Nat Pereira Martín, ella/elle
Imagínate una fábrica. Una fábrica industrial, con humo y ruido de metales chocando, de válvulas, de grandes máquinas oxidadas con tuercas y tornillos y paneles sucios de aceite de engrasar. Como una peli de los ochenta, sí. Personas en la fábrica, trabajando concentradas para que salgan las piezas que se fabrican.
Es una fábrica muy antigua, que tiene mucho éxito, que se ha sabido adaptar bien a los cambios y su modelo de negocio es tremendamente lucrativo. En esta fábrica se produce La Familia.
Si la unidad básica de capitalismo, es el trabajo, la unidad básica de heteropatriarcado, es La Familia. Y no es casualidad que estén increíblemente enlazadas: al fin y al cabo, los trabajadores dependen y forman parte de las familias y vice-versa, y sin ellas, no habrían llegado, ¡ni a ser trabajadores!
Como dicen las economistas feministas, el hombre champiñón, no existe sin las personas que lo cuidan durante toda su infancia, cuando enferma, incluso cuando se arruina, y cuando se rompe una pierna o envejece.
¿Y qué piezas forman parte de La Familia? ¿Qué piezas se fabrican en esta fábrica de la que hablamos? Aquí se decide que beber cerveza, mirar el fútbol y hacer trabajos pesados o bien pagados es de hombres, que tienen que hablar alto y profundo y ser analfabetos emocionales. Las mujeres tienen que ser delicadas y bellas y amar los cuidados. Se decide qué corte de pelo, color y actividad le corresponde a cada uno-a.

Si un hombre se expresa como una mujer o viceversa, la penalización debe ser muy dura, muy violenta, y también se diseña en esta fábrica. Y tiene que haber todo tipo de incentivos, incluso fiscales, o laborales, para la familia y el matrimonio, por ejemplo, ¡dos semanas de vacaciones a quien se case! Esto está, en el Estatuto de los Trabajadores, ni más ni menos. Es decir: en esta fábrica se fabrica primero el Binario (división fundamental social), y después, la Heterosexualidad (el régimen).
Las piezas se priorizan por orden de importancia. Las hay más fundamentales que otras. A veces aparece un ingeniero que introduce una leve reforma para que la pieza siga cumpliendo su lugar fundamental: matrimonio igualitario, no vaya a ser que quieran abolir el matrimonio, y, por tanto, la forma de organizarse en familia. El Heteropatriarcado, como el capitalismo, es muy hábil adaptándose para nunca cambiar esencialmente.
En esta fábrica de La Familia, se construyen las ideas culturales de cómo ser hombre y cómo ser mujer, cómo comportarnos entre todos-as, cómo jerarquizar nuestras creencias y distribuir el poder, desde casa, hasta los confines de la organización social.
Trabajadores del binario
Es tan hábil esta fábrica que tiene como trabajadores y trabajadoras a todas las personas del planeta, entrenadas para que cuando una persona está embarazada la primera pregunta sea: ¿es niño O niña? Como categorías no solo excluyentes entre sí, sino como categorías fundamentales y fundacionales de cada vida humana y por tanto de las sociedades al completo. Tan fundacional que el mismísimo nombre de ese feto irá después de haber “desvelado” su “sexo” y será la segunda pieza de información que le acompañe.
Desde la teoría y la práctica política y disidente queer se ha demostrado mil veces como el género, y también el sexo, son ficciones políticas, con la única función de oprimir determinados cuerpos (y territorios) y expoliarlos, ordenando el mundo, el lenguaje y la arquitectura mental de cada persona en dos categorías ficticias (masculino y femenino) que son fundamentales de todas las jerarquías de poder y organización social.
Se ha demostrado bien como mediante un minucioso proceso de socialización que comienza antes de nacer, se inyecta el binario con la insistencia del más absoluto absurdo: ¿de verdad necesitábamos dividir hasta los colores? ¿En serio rosa-azul? ¿se nos ha ido la olla?, con colaboración de la familia nuclear en primer lugar; las instituciones, desde el registro civil hasta la escuela, pasando por todas las sanitarias; y los medios de comunicación, redes sociales y comunitarias y otros aparatos de corrección y vigilancia del género que hacen un trabajo de fábrica sea preciso y omnipresente.

