José Luis Carretero Miramar, secretario general de Solidaridad Obrera.
Se puede experimentar con la conformación de secciones sindicales de centro de trabajo o de cadena de valor, que incorporen gente de distintas empresas (principal, contratas, ETT, estudiantes). Eso no excluye la necesidad de legalizar una sección en cada empresa, pero podría funcionar como un mecanismo interno de coordinación de la gente trabajadora de una determinada cadena de valor, al estilo de los sindicatos únicos o las federaciones de industria.
El mundo laboral es un infierno. El trabajo por cuenta ajena es una maldición bíblica y nuestra vida productiva se ha convertido en un angustioso desierto de precariedad, temporalidad, estrés, servilismo y autoritarismo. Los jefes hacen lo que quieren. No tenemos defensa. Nadie quiere resistir, porque resistirse es acabar en la calle. Los sindicatos no nos defienden. Todos son iguales. Mira por lo tuyo y no pretendas hacer frente al patrón. Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.
Así es como define el mundo laboral la clase trabajadora de nuestro país en este momento. Nadie cree que pueda haber esperanza. Viviremos peor que nuestros padres, y nuestros hijos aún peor que nosotras. Los sindicalistas comen gambas en las terrazas, gracias a habernos vendido.
Los obreros y las obreras ya no existen, según las diatribas reiteradas hasta la saciedad por todos los tertulianos televisivos, los patrones de pequeños comercios y los jóvenes aspirantes a intelectuales, académicos y políticos. La clase trabajadora ya no es el sujeto de la Historia, sino su más paciente burro de carga.
¿Por qué estas falaces visiones de la realidad social se han expandido hasta el infinito en las últimas décadas? ¿Por qué la juventud obrera ha mamado hasta la saciedad estas tóxicas doctrinas y las repite acríticamente? ¿Por qué no puede defenderse la clase social que se imaginó “partera de la historia” y rompió en su despertar, en el siglo pasado, todos los diques que condenaban al mundo a una eterna repetición de sí mismo?
Nuestro mercado laboral (el mercado donde se vende y se compra la fuerza de trabajo obrera, es decir, la vida humana misma) ha venido siendo convulsionado por una serie de procesos interdependientes que han edificado el escenario de la desolación que la clase trabajadora está viviendo en estos momentos. Detengámonos a analizar algunos de los pilares fundamentales de una nueva realidad productiva que, en su despliegue, ha delimitado un inédito campo de batalla para la lucha de clases, en el que el sindicalismo se ha enfrentado a retos para los que no estaba preparado.
Flexibilidad y precariedad. La sucesión de reformas laborales como diseño inteligente del sufrimiento obrero.
Las reformas de la legislación laboral han sido continuas desde la aprobación del Estatuto de los Trabajadores en 1980. Cada cierto tiempo, el gobierno de turno presenta una nueva propuesta de cambio del ordenamiento laboral. Sin embargo, prácticamente todas estas reformas han constituido, realmente, ofensivas decididas contra los derechos de las personas trabajadoras y sus condiciones de trabajo.
Eso explica el pesimismo irredento que se filtra en todos los ámbitos de la sociedad. En las últimas décadas, hemos pasado de que los despidos improcedentes implicasen la readmisión obligatoria de la persona trabajadora, a discutir hasta donde se puede rebajar la indemnización que ha de cobrar en dicho caso, para irse a su casa. Y la indemnización siempre baja en cada nueva reforma. Hemos pasado del concepto de que las condiciones acordadas en convenio no se podían empeorar en el siguiente, a desentrañar la normativa que permite que las empresas puedan desvincularse unilateralmente de las condiciones pactadas en la negociación colectiva.
No es algo casual ni inesperado. Las reformas laborales han partido de una tesis central que empuja a un creciente desconcierto obrero: la flexibilidad crea empleo.
La teoría es simple; cuántas más facilidades le demos al empresariado para contratar, despedir o cambiar las condiciones de trabajo, más dispuesto estará a invertir su dinero contratando. Por lo tanto, a mayor flexibilidad, menos paro.
Hay quien pretende, además, ornamentar esta argumentación afirmando que, en los mercados cambiantes y complejos de hoy, la mayor flexibilidad permite, también, mayor productividad del trabajo y, por tanto, mayor competitividad de las empresas que, al crecer gracias a ello, “crearán” (de nuevo) más empleos.
