¡Qué lindo verano! Los sindicatos y la lucha antifascista en Francia.

Gérard Gourguechon, Christian Mahieux. Union syndicale Solidaires

Presentamos un texto escrito por los compañeros de Solidaires sobre el papel del sindicalismo combativo en el verano de 2024, cuando la ultraderecha estuvo muy cerca de acceder al Gobierno de la República francesa.  En este análisis se reflexiona sobre la mejor estrategia sindical para frenar a la ultraderecha y al mismo tiempo mantener su autonomía, sin subordinarse a ningún partido político.

Para adecuarse al formato de Libre Pensamiento, el texto se divide en dos entregas:

  • ¡Qué lindo verano! Los sindicatos y la lucha antifascista en Francia. Libre Pensamiento nº 120
  • Estrategias sindicales tras el lindo verano antifascista de 2024. Libre Pensamiento nº 121

Las elecciones legislativas de 2024

La idea de que Francia pudiera ser dirigida por un gobierno de extrema derecha chocó a algunos sectores de la población. Las elecciones legislativas se celebraron en dos vueltas, el 30 de junio y el 7 de julio de 2024. Muy poco después del anuncio de la disolución, los partidos de izquierda, que acababan de romper la coalición Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES), se reagruparon y acordaron rápidamente un programa electoral, probablemente más de oposición que de gobierno, y un reparto de circunscripciones para evitar competir en el terreno electoral. Además de los ex NUPES (Francia Insumisa, Ecologistas, Partido Comunista Francés, Partido Socialista), el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) se unió a la alianza electoral denominada Nuevo Frente Popular(NFP); Lucha Obrera (LO) presentó sus propios candidatos. La noche de la primera vuelta, las listas de la extrema derecha de Agrupación Nacional ( Rassemblement National -RN-) se impusieron en un gran número de circunscripciones. Si nuestro sistema electoral constara de una sola vuelta, el RN habría tenido una mayoría muy amplia en la Asamblea Nacional. Si el reparto de escaños fuera proporcional a los resultados nacionales de cada partido, el RN habría sido de mucho la primera fuerza en la Asamblea Nacional.

Dentro de la Union syndicale Solidaires, se organizó el debate sobre qué hacer ante un posible gobierno de ultraderecha.

Se decidió llamar a una campaña contra la extrema derecha y sus aliados y seguir planteando nuestras reivindicaciones inmediatas de transformación social. Una minoría recomendó pedir el voto para el Nuevo Frente Popular (NFP). Entre las dos vueltas, el “aluvión republicano” contra la extrema derecha se puso parcialmente en marcha entre los y las candidatas del NFP, algunos seguidores del presidente Macrony, a veces, Los Republicanos, la derecha oficial. Al final de la segunda vuelta, para sorpresa de todos y todas, fue el NFP quien obtuvo más votos, delante del antiguo bando del presidente de la República y luego del RN. Al final, la campaña republicana funcionó en parte, y gracias a las retiradas y al voto mayoritario, el 37% de los votos de extrema derecha sólo dieron el 25% de los diputados. Fue un suspiro de alivio.

La izquierda se convirtió en la mayor minoría parlamentaria, el “centro” aguantó mejor de lo que podía esperar y Macron, que ya aplicaba en parte las políticas del RN sobre inmigración y educación con el pretexto de desarmarla mejor, salió debilitado, pero aún con el segundo grupo parlamentario más numeroso. Sin embargo, la izquierda no debería estar eufórica y actuar como si el programa del NFP hubiera sido aprobado por la mayoría relativa de la ciudadanía francesa: del mismo modo que las votantes de izquierdas que han votado a un candidato centrista o de derechas para vencer al RN no se han convertido en macronistas, las votantes que han venido de las derechas o del centro no por ello se adhieren al programa del NFP habiendo votado a sus candidatos, en contra del RN. Y nadie debe actuar como si la cuestión del RN hubiera quedado zanjada de una vez por todas. 

El papel de los sindicatos ante el avance de la ultraderecha

No queremos mitificar la fuerza del sindicalismo. Conocemos nuestras debilidades, pero el sindicalismo desempeña un papel central en la lucha por la emancipación social. En nuestra opinión, debe desempeñar este papel con total autonomía, lo que nunca ha significado no participar en la política. Al contrario, el sindicalismo es político; construye sus reflexiones políticas, sus acciones políticas, sus objetivos políticos, con total independencia porque es la única fuerza organizada sobre la única base de pertenecer a una clase social, la de los explotados⸳as. Nuestra autonomía como clase social implica que no estamos sometidos a los partidos políticos para hacer política. A la inversa, nunca ha significado que no debamos tener ningún contacto, ningún enfoque común con ellos. En este sentido, parte del debate sobre la necesidad de ir más allá de la Carta de Amiens (el documento fundacional del sindicalismo revolucionario en 1906) no tiene mucho sentido.

La Carta de Amiens postula como principio una independencia de clase, una capacidad de la clase de las oprimidas para tener su propio proyecto emancipador. De hecho, la independencia carece de sentido si la organización supuestamente independiente no tiene su propia visión, sus propias orientaciones estratégicas.