“Los sistemas de opresión, no vienen por separado”
Pero, ¿qué tiene que ver esto con el Capitalismo, con el trabajo? ¿Por qué dicen las feministas que el heteropatriarcado y el capitalismo son la misma cosa?
La riqueza y privilegio del capital concentrado en los poderosos, que son señores blancos cis-hetero en su mayoría, es la directa consecuencia de la violencia de clase, de género y colonial y racista. Que son indisolubles entre sí.
Si no fuera un heteropatriarcado capitalista, o un capitalismo heteropatriarcal, tendrían una forma muy diferente. Igual que si no fueran coloniales. En realidad, no estamos mirando a tres sistemas de opresión separados, porque, como dice Adriana Guzmán, los sistemas de opresión no vienen nunca por separado, sino que, como dice María Lugones, son co-constitutivos, o co-constituyentes: se necesitan mutuamente para operar.

El capitalismo ha necesitado la trata de personas, la esclavitud, mano de obra gratuita a cambio de vidas humanas en una relación de poder geográfica muy concreta, imperialista. Y esto es tremendamente importante para el capitalismo que vivimos hoy, no podría haberlo sido y la explotación colonial de personas y recursos, es decir, que toda la ropa que llevas haya sido cosida en un lugar donde han pagado a alguien menos de lo que te pagarían a ti por hacer lo mismo, es la Colonialidad y el Capitalismo, indisolubles. Que además haya sido una mujer, o una niña, es el Patriarcado en consonancia. Y así en un ejemplo rápido podemos ver cómo si obviamos una de las tres miradas críticas de análisis, estaremos obviando un sistema de poder absolutamente crucial para entender esa violencia, o ese operar del sistema.
Para oprimir a las mujeres de una manera feroz, el patriarcado (y el capitalismo y el colonialismo) necesita(n) una distinción muy fuerte entre hombres y mujeres, es necesario que todo el mundo se crea determinados lemas:
- Solo existen hombres y mujeres
- Todas las personas sin excepción han de ser o lo uno o lo otro
- Se enrollan entre sí y solo así (lo natural y lo normal, de hecho, lo ideal, es una pareja matrimonial, es decir, monógama, larga y hetero).
- Se asigna el género con un vistazo genital al nacer, o incluso antes.
- Quien afirme (o haga) lo contrario, merece un castigo (como por ejemplo no poder ni cagar ni mear en un baño porque están etiquetados por género).
Las disidencias de género han llegado para detectar todas estas tonterías que nos hemos creído y subvertirlas con metodologías gamberras y de práctica política de calle. Las drag queens y kings son un ejemplo de belleza sublime de esta práctica política tan disfrutona y tan profundamente radical.
Nombraron las bolleras (Adrienne Rich en concreto) la heterosexualidad como un régimen que va mucho más allá de con quien te acuestes, que pone en relación todos estos sistemas de poder con tu imaginario sexual y la forma específica en la que nos relacionamos las personas humanas y en el cómo fluye el poder entre nosotras y nuestras sociedades. Y también cómo las formas de pensar son heterosexuales (esto es de Monique Wittig) y cómo eso empapa todo lo que podemos atisbar a imaginar.
La resistencia y la disidencia heterodisidente, Queer, es por tanto una fuente, un manantial, de inspiración y práctica para imaginar y practicar un mundo diferente, donde el Capital y el Trabajo, la Cisheteronorma y la Familia, sean destruidas por fin para imaginar un mundo nuevo con la vida y el placer, en el centro.
Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 121, primavera de 2025



