Hacernos fuertes frente a la crisis: por un sindicalismo de base, integral y confederado

Alberto Martínez Casado

Vivimos tiempos de incertidumbre. Una incertidumbre provocada por la intensificación de las múltiples manifestaciones de la crisis del capitalismo global, así como de sus devastadoras consecuencias sociales y ecológicas. Pero, además, esta incertidumbre también la provoca la falta de alternativas para enfrentar la situación. Tras el cambio de ciclo político, que es hoy un consenso amplio, la sensación generalizada es que no tenemos muy claro hacia dónde dirigir nuestras apuestas estratégicas. Para rearmarnos ante la crisis que viene, necesitamos repensar y potenciar las herramientas con las que contamos, así como dibujar otras nuevas.

Ante el desconcierto por los legados del ciclo 15M-Podemos, que pasó de un proceso de movilización y politización brutal de la sociedad a su repliegue –mediado por la apuesta fallida del asalto institucional– podemos vislumbrar dos pulsiones que enfrentan hoy nuestros espacios. Por un lado, vemos una reacción identitaria que pretende devolver a los movimientos sociales a los márgenes de los que supuestamente nunca debían haber salido. Desde esta perspectiva, hay una necesidad de privilegiar la unidad ideológica para recomponernos y evitar que en momentos de desborde volvamos a sufrir las “desviaciones” del anterior ciclo. En la práctica, esta pulsión implica dejar de disputar las contradicciones de nuestra sociedad, dejar de hacer política a cambio de construir pureza. Pero esta no es la única opción. Por otro lado, sigue vigente una tendencia contrahegemónica que no renuncia a cambiar las bases de la sociedad mediante la construcción de un poder popular heterogéneo, diverso y, por qué no decirlo, contradictorio.

Confederar estas mismas organizaciones será el primer paso para avanzar hacia un sindicalismo integral con capacidad de recomponer la lucha de clases

En este artículo, trataré de recoger algunas de las ideas centrales de un proceso colectivo de reflexión, fundamentalmente de personas que participamos en el Sindicato de Inquilinas de Madrid. Nuestras prácticas militantes en este y otros movimientos nos han llevado al desarrollo de nuevas hipótesis estratégicas para afrontar el contexto actual. Frente a la sensación de que todo lo que construíamos, con toda su potencia, era efímero y se podía esfumar en un abrir y cerrar de ojos, apostamos por la creación de sindicatos y organizaciones de base, fuertes y estables. Con el tiempo, hemos encontrado límites para escalar el conflicto en todas sus expresiones y, por ello, creemos que hemos de redoblar la apuesta. Confederar estas mismas organizaciones será el primer paso para avanzar hacia un sindicalismo integral con capacidad de recomponer la lucha de clases.

2. Hacia un sindicalismo integral. La apuesta por la confederación

Estamos aún hoy en una fase embrionaria del desarrollo de este tipo de organizaciones. Si analizamos el contexto general, nuestra fuerza tiene potencia pero es todavía reducida. Por eso desde la militancia de muchas de estas organizaciones y sindicatos resuena cada vez con más fuerza la idea de confederarnos.

Durante este tiempo, hemos sido conscientes de las necesidades que generan las propias luchas. En muchas ocasiones sus dinámicas obligan a una especialización que aísla. Si no enfrentamos esta realidad, el resultado es normalmente la dispersión, el identitarismo, la falta de un análisis sistémico y, en definitiva, respuestas parciales que no nos permiten avanzar conjuntamente ni siquiera cuando algunas de nuestras posiciones se popularizan. Nuestra intención no es obviar los problemas con los que nos encontramos sino reconocerlos para afrontarlos. Por ello, desde el Sindicato de Inquilinas de Madrid llevamos un tiempo queriendo explorar otras posibilidades. Sabemos que nuestra lucha no es únicamente por liberar toda vivienda de las garras del mercado y, a su vez, que nuestros objetivos no son alcanzables en abstracto; tan solo una transformación radical de la sociedad podrá conseguirlo.

