecimiento. La única opción está en el cómo de ese decrecimiento. Iremos hacia un decrecimiento impuesto, en guerra competitiva por los recursos, con una sociedad cada vez más desigual y en la que impere el sálvese quien pueda, si no somos capaces de impulsar un decrecimiento voluntario, sensato y humano, en el que el buen vivir no equivalga a incrementar el consumo. Mejor no es igual a más.
Hay que tener en cuenta, además, que en el decrecimiento que ya viene produciéndose paulatinamente, es previsible que haya disrupciones o saltos que nos acerquen de forma más acelerada a un desmoronamiento de carácter más total.
El decrecimiento voluntario o sensato trata de evitar o poner freno a ese proceso y, a la vez, paliar las consecuencias más crudas que ya está acarreando y que se irán agravando.
Una de ellas, no pequeña, es el incremento de las desigualdades, esa pendiente que el capitalismo sistema necesita incrementar para mantener su rodada. En la medida que se acumula la riqueza, se acumula también la pobreza, es aquella la que provoca ésta y la asfixia; su simultaneidad destruye toda dignidad, por eso hoy la riqueza se exhibe impúdicamente.
Necesitamos un cambio de rumbo.
Qué sindicalismo
Nos afecta directamente al sindicalismo, también necesitado de un cambio de rumbo.
Cuando en los años ´60 y ´70 exigíamos y conseguíamos reivindicaciones económicas, éstas estaban en nivel próximo a las necesidades vitales, las luchas se contagiaban, generaban solidaridad y dignidad, y hacían a las personas trabajadoras adversas al capitalismo, él era el enemigo.
Pero la relación de los bienes materiales con otros de tipo finalista o no materiales o espirituales es variable. Cuando están en el nivel de las necesidades básicas para el mantenimiento de la vida merecen toda prioridad, la vida es condición para que pueda haber otra clase de aspiraciones. Pero si mantienen esa prioridad cuando se adentran en lo superfluo, mediante la pulsión insatisfacción/adquisición de nuevos bienes, asfixian la búsqueda de bienes finalistas: la solidaridad, la dignidad, la universalidad…
Algo de eso nos ocurrió. Entrados en una situación de bienestar relativo seguimos corriendo tras la zanahoria de los incrementos de nivel económico. Las luchas, ya no claramente dignas dejaron de generar dignidad, tampoco solidaridad, y acabaron por adscribir a la todavía clase obrera al capitalismo. Además en ese perseguir la zanahoria nos dejamos arrebatar todo lo demás: condiciones de trabajo, igualdad y unidad interna…, calidad de vida en definitiva.
Luego vinieron las altas cuotas de paro que también soportamos demasiado pasivamente. El paro trajo la precariedad en las contrataciones, las Empresas de Trabajo Temporal (ETTs), las diferentes escalas salariales… Hoy podemos volver a las contrataciones indefinidas porque ya han convertido todo trabajo en precario y degradado en sus condiciones.
Un sindicalismo decrecentista debiera marcarse dos objetivos: las condiciones laborales y el reparto del empleo.
Las condiciones de trabajo debe ser reivindicación muy por delante de los incrementos salariales: disminución de ritmos y de turnos, seguridad y salud laboral, trabajo en condiciones no lesivas y reducción de jornadas… En definitiva, apostar por la calidad de trabajo y de vida, por encima de los incrementos de consumo. Tendría que ir acompañada de la eliminación de las subcontratas, de las dobles y triples escalas salariales y, por supuesto de las horas extras.
El reparto del trabajo no es idéntico a la disminución de jornada. Poco tiene que ver con la propuesta en boga de la semana de cuatro días. Es disminución de jornada con la exigencia de generación de los puestos de trabajo equivalentes a la suma de horas reducidas. No tratamos de venderlo por su posibilidad de disminuir el absentismo y mejorar la productividad, lo defendemos para acabar con el paro y la desigualdad que introduce, lo defendemos para frenar la carrera productivista consumista, lo defendeos para separar y priorizar la calidad de vida de los incrementos de consumo, lo defendemos desde un punto de vista decrecentista. Para consumir menos no necesitamos ganar más.
Con frecuencia al hablar del reparto del empleo surge la pregunta: ¿con o sin reducción salarial?, muy indicativa de la poca voluntad por esa propuesta. Lo sustantivo es el reparto del empleo, lo de si se hace con o sin disminución salarial es lo adjetivo, y dependerá de la capacidad de presión. No es descartable un reparto del empleo con una reducción salarial, en todo caso no equivalente al tiempo reducido, Hay salarios que sí pueden disminuir con el reparto del trabajo y otros que no solo no pueden, sino que deben incrementarse. Y siempre el reparto del empleo, con o sin reducción salarial, debe ir ligado a la reducción de los abanicos salariales.