Lo cierto es que ese crecimiento desbocado del empleo tras cada nueva reforma laboral flexibilizadora no ha llegado jamás a producirse. El paro es un fenómeno endémico en el mercado laboral español. De hecho, el nivel de desempleo en el Estado español sigue siendo, décadas después, de los más altos de Europa. Con una circunstancia agravante que no se suele comentar: las cifras de desempleo se multiplican a mucha mayor velocidad en España que en el resto del continente, cada vez que se desata una crisis económica. Los empresarios despiden muy fácilmente (muy flexiblemente) y optan por la extinción del contrato antes de intentar mantener los puestos de trabajo, cambiando las condiciones de su desempeño. La única excepción a esta regla, quizás, la ha constituido la crisis derivada de la pandemia de Covid-19, en la que se han utilizado masivamente las suspensiones de contrato y las reducciones de jornada (los famosos Expedientes de Regulación Temporal de Empleo -ERTE-), en lugar de los despidos, gracias a generosas ayudas públicas
La famosa flexibilidad se ha ido implementado en dos movimientos sucesivos: primero se facilitó la llamada “flexibilidad externa” (generación de nuevos tipos de contratos y facilitación del despido) y, después, al hilo de la aprobación por la Comisión Europea de su “Libro Verde” sobre la “flexiseguridad”, se pasó a hacer mayor hincapié (sin abandonar la anterior) en la denominada “flexibilidad interna” (facilidades para la modificación unilateral, por parte de la empresa, de las condiciones de desempeño del trabajo).
A esto le ha acompañado una decidida expansión de las dinámicas de “descentralización productiva”, es decir, de subcontratación. Las contratas y subcontratas multiplican la precariedad al fragmentar la fuerza de trabajo y los convenios colectivos, creando diferencias de condiciones de trabajo en el marco de cadenas de valor unitarias. Un proceso que se acompaña de la utilización de formas diversas para operar el mismo efecto: contratas, subcontrastas, Empresas de Trabajo Temporal (ETT), empresas multiservicios, falsa autonomía, trabajo-formación…ni el gobierno “más progresista de la Historia” se ha decidido a intervenir de forma definitiva en esta maraña legislativa que permite la fragmentación de la fuerza de trabajo y la huida del Derecho Laboral.
Una huida que se profundiza con el impulso de modelos de negocio vinculados con las nuevas tecnologías como las llamadas plataformas “colaborativas”, pero que también se implementa mediante mecanismos de trabajo-formación que atan a gran parte de la juventud a una especie de minoría de edad laboral perpetua: siempre “en prácticas”, siempre “aprendiendo”, pero siempre con menos derechos.
¿Cómo puede reaccionar el sindicalismo combativo a estas dinámicas? ¿Cómo podemos organizarnos mejor? ¿Qué hacer?
Las alternativas sociales emergen de las luchas reales, una vez son analizadas y debatidas por quienes las implementan. Determinar estrategias no es una ejecutoria específica para expertos o académicos. Si las nuevas estrategias no son comprendidas y asumidas por quienes estarán en la primera línea de las luchas, son papel mojado. Si quienes luchan no teorizan sobre sus propias luchas, el proceso de aprendizaje sindical no supera el estadio de una conciencia externa, un pensamiento abstracto de “profesionales orgánicos” que suele provocar errores de bulto cuando se pretende implementar mecánicamente en lo concreto.
Lo que queremos decir es que, desde una revista, podemos hacer propuestas, plantear hipótesis, abrir caminos. Pero sólo la experimentación cotidiana de la clase trabajadora puede forjar las nuevas herramientas. Eso implica un doble movimiento, que se repite en una espiral ascendente: luchar, pensar y debatir sobre la lucha, volver a luchar, volver a pensar y debatir sobre lo que ha pasado.
Veamos, pues, algunas hipótesis para la experimentación sobre un nuevo sindicalismo:
-Se puede experimentar con la conformación de secciones sindicales de centro de trabajo o de cadena de valor, que incorporen gente de distintas empresas (principal, contratas, ETT, estudiantes). Eso no excluye la necesidad de legalizar una sección en cada empresa, pero podría funcionar como un mecanismo interno de coordinación de la gente trabajadora de una determinada cadena de valor, al estilo de los sindicatos únicos o las federaciones de industria.
-El objetivo de las secciones de cadena de valor o de centro de trabajo podría ser forzar formas de negociación colectiva específica en ese ámbito. El ordenamiento jurídico lo permite, aunque las empresas tratan de evitarlo en todo momento.
-En sectores especialmente precarizados es cada vez más evidente que las luchas exitosas se plantean con una plasticidad social y territorial muy amplia. Es decir, se vuelve muy importante la visibilidad social del conflicto y el apoyo del barrio. La apertura de locales sindicales barriales en las grandes ciudades, que impulsen ateneos que mantengan una relación directa con los movimientos sociales locales, o la participación estable del sindicato en los espacios de estos movimientos y en la prensa local, van a ser cada vez más importantes.
