Hablando de salud mental

Remei Balbastre i Royo. Miembro de radio Dissidència

Actualmente y después de la vivencia angustiante del COVID, todo el mundo hablaba de salud mental. Y es que la salud mental nos preocupa cuando vivimos alguna cosa que la amenaza, cuando sufrimos en primera persona traumas y experiencias que nos duelen. De cierta manera, ha sido la demostración evidente de que no es una cuestión específicamente biológica, centrada en el cerebro.

Lo que puedo asegurar es que hay un malestar tan grande que provoca mucho sufrimiento y este no se puede resolver solamente con medicación, aunque esta ayuda a soportar los síntomas.

A este malestar se le llama “locura” o “demencia” y se etiqueta con un diagnóstico. A partir de aquí empieza una crisis en la que uno se cuestiona la identidad: “¿soy bipolar, esquizofrénico?” Y se debe retomar un camino de reencuentro de la persona que hay detrás del diagnóstico. Un camino pesado porque el diagnóstico provoca segregación y estigma, lo que no ayuda en la recuperación y en la reinserción.

Pero entonces encontramos personas resilientes como Cristina Martín (la princesa Inca) que dice cosas como “no existe la locura, sino gente que sueña despierta”, que anima a todo el mundo a luchar por sus derechos, que escribe poesía para salvarse, como una forma de catarsis del dolor, para reivindicarse como persona.

También encontramos grupos de personas psiquiatrizadas que se unen para hacer radio, como nosotras en radio Dissidència, para acompañarnos, para visibilizarnos, para usar la palabra como reflexión y como posibilidad de transformación personal y social.

Otras compañeras y compañeros se organizan también en Grupos de Ayuda Mutua (GAM) o en otras asociaciones para escucharse y luchar por sus derechos con la certeza de que solamente con el compromiso podremos alcanzar la dignidad que nos corresponde.

La realidad es que aún hay internamientos involuntarios, jueces que deciden sobre la vida de las personas psiquiatrizadas, encerrándolas y alejándolas de su entorno, haciéndolas sentir como delincuentes. La realidad es que cuando hay una crisis o máximo momento de angustia y malestar te encierran en una unidad de agudos con rejas y guardias de seguridad como si se tratase de personas peligrosas, cuando lo que debería haber sería un ambiente de calma con tratamientos relajantes y al aire libre. La realidad es que continúan habiendo contenciones mecánicas y químicas, haciendo tomar decisiones a personas hiper medicadas que no se pueden enterar.

La realidad es que cuando una persona diagnosticada entra en el sistema se institucionaliza, pierde libertad, tiene miedo, porque su palabra no está autorizada, porque no es tratada como cualquier otro ciudadano i eso se tiene que acabar.

Y como dice la princesa Inca “el compromiso tiene que estar en todo y luchar por tus derechos modifica tu vida”.