Ana Muiña. Escritora, editora de la editorial La linterna sorda, diseñadora gráfica e investigadora en Historia Social y movimientos feministas.
La interminable era borbónica de la Restauración, con sus estados de excepción y de guerra, es uno de esos periodos aciagos en los que el terrorismo se iniciaba por el propio Estado. Durante los años más duros del pistolerismo patronal (1913-1924), sobre todo en Barcelona, algunos minoritarios sectores obreros no se dejan doblegar y reclaman el uso de la violencia en legítima defensa. Surgen los grupos de acción y de afinidad anarquista, en los que un sinfín de mujeres colaboran y otras muchas secundan “la dinamita”. Hoy, tenemos que seguir levantando la conspiración del silencio que se cierne sobre estas arrojadas militantes.
“Sólo en España se hace todo impunemente”, “¡Tanto hablar de liberalismo! ¿Qué saben de eso ni qué les importa?” escribía en 1918 el periodista libertario, Luis Bonafoux. Con sus vómitos de tinta arremetía contra la política y los políticos de la Restauración: “la borricada del partido asnal”, “el sable y la sotana”, “el pudridero nacional”, la “cacápolis”. Su colega, José Nakens (encarcelado con Francisco Ferrer y Guardia), desde las páginas de “El Motín” se enorgullecía de “sostener solo esta lucha contra la reacción más desenfrenada que ha existido en España”, y sus sonetos contra los conservadores corrían de boca en boca: “Esos que van del templo a la ruleta… Trajeron la ganzúa en la chaqueta… y son ‘conservadores’ de lo ajeno”. Entre este ramillete de periodistas de combate hostigado no podían faltar Soledad Gustavo de “La Revista Blanca”,Teresa Claramunt del “El Productor”, Ángeles López de Ayala y Belén Sárraga de “La Conciencia Libre” (1896-1907), diario dirigido y escrito por “mujeres conscientes y racionalistas”. Rosario de Acuña, en 1911, para no ir a prisión tuvo que exiliarse en Portugal por denunciar en el artículo “La jarca [gentuza] universitaria” a los estudiantes neoconservadores de Acción Católica que insultaban y apedreaban a las incipientes universitarias que osaban asistir a la Universidad madrileña.
La interminable era borbónica, con sus estados de excepción y de guerra, es uno de esos periodos aciagos en los que el terrorismo se iniciaba por el propio Estado. La colaboración y complicidad de las organizaciones patronales, financiadas por la burguesía, con las autoridades gubernativas y la policía, llegaban a situaciones extremas como las acaecidas en Barcelona entre 1912 y 1924. Desde una recién creada Dirección General de Seguridad sale la brigada del “anarquismo y socialismo”, que en Barcelona actúa con contundencia al inicio de 1913. Rosario Dulcet, Ángel Pestaña y Salvador Seguí denunciaban la proliferación de agentes provocadores y parapoliciales durante la huelga del textil catalana de 1913, aunque su aparición venía de atrás. Este submundo de confidentes y agentes provocadores alcanzó su época dorada durante la Gran Guerra, gracias a las extensas redes de espionaje establecidas en Barcelona tanto por los alemanes como de los aliados. Ahí actuaba Mata Hari y otras espías.
En 1919, la CNT tiene 800.000 afiliados (medio millón en Cataluña). La UGT también crece con 160.000 militantes. El Estado y el Gobierno persiguen violentamente a la CNT después de la huelga revolucionaria de la Canadiense. Los empresarios aunque previamente estaban organizados, crean para la ocasión la Federación Patronal Española, quien organiza y financia el Sindicato Libre (Unión de Sindicatos Libres), el pistolerismo patronal, dirigido por Bravo Portillo. Cuentan con el apoyo económico de la Iglesia. El cardenal arzobispo de Zaragoza Juan Soldevila Romero, con los beneficios que obtenía a través de un entramado empresarial de casinos y hoteles, subvencionaba e instigaba a los matones. Se estrenan con premura en el terrorismo de Estado. Bajo las órdenes del Sindicato Libre, compuesto por esquiroles, rompehuelgas y gente de baja estofa, armados con pistolas y gozando de total impunidad gubernamental, casi 600 sindicalistas fueron cayendo abatidos por las balas o reventados a golpes. Sembraban el terror: en Barcelona y sus alrededores, sólo en 1921 fueron asesinados 311 sindicalistas, 61 en el siguiente año y 117 militantes en 1923. El fascismo español y sus métodos criminales se originaron en 1919. Los jóvenes pistoleros del Sindicato Libre serán los futuros falangistas de la década de 1930”. (Extraído de “Rebeldes periféricas del siglo XIX”, Ana Muiña, La linterna sorda, 2008 y 2021).
