Nieves García. Secretaria de Género de Sindicato de Oficios Varios de Sabadell.
El machismo afecta a nuestras vidas de múltiples maneras. Si lo pensamos, lo primero que vendrá a nuestra mente pueden ser las asesinadas por violencia de género, las violaciones, el maltrato físico o psicológico. También podemos pensar en los chistes machistas, los llamados micromachismos, la violencia obstétrica o como el peso de los cuidados recae sobre las mujeres.
Todos estos son ejemplos de cómo el patriarcado nos daña. Pero hay una parte en la que no siempre pensamos, y es muy importante; cómo el patriarcado afecta a lo que sentimos y cómo lo sentimos.
Afortunadamente, estamos haciendo cambiar el mundo, y poco a poco, podemos observar como nuevas formas de educar se van instaurando con naturalidad.
Nuevos padres y madres que desean una manera más respetuosa y feminista, de criar a sus hijas e hijos. Pero es cierto que lo tradicional sigue viviendo entre nosotros y además, de ello venimos.
Y desde aquí, a las niñas se nos regalado muñecas y cocinitas para aprender a cuidar, y sets de maquillaje falso y juegos de peluquería para aprender a gustar.
Nos guían para ser “seres para los otros”, para que nuestras emociones vayan ligadas al bienestar de los otros. Y por tanto, se nos alecciona, con más o menos dureza en el ser dulces, comprensivas y sensibles. Lo cual viene ligado a complacer al otro. No saber decir que no por no molestar. Callar alguna idea que pudiera incomodar a quien nos acompaña. O comernos nuestros pequeños y grandes enfados para no importunar, intentando que el de enfrente se sienta a gusto con nosotras.
Para nosotras, también, debe ser de vital importancia el hecho de encontrar pareja y si es un hombre, mejor. En las películas, cuentos y canciones, se nos muestra que la felicidad está al lado de otra persona y que muchas veces, para que esa persona permanezca, comiendo perdices, con nosotras, tenemos que darnos, ceder, sacrificarnos, por el otro.
Existe una emoción que a muchas nos pesa especialmente. Según Freud, la culpa sirve para regular el comportamiento social, pero lo hace dentro de una sociedad patriarcal que pone en desventaja a las mujeres, cargándonos de quehaceres de cuidado, atándonos a relaciones que nos dañan y rechazando oportunidades laborales incompatibles con el ideal de mujer que se nos ha enseñado. Y este sentimiento, este remordimiento continuo en las vidas de las mujeres, nos hace seguir perpetuando estos estereotipos, aunque siga manteniéndonos en una posición de subordinación nada cómoda. Y como apunta Mizrahi, la culpa es la herramienta que el patriarcado utiliza para impedir a las mujeres ser seres autónomos.
Uno de los mecanismos más eficaces para atarnos a la carga de cuidados es esta emoción. Siento culpa porque me han enseñado a sentirme culpable si no antepongo las necesidades de los demás a las mías propias. Y no sólo a los cuidados en desigualdad de energías entregadas, con respecto a nuestros compañeros hombres, si no también en nuestras relaciones de pareja, donde muchas veces se nos coloca en posiciones pasivas, dónde los deseos (ya sea la elección del lugar de vacaciones, de lo que cenaremos esta noche o en la cama) de ellos se anteponen a los nuestros.
Esto es lo que tradicionalmente, se espera del rol que las mujeres han de jugar en la sociedad.
¿Y de los hombres?, ¿qué se espera?
Todo el mundo ha escuchado esta frase: los niños no lloran. O esta otra: no seas nenaza.
De los chicos se espera, tradicionalmente, que sean fuertes. ¿Qué significa esto? Básicamente que no tengan miedo y que no estén tristes.
Sí se permite (y a las chicas no tanto, si no se las considera con mal carácter) que sean un poco revoltosos y es normal que se enfaden. Esto es signo de un carácter fuerte.
Crecen y a muchos hombres no se les ha permitido explorar su tristeza o su miedo. Les han dicho que es algo malo, y han terminado por rechazar estas emociones en ellos. Y si durante su infancia, no se les ha permitido explorarlas; no se les ha dado la oportunidad de aprender a gestionarlas.
Y muchos hombres, llegan a la adultez sin saber que hacer cuando están asustados o sienten pena.