El con o sin reducción salarial no equivale a que sean las personas trabajadoras quienes asumen el costo del reparto del trabajo, dejando irse de rositas a los beneficios empresariales. Esos beneficios no queremos pelearlos en el terreno de los incrementos salariales sino en el de las condiciones de trabajo que se hablaban antes.
La propuesta del reparto de trabajo podría ayudar a la unificación de los intereses de las personas asalariadas y a la recuperación de la iniciativa sindical y a hacer del sindicalismo otra cosa. Hoy el sindicalismo, como el conjunto de “la izquierda”, no pasa de ser izquierda y sindicalismo del capital, algo que no se resuelve con una mayor radicalidad sino con un cambio de orientación.
Y todo ello siendo consciente de que el decrecimiento no es una propuesta para la que soplen vientos favorables, que tampoco lo van a ser para su concreción en reparto del empleo. El tema es si queremos algo o no queremos nada, si nos acomodamos a poner la vela donde sopla el aire o trabajamos porque el aire sople donde está la vela.
Hoy la única forma de anticapitalismo es el antidesarrollismo, el decrecimiento.
Añadidos
1.Hablamos en este escrito sobre reparto del trabajo (empleo), pero quede claro que incluye el reparto de todos los trabajos. La participación en el de cuidados.
2.La propuesta decrecentista abre muchas puertas al crecimiento en otros terrenos distintos del de la producción y el consumo: cuidados, calidad de vida, libertad, tiempo libre, cultivo de diversas inclinaciones, relaciones personales, participación en lo colectivo…
3.Parecería que nos estuviéramos refiriendo a un solo país, pero si no tenemos en cuenta la situación global del mundo, las diferencias que en ese nivel se mantengan, acabarán por entrar en nuestra sociedad. Es decir. El decrecimiento de los países desarrollados tiene que ser, suficiente como para permitir que los menos desarrollados sigan creciendo.
4.Entre nosotras se da la tendencia de hacer culpable de todos nuestros males al capitalismo, lo que es verdad, pero no es toda la verdad. Lo que hoy ocurre no se debe a los últimos doscientos años de capitalismo, viene fraguándose a lo largo de la historia de la humanidad, o mejor, de la civilización occidental hoy predominante y convertida en universal. El capitalismo es el agente perversamente adecuado a los tiempos a que hemos llegado; como también el comunismo lo fue en su etapa.
Es todo un ciclo humano lo que hay que cuestionar, y sin perder de vista que ese ciclo humano está dentro de otros ciclos más amplios y sujeto a ellos: el de la naturaleza y aun el cósmico.
A lo largo de esa historia, la humanidad ha ido tomando decisiones, elaborando pensamiento y optando por una de las vías que se le ofrecían en las encrucijadas. En ellas ha ido prevaleciendo la autonomía humana, la falta de sentido del límite, la libertad desprendida de todo carácter de ajuste, la independización de la razón de toda otra capacidad humana y de todo otro criterio valorativo, su reducción a razón científica y utilitaria, el predominio de la cantidad… Nuestra situación se viene fraguando en todo ese proceso, tiene mucho de “peso histórico”, de acumulación de errores concatenados más amplios y generales.
Con esto, el decrecimiento al que estamos abocados, con sus disrupciones y su previsible implosión o colapso, supondría no solo la caída del capitalismo y su modelo social, también la de la civilización y el actual ciclo humano. No implicaría necesariamente la desaparición total de la humanidad, pero sí la apertura de un ciclo distinto, una suerte de reinicio, con más o menos vínculo con el actual.
¿Quiere esto decir que no haya nada que hacer? En absoluto, quiere decir que nuestro quehacer necesita un replanteamiento no solo táctico y estratégico sino de más calado. Venimos queriendo “hacer historia”, irrumpir, darle un giro radical. Pero la historia requiere continuidad, cadencia, ritmo propio, y es capaz de engullir todos los sobresaltos, lo que nos obliga a trabajar sobre lo cotidiano, sobre la normalidad, a impulsar los cambios que ella admite, dándoles toda la dimensión social y política, asentándolos e incorporándolos a una nueva normalidad.
Acabaría así donde empecé. No habrá cambio del sistema económico capitalista, sin cambios en el modelo social capitalista, ni cambios en el modelo social, sin cambios en las formas de vida. Es desde ellos desde donde tenemos que construir nuestra propuesta sindical, social y política decrecentista.
Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 116, invierno 2024