La codicia por amasar los fabulosos beneficios obtenidos por la industria catalana “neutral” durante la Gran Guerra, abasteciendo a ambos bandos, les hará aplastar con brutalidad las reivindicaciones de una mísera clase obrera. Lo temidos “locaut”, como se llamaba popularmente a los cierres patronales, castigaban a morir de hambre a quienes alzaban la voz. Micaela Chalmeta, pionera cooperativista, era ya muy conocida en Barcelona cuando en 1918 participó con otras mujeres en las huelgas y los saqueos a las tiendas de abarrotes, debidos al gran desempleo y al aumento desorbitado de los precios de los alimentos. Ella, Teresa Claramunt y muchas más propiciaron motines por las subidas de los precios de los alquileres. En ese mismo año se crea el Sindicato Unión de Inquilinos, para poder defenderse “todas las víctimas de los caseros”, según da cuenta “Solidaridad Obrera”, del 10 de septiembre de 1918.
Las redadas, la cárcel y la brutalidad policial también recaían sobre las más entregadas. Francisca Saperas y sus hijas sufrirían lo indecible. Sara Castell, entre los barrotes, voceaba “¡Abajo los cubiles carcelarios! ¡Viva la libertad!”. La anciana Patrocinio Gallego muere en prisión en 1922 después del atentado de Dato por simpatizar con el anarquismo y vivir con un militante. Carmen Paredes, impresora de la editorial “Vértice” y del diario “Acracia”, siempre estaba en peligro. Josefa Crespo Ballester, a los 18 años de edad es apresada y torturada en 1921 tras colaborar en un grupo de acción donde perdió su mano al manipular explosivos. (“Lucía Sánchez Saornil, entre mujeres anarquistas”, Ignacio Soriano, La linterna sorda, 2021. “Enciclopedia histórica del anarquismo español”, Miguel Íñiguez, Asociación Isaac Puente, 2008).
En este espacio de tiempo, cuando algunos minoritarios sectores obreros intentan no dejarse doblegar y utilizan procedimientos similares a Bravo Portillo y al barón de pega Köening, los aparatos del Estado echan mano de los generales Martínez Anido y Milans del Bosch, y Arlegui, el jefe de policía de Barcelona. Sin exagerar, esos años superan la barbarie que por esas mismas fechas practicaban las bandas de gánsteres de Chicago. La Ley de fugas se popularizó en 1921, legalizando el asesinato a sangre fría, en las comisarías y en la cárcel, con la excusa de falsos intentos de evasión.
Entre quienes caen bajo las pistolas del terrorismo blanco están destacados anarcosindicalistas: Evelio Boal, José Canela, o Francesc Comas (Perones), muerto a tiros en la barcelonesa calle Cadena junto a su compañero inseparable, Salvador Seguí, en marzo de 1923. El asesinato del Noi del Sucre, por la espalda, pese a llevar siempre en su bolsillo una Browning, tuvo repercusión en muchas ciudades con tensas algaradas y desencadenó la preponderancia cada vez más generalizada de los sectores radicales dentro de las organizaciones obreras.
La reacción defensiva obrera fue una contestación violenta, pero infinitamente menor a la ejercida contra ella. Albert Camus decía, en “La sangre de la libertad”, que el terrorismo de Estado, tanto el irracional como el racional, con todas las instituciones a su servicio no era equiparable a la violencia terrorista, la violencia del individuo desesperado frente a la potencia devastadora del Estado, “el crimen perfecto que convierte a los asesinos en jueces”.
Efectivamente, para plantar cara a las persecuciones y al terror institucional, dentro de algunos sectores anarquistas surgen los grupos de acción, los grupos de afinidad que se vuelcan en la lucha revolucionaria con métodos más expeditivos.