¿Y que puede ocurrir en estos casos?
Ambas emociones son emociones displacenteras, y ambas pueden hacernos sentir desempoderados. Y las rechazamos, pero como dijo el clásico, lo que no aceptas, te somete.
En el mundo de la psicología sabemos que lo que no se resuelve, sigue dando vueltas hasta poder salir de nosotros de algún modo. ¿Y que otra emoción displacentera, de entre las 5 básicas, existe? Pues nuestro amigo el enfado. Y desde él, muchas veces, es el lugar desde el que los hombres que no han podido aprender a aceptar y tomar de la mano a la tristeza y el miedo, termina por canalizarse la emoción.
Y la vida nos regala muchas (muchas) oportunidades para estar tristes y asustados. Y si a esto le añadimos la presión que supone cumplir con los roles de género masculinos (los hombres son valientes, fuertes, viriles, líderes, aventureros, no lo olvidéis), si no tomamos consciencia y ponemos de nuestra parte para deconstruirnos, los hombres seguirán sufriendo y las mujeres que los rodeamos, también.
Con amigos, padres, hermanos, compañeros de trabajo, parejas masculinas o en un atasco prolongado. ¿Quién no se ha perdido pensando… pero que le pasa?, ¿Por qué este cabreo? O también muy común: ¿por qué este silencio, esta frialdad, esta distancia?
Pues es que ambas: distancia fría y cabreo, son dos estrategias que sí se les ha permitido experimentar a los chicos, y por tanto, si no han tenido la suerte de poder ser guiados en la gestión de tristeza e pena (y las múltiples combinaciones que de ellas pueden surgir), es lo único que sabrán dar en ciertos momentos como respuesta.
Nos han querido engañar diciendo que un buen control de las emociones desde fuera se vería como no sentir nada. Y esto no es así.
Cuando pensamos en emociones pensamos en las “buenas”, como la alegría y las “malas”, como la tristeza. Y ¿sabéis que ocurre? Que estamos equivocadas, todas las emociones (a excepción de dos, culpa no entendida como responsabilidad y vergüenza) son buenas, todas han evolucionado con los humanos para ayudarnos a estar bien.
Trabajemos en nuestras emociones, sobre todo en aquellas que nos hacen sentir mal. Esas penas, esa culpa. Y la alegría crecerá.
Emocionarse también tiene que ver con la revolución feminista. Abandonemos viejas formas de opresión en nuestros sentires. Mujeres, cabrearos cuando sintáis que se os trata de forma injusta. Y hombres, llorad cuando un nudo se haga en vuestras gargantas.
Es difícil, ir en contra de mandatos tan profundos. Borrar de nosotras y nosotros las emociones que escribieron nuestras infancias y predicen nuestra adultez.
Mostrar nuestra vulnerabilidad, por ejemplo, debería ser visto como lo que es, un acto de fuerza y no de debilidad.
Expresar nuestro cabreo ayuda a generar relaciones más sanas. Y no sólo entre parejas, familiares o amigos, también relaciones laborales y sociales. Más sanas y más justas. Porque precisamente ésta es la utilidad del enfado.
Nos enfadamos cuando sentimos que se nos está tratando de una manera injusta. Y esa energía que nos quema hasta las orejas, bien utilizada, sería la que nos movilizaría hasta la reparación de lo que es justo.
Si compartimos la pena, nos entenderán mejor. Está demostrado que fomenta el apoyo social. Y muchas veces, éste, no está de más.
Sí, es difícil cambiar la negación, casi sistemática, de las emociones displacenteras en un mundo que nos vende la felicidad hasta en la taza de desayuno, con una frase motivacional. Pero intentar ocultar las emociones que necesitamos transitar, tan sólo sirve para negarnos a nosotros mismos. Anular partes nuestras que no encajan con lo que la sociedad nos pide. Ser seres productivos, siempre dispuestos, competitivos, siguiendo los roles que nos marcan, para que así los engranajes del patriarcado y el capitalismo puedan seguir girando.
Rebelémonos con llanto, con un golpe en la mesa o con un no. Derribemos al patriarcado desde lo más hondo de nuestros corazones (o grupos de conexiones neuronales, da igual cómo lo quieras llamar).
[Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 113, Primavera 2023]