-Igualmente, se pueden impulsar hojas o boletines de información local o distrital de los sindicatos, abiertas a las noticias y cartas de opinión de los movimientos sociales, para mantener esa articulación necesaria con lo local. Hablamos de espacios físicos y hojas en papel, porque implican un diálogo efectivo, aunque problemático, que obliga a intercambiar ideas y a tomar decisiones. Pero, si la participación de la militancia sindical en los movimientos sociales locales es habitual y presencial, esto podría hacerse perfectamente de manera virtual, en las redes sociales, como complemento de una relación que ya existe.
-El uso de las nuevas tecnologías por las empresas, como la Inteligencia Artificial, nos plantea un reto de una magnitud brutal. La Ley Rider establece que la representación de los trabajadores tiene derecho a conocer los algoritmos empresariales que afecten a las condiciones de trabajo. Pero eso implica la necesidad de que el sindicato desarrolle un mecanismo ágil de análisis experto de dichos algoritmos. Hace falta gente que sepa analizarlos, y que sepa, después, explicar de forma clara a la afiliación qué es lo que ha visto. Debemos tener militancia experta en las nuevas tecnologías y, además, impulsar dinámicas de formación de la afiliación en ámbitos relacionados con su aplicación práctica en el entorno laboral.
-Un problema evidente del mundo sindical actual es el envejecimiento de la afiliación y la falta de relevo generacional en muchos ámbitos. Hemos de tener presente que ese mismo efecto se está produciendo en toda la sociedad: la nuestra es una tierra con una población cada vez más envejecida, y en la que la ubicuidad del paro juvenil y los mecanismos de “trabajo-formación” de los que ya hemos hablado, impulsan una desconexión creciente de la juventud con respecto a la actividad sindical en la empresa. Rejuvenecer los sindicatos es enormemente importante de cara a las próximas décadas, e implica estar atentos a los nuevos códigos culturales juveniles, a sus formas específicas de expresión y comunicación, y construir espacios en los que la juventud militante pueda interactuar con las generaciones anteriores y construir ámbitos de autonomía organizativa y experimentación sindical.
-Una cuestión estrechamente relacionada con la anterior, es la cuestión de la clase obrera de origen migrante y de la diversidad en general. Una sociedad envejecida precisará de fuerza de trabajo migrante para sostener la productividad y el sistema de pensiones. Las migraciones no van a parar, sino que van a ir a más. Los mismo ocurre con las mujeres: pese a los intentos del neoconservadurismo destinados a reconducirlas de nuevo a lo tradicional y lo doméstico, el sistema productivo no se puede permitir que abandonen el mundo laboral.
Eso implica que nuestra sociedad es, y cada vez será más, una sociedad tremendamente diversa. La hegemonía de la clase obrera “blanca, conservadora, masculina, nacional” es una idealización distorsionada de algo que nunca llegó a ocurrir. La clase trabajadora actual es diversa, multicultural, cada vez más feminizada, adepta a todo tipo de religiosidades, costumbres o formas de vida (incluyendo, por supuesto, todas las formas diversas de afrontar la propia sexualidad). Nuestros sindicatos deben hacer un trabajo específico y sistemático para acoger a toda esa diversidad y enfrentar los problemas específicos de cada fragmento de la clase trabajadora, al tiempo que tienen que ser capaces de dotar a esas mismas multitudes diversas de una visión global y de conjunto de los problemas sociales. La lucha feminista, la de la población de origen migrante, la de la juventud atada al trabajo-formación…son luchas que han de nutrir la actividad y el pensar de nuestros sindicatos. Luchas tan importantes como las que buscan el alza de salarios en el sector industrial. Hay que atender a las necesidades y las luchas de todas y, al tiempo, construir un marco analítico que nos permita entender las bases de la totalidad capitalista que fundamentan los procesos concretos y diversos de explotación y opresión.
-Y, por último, debemos renunciar a todo fatalismo, a todo pesimismo, a toda idea que nos empuje a la inercia, el conformismo o el derrotismo. El mundo va a cambiar. Todo se transforma constantemente. Nuestro trabajo, como personas dignas, es que ese cambio se dé en dirección a la solidaridad y la luz, la libertad y la cooperación. Nuestros sindicatos son herramientas para la liberación humana. El deseo es la principal fuerza motriz de la historia. El deseo que no es ensoñación pasiva, sino construcción de posibilidades y acontecimientos reales. En palabras de Salvador Seguí:
“Como usted ve, queremos, y al querer, se hará”.
Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 116, invierno 2024