Salvador Seguí, siendo un adolescente “piel-roja” se integra en el grupo Els Fills de Puta, luego llamado Els Fills Sense Nom. Junto a Hermoso Plaja y Eusebio Carbó intentarán relanzar en 1913 el diario “La Tramontana” con Agustín Muntaner, hermano de la que al poco tiempo sería la compañera de Seguí hasta su muerte, Teresa Muntaner. Ella, a pesar de no ser casi citada, también procedía del ambiente anarquista, militaba en la Confederación y colaboraba en favor de los presos. Atendía una barbería en el Raval, tuvo dos hijas con su anterior pareja, el anarquista Antonio Puig (un compositor de sardanas), y otros dos más con Seguí. En 1939 se exilió en Toulouse. Peor suerte corrió la maestra racionalista Luisa Garriga, pareja en unión libre de Eusebio Carbó en 1904. Luisa, huyendo de Palamós vivió en Tánger con su familia y su hijo Proudhon. Los nacionales le tenían ganas y en 1936 fue ejecutada en la prisión de Larache.
Durruti, en su estancia guipuzcoana en 1919, crea el grupo Los Justicieros con Gregorio Suberviola, Marcelino del Campo (ambos abatidos por la policía en Barcelona en 1924), Aldabatrecu… y también con Juliana López Máinar, quien acompañaba a Durruti por muchas ciudades para propiciar el nacimiento de la FAI. El grupo se iba ampliando y cambia dos veces de nombre: Crisol y Los Solidarios.
Juan García Oliver, uno de los Solidarios, al recordar a Durruti en 1937, decía: “Nuestro grupo anarquista se fundó en 1923, en unos momentos muy aciagos, muy tristes para la clase trabajadora. Dueños casi de la ciudad, eran las bandas de los pistoleros del Sindicato Libre que patrocinaba la patronal. (…) Había caído el coloso del anarcosindicalismo, Salvador Seguí. Habían caído viejos militantes de nuestro movimiento. (…) Antes de que fuésemos absolutamente vencidos, nos unimos… los reyes de la pistola obrera de Barcelona. Vivíamos y actuábamos disgregados pero hicimos una selección: los mejores terroristas de la clase trabajadora, los que mejor podían devolver golpe por golpe (…). Formamos un grupo anarquista, de acción, contra los pistoleros, la patronal y contra el Gobierno. (…) Y, nosotros, cuando después en la República salimos de las prisiones, continuamos el grupo y entonces nos llamamos Nosotros, los que no tenemos nombre”.
Además de Durruti y García Oliver, recordamos a muchos Solidarios: Ascaso, Jover, Ricardo Sanz, Torres Escartín, Aurelio Fernández, García Vivancos, Eusebio Brau (abatido por la Guardia Civil en 1923); conocemos algunas de sus legendarias hazañas como el robo al Banco de España en Gijón, y a varios bancos de America del Sur, pero sin embargo sabemos muy poco de las militantes que también formaron parte activa de estos grupos, de los que no fueron meras colaboradoras. Aunque también las hubo. En los Expedientes Procesales de la Prisión Provincial de Zaragoza de 1924, en relación al asesinato del arzobispo Soldevila, figura la madre de Salamero Bernad, Tomasa Bernad, enlace entre Escartín y Pilar Laviñeta, que proporcionaba hospedaje a procesados en 1920, así como Mercedes Garreta, encarcelada ese año por tenencia de aparatos explosivos. Josefa López, destacada cigarrera, colaboraba en los grupos de afinidad y pro-presos en la década de 1920, al igual que la adolescente obrera Julia Miravé (entrevistada por Antonina Rodrigo, quien la cita en “Amparo Poch y Gascón. La vida por los otros. Guerra y exilio de una médica libertaria”). La propia Teresa Claramunt también daba cobijo en su casa a huidos, al igual que Lola Iturbe, afiliada al Sindicato del Vestir en Barcelona a los 14 años y volcada en las tareas de ayuda en los tiempos más duros del terrorismo blanco (1919-1922). En la fonda de la madre de Lola se refugiaban muchos compañeros buscados. Rosa Durruti, la única hermana de Durruti. Considerada como “una individua de mucho cuidado” “y si es preciso detenerla, ingresándola en la cárcel”, según el director general de Seguridad en un telegrama cifrado de 1925, acusándola de participar en la liberación de presos. En la década de 1930 siguió su apoyo a los encarcelados, entre ellos, su hermano.