El objetivo es que, a medio-largo plazo, generemos un sujeto político autónomo, diverso y desde abajo con capacidad de intervenir en el contexto social y político

Para acercarnos a esa realidad, necesitamos construir una casa común en la que compartir ideas, estrategias y proyectos de futuro. Porque si no hacemos política, otros se encargarán de hacerla por nosotras. Por ello, la posibilidad de confederar nuestras luchas no solo nos servirá para ampliar la mirada y tener una comprensión más sistémica a nivel teórico sino, sobre todo, a nivel organizativo. En nuestro caso, por ejemplo, que cuando alguien llegue al Sindicato por un conflicto concreto de vivienda, perciba una realidad que potencie una politización que hoy en día no podemos generar solas y de manera aislada. Si bien en el corto plazo quizás solo hay que reforzar las organizaciones existentes a través del aumento de las relaciones bilaterales (dobles afiliaciones, recursos compartidos, potenciar su intervención), la idea es abonar un proceso que escale gradualmente. El objetivo es que, a medio-largo plazo, generemos un sujeto político autónomo, diverso y desde abajo con capacidad de intervenir en el contexto social y político así como de construir una nueva hegemonía, mientras se potencia un salto de escala de las alternativas existentes en forma de cooperativas de producción, consumo y vivienda. Esta cuestión será la base sobre la que construir un poder popular que no se subordine a quienes pretenden representarnos. Es la posibilidad de que la revolución mantenga su espíritu democrático y libertario.

Estas reflexiones no son nuevas. Mazzeo diferencia entre dos concepciones para la articulación de las instancias de poder popular. En primer lugar, define una versión autoritaria-verticalista en la que la propia unificación viene desde fuera, donde la “organización política une lo múltiple homogeneizando los fragmentos a través de una línea”. En contraposición, defiende una concepción de base en la que el impulso articulador surge desde las propias organizaciones, donde la “vanguardia política queda subsumida en el movimiento real”, donde lo múltiple trabaja para encontrar su universalización. Por ello, desde esta perspectiva surge un rechazo a todas aquellas organizaciones políticas que se consideran, a priori, ese punto universal. “No se trata pues de encontrar la reedición de la línea correcta sino más bien de acordar por qué avenida transitamos” sin la necesidad de eliminar la autonomía de las organizaciones que la componen.

Hecha esta primera diferenciación, debemos aclarar que los intentos previos de articularnos desde esta segunda concepción, al menos en Madrid, no han funcionado. Por ello creemos necesario analizar las limitaciones de las anteriores apuestas14, ligadas a la idea de coordinadoras de colectivos, para poder plantear una hipótesis que se plantee su superación.

En primer lugar, este tipo de procesos han sido normalmente pensados y ejecutados “desde arriba”. Sin la participación activa de la militancia ni de la base social de cada organización salvo en el momento de movilizarse. El proceso nacía negando sus mejores potencias. Así, en la práctica, cada reunión se convertía en una carga para cada organización más que un proceso que diera fuerza al conjunto. En segundo lugar, han sido concebidos normalmente como una reacción coordinada ante una coyuntura concreta, es decir, sin reflexiones estratégicas a medio-largo plazo, lo que imposibilitaba en sí mismo que perduraran en el tiempo. En tercer lugar, ha habido una gran dificultad para poner en común los recursos de cada organización ya que, por lo general, el modelo suele estar centrado en la movilización bajo una serie de demandas o reivindicaciones comunes. Por todo ello, creemos que este nuevo proceso que debemos impulsar, como propondremos a continuación, tiene que partir de nuevas premisas y construir un modelo que se parezca más a una confederación que a una coordinadora.