Algunas mujeres de los grupos de acción de los años veinte, que se destacaron después durante la guerra y la revolución social de 1936-39, fueron:
Juliana López Máinar, de la misma tierra que Antonia Maymón (la maestra discípula de Ferrer y Guardia), transportaba hacia Zaragoza parte de los atracos de Los Solidarios. En 1921 se encargó de comprar en Eibar un centenar de pistolas Star, la marca preferida por los grupos de acción. Transportaba dinero oculto entre sus ropas, estuvo encarcelada varias ocasiones –enfermando de tuberculosis–, entre otras, por estar acusada del asesinato del arzobispo Soldevila. Siguió en Los Solidarios preparando la insurrección de 1933.
María Rius, una de las organizadoras del Sindicato del Vestir de CNT siendo una adolescente. Ocultaba a prófugos y organizaba fugas. Detenida en 1924, durante el registro en su casa encontraron explosivos y armas, le cayeron ocho años de prisión.
María Luisa Tejedor, modista, implicada en Crisol y Los Solidarios. En diciembre de 1928 fue detenida en Bilbao, acusada de organizar el complot del Puente de Vallecas para acabar con el rey Alfonso XIII. Salió de prisión, siguió en los grupos de acción y en 1931 volvió a ser condenada a tres años de cárcel.
Ramona Berni, militante del Sindicato Fabril y Textil de CNT en Barcelona. Detenida con su hijo en 1924, participó en las acciones de Los Solidarios junto a su gran amiga Pepita Not. En la década de 1930 dio muchos mítines.
Pepita Not, vivió en Barcelona trabajando de sirvienta y cocinera desde niña. Siendo adolescente, en 1918 frecuenta los ambientes anarquistas y conoce a Ricardo Sanz, su pareja de toda la vida, aunque en las semblanzas biográficas de Sanz casi nunca la mientan. Formó parte de los Solidarios, llevando correspondencia, dinero y armamento a militantes de Asturias, País Vasco, Aragón y Cataluña. Durante la República participó en los grupos pro-presos con Rosario Dulcet y Libertad Ródenas. Tuvo un hijo, Floreal, y a causa de las complicaciones en el parto de su hija Violeta, en junio de 1938 murió en Barcelona. Sara Berenguer, muy unida a la familia Sanz-Not, la admiraba mucho.
Rosario Dulcet, educada en la escuela laica de Soledad Gustavo, destacaba por su oratoria. Le declaran el pacto del hambre por encabezar la huelga textil de 1913 en Sabadell y por la “escandalosa” unión libre con su compañero en 1911. Huye a Francia y se convierte en una ferviente antimilitarista. A la vuelta, en 1917, participa activamente en el movimiento de mujeres contra la carestía y en apoyar las grandes huelgas de los ferrocarriles y de la Canadiense. Es encarcelada durante la dictadura primoriverista. Con la República será la oradora cenetista por excelencia y la mejor propagandista de las colectividades.
Libertad Ródenas. Fotógrafa valenciana de reconocida oratoria en Cataluña y Levante. Pisa las cárceles madrileñas muy jovencita, comenzando una vida de detención y prisiones. Su familia, de tradición libertaria, es una de las más perseguidas por los matones de la patronal y la policía. Asesinan a un hermano y hieren gravemente a otro. En 1917 acude con Dulcet al Ateneo de Madrid para denunciar las masacres del pistolerismo patronal en Cataluña. En 1936 parte al Frente Aragonés como miliciana de la FAI en la Columna Durruti. En la Agrupación Cultural Femenina evacua a 600 niños y en Mujeres Libres se vuelca en el Casal de la Dona Treballadora. Al finalizar la guerra, sus tres hijos son evacuados a Rusia y no da con su paradero. Los busca desesperadamente y al poco de encontrarlos, los nazis asesinan a dos de ellos en la batalla de Leningrado. Muere exiliada en México.
La lista continúa, aunque se ha perdido ya la memoria oral de las protagonistas y encontrar algún apunte biográfico sobre sus vidas y las de otras compañeras aún desconocidas supone rastrear lo inimaginable.
Sigamos levantando la conspiración del silencio que se cierne sobre tantas libertarias de los tiempos de la Restauración. Isabel Hortensia Pereira, la excelente periodista y oradora, escribió en 1920 el opúsculo “Mujeres: ¡Rebelaos!”. Hoy, un siglo después, no sólo deberíamos rebelarnos contra las injusticias y la opresión, sino también por no visibilizarse las huellas que fueron dejando nuestras valientes antecesoras. Nosotras, las que no tenemos nombre…