El proceso de confluencia debe darse en la práctica entre las bases de todas las organizaciones implicadas

Para empezar a pensar en cómo poner en práctica esta confederación, nos parece interesante partir de algunas premisas y herramientas concretas que pueden guiarnos. En cuanto a las premisas, en primer lugar creemos que la alianza debe darse desde abajo. Lejos de ser un cliché, con esta idea nos referimos a que no servirán declaraciones de intenciones que podamos negociar entre las “direcciones” de varias organizaciones: el proceso de confluencia debe darse en la práctica entre las bases de todas las organizaciones implicadas. En segundo lugar, la alianza, para darse desde abajo, necesariamente debe ser desde el territorio, por lo que en cada uno de ellos asumirá una forma específica, adecuándose a las necesidades del mismo. Por último, para que pueda llegar a buen puerto, la alianza debe ser progresiva, entendiéndola como un punto de llegada y no de partida, ya que, pese a todas las cuestiones compartidas, partimos de diferentes organizaciones que no han trabajado conjuntamente hasta el momento. Es probable, entonces, que los primeros pasos no sean tan potentes como podrían ser los siguientes, pero son indispensables para que la alianza que construyamos sea duradera y estable en el tiempo, basada en un modelo organizativo que respete la diversidad ideológica pero sea capaz, a su vez, de tener una dirección común.

Necesitamos generar entramados comunitarios que trasciendan los espacios naturales en los que organizamos el conflicto

De cualquier forma, el punto de partida inicial deberá ser la apertura conjunta de centros sociales anclados territorialmente. La experiencia nos ha enseñado que los centros sociales hoy, como los ateneos libertarios o las casas del pueblo de ayer, son las infraestructuras clave necesarias para politizar la vida y profundizar en muchos aspectos de nuestras luchas. Si queremos que nuestra acción política más allá de la cuestión concreta que trabajamos desde cada organización o sindicato, necesitamos generar entramados comunitarios que trasciendan los espacios naturales en los que organizamos el conflicto. Además, históricamente, la transformación “de afiliadas a militantes” se ha dado en estos espacios, que cumplían dos funciones: por un lado, construían hacia dentro el movimiento, profundizando en prácticas sociales y culturales alternativas. Por otro lado, tenían una labor difusora y de proyección hacia el resto de la sociedad, que los configuraba como un punto de entrada privilegiado a una forma alternativa de analizar y de estar en el mundo.

Esta tarea cumple hoy una relevancia excepcional debido a que los centros sociales se han convertido en los últimos años en uno de los focos de la campaña contra la okupación de la derecha madrileña, consciente del desafío a las lógicas hegemónicas que estos espacios encarnan. Organizativamente, es muy importante que los nuevos espacios no sean entendidos como locales de las organizaciones que apostaron por abrirlos, lo que negaría toda su potencia, sino como lugares abiertos al barrio o la ciudad para fomentar una cultura alternativa.

3. El horizonte transformador pasa por el sindicalismo

En este texto hemos intentado definir en que consiste nuestra apuesta por el sindicalismo. Una apuesta que no es tan solo una respuesta al contexto sino que contiene elementos estratégicos de nuestra perspectiva política. La viabilidad de esta hipótesis –podemos reconstruir una política de parte apostando por el sindicalismo– depende intrínsecamente de las otras dos ideas lanzadas a lo largo del este artículo. Así, creemos que no habrá grandes organizaciones sindicales de base sin una confederación de las mismas y que tampoco habrá una confederación con capacidad real sin organizaciones de base.

El sindicalismo de base se tiene que extender desde los espacios naturales que habitamos cada día y en los que surgen las resistencias ante cada una de las opresiones que vivimos

En definitiva, queremos poner las bases para la construcción de un sindicalismo que ponga la vida –y no solo el trabajo o la vivienda– en el centro. Un sindicalismo de base que se tiene que extender desde los espacios naturales que habitamos cada día y en los que surgen las resistencias ante cada una de las opresiones que vivimos. Un sindicalismo integral que se enfrenta a todas las dimensiones de la crisis y que, a su vez, es capaz de dibujar una estrategia conjunta colectivamente. Un sindicalismo revolucionario que no espera a la toma del poder para prefigurar con sus luchas la vida que buscamos. En definitiva, un sindicalismo, tal y como defendía Salvador Seguí, que “empiece siendo un arma económica de defensa pero que termine siendo una agrupación política de los postulados de la libertad”.  

Este texto es una versión resumida del texto original, publicado en la revista Zona de estrategia en abril de 2024

Este artículo se publicó en Libre Pensamiento nº 118. Verano 2024.