Los modelos socialdemócratas, en sus versiones reformistas y/o radicales, como el laborismo, separan las esferas económica y política y delimitan ámbitos de competencia distintos para las organizaciones sindicales y las organizaciones políticas. […] Lo que ha cambiado desde 1906 es sin duda la pluralidad de actores.

El sindicalismo ya no puede pretender ser autosuficiente y se ve obligado a aceptar trabajar con toda una serie de asociaciones y movimientos de lucha específicos. Por tanto, todo indica que es necesaria una confrontación en el seno del propio movimiento social para desarrollar nuevas perspectivas de transformación de la sociedad. Cada uno de nosotros, a partir de su realidad sociológica y de su experiencia, está en condiciones de aportar elementos que ayuden a construir el conjunto. En este contexto, la capacidad de la organización sindical, también basada en su realidad de clase, para desarrollar elementos de respuestas estratégicas es un reto. Se trata de un reto importante si se quiere que las respuestas del movimiento social estén ancladas en una perspectiva de clase. Este trabajo de desarrollo de los componentes del movimiento social no significa que los partidos y las corrientes políticas sean irrelevantes. Significa que los partidos políticos y los componentes del movimiento social aceptan, en la práctica, el pluralismo y la pluralidad de legitimidades.

No subcontratar nuestra política a los partidos

Durante el periodo que acabamos de atravesar, hemos mantenido debates sobre el posicionamiento de nuestro sindicato en relación con las recientes elecciones.

Estamos de acuerdo con el texto publicado en la página web  syndicalistes.org el 12 de junio por Baptiste Pagnier, militante de la CGT en París:

“¿Por qué intervenir en el juego electoral, a pesar de la larga tradición del sindicalismo francés de distanciarse de las cuestiones políticas? Porque lo que está en juego es nada menos que la llegada al Gobierno de un partido abiertamente de extrema derecha, que pone en juego (entre otras muchas cosas) la propia supervivencia del movimiento sindical. Basta con pensar en el impresionante aparato represivo pacientemente construido en los últimos años, y en el uso que se haría de él si cayera en manos de la Agrupación Nacional…

No hace falta seguir hablando de los obstáculos a la democracia, las políticas racistas, la represión sin cuartel y los ataques sin cuartel a la fuerza de trabajo llevados a cabo por Macron en los últimos años: hemos estado en primera línea luchando contra ellos, y por lo tanto somos bastante conscientes de su magnitud. Pero estamos hablando aquí de un salto cualitativo potencial en la velocidad, la generalización y la violencia de la ofensiva reaccionaria si la extrema derecha ganara estas elecciones.

Por no hablar del efecto liberador que tendría sobre la violencia policial y todas las fuerzas fascistas violentas extraparlamentarias, o sobre los empresarios que tendrían garantizada la total impunidad de nuestras organizaciones sindicales, etc. Por lo tanto, existe un verdadero desafío para frenar lo más posible a la extrema derecha en estas elecciones. No es que esto resuelva la situación política. Pero al menos ahorraría tiempo, nos daría un respiro antes de las próximas elecciones y, sobre todo, brindaría la oportunidad de recuperar el impulso de la victoria y algo de entusiasmo en el movimiento sindical.

Pero no nos hagamos ilusiones: sea cual sea el resultado de estas elecciones legislativas, después necesitaremos un movimiento sindical fuerte. Si gana la izquierda, necesitaremos un poderoso movimiento social para imponer reformas reales y empujarla a ir más allá de una agenda muy tímida (¿hace falta recordar que las conquistas de junio del 36 fueron logradas en gran parte contra el gobierno, por un movimiento obrero despertado y revigorizado por la victoria electoral de la alianza de la izquierda?) Si el partido presidencial conserva su mayoría, sólo un movimiento social aún más masivo que el de 2023 podrá frenar su deriva autoritaria y su voluntad de acabar con todos los derechos salariales. Por último, si gana la extrema derecha, tendrá vía libre para desplegar sus políticas racistas y ultracapitalistas.

En cualquier caso, una derrota electoral de la extrema derecha no sería el final del camino: sus partidos están ahora firmemente arraigados a nivel local, con un gran número de activistas bien formados, y estarán mejor preparados para reaparecer en 2027.

Así que no hagamos falsas promesas: no todo se va a reducir a estas elecciones. No estamos aquí para pretender que el juego electoral es lo único que merece la pena. Sí, hay que reducir al máximo el número de escaños que irán a parar a la extrema derecha en la Asamblea, y enviar el mayor número posible de diputados de izquierdas (por blandos que sean). Pero no debemos hacer de esto la única carta que podemos jugar: el impulso de las próximas semanas debe utilizarse para lanzar un esfuerzo a largo plazo, que es la única manera posible de dar la vuelta a las cosas.

Trabajo a largo plazo para prepararse para lo peor: gane o no la extrema derecha las próximas elecciones, no estará lejos del poder, y tenemos que empezar a pensar ya en qué pasaría con nuestras organizaciones bajo un régimen autoritario, cómo continuar nuestras actividades militantes, cómo hacer frente al aumento de la represión, etcétera. Pero también tenemos que trabajar a largo plazo para prepararnos para lo mejor: promover la ambición sindical de una transformación social radical, basada en una ampliación de la seguridad social y una ruptura ecológica con el pasado. Porque ése es el objetivo que perseguimos, y porque para derrotar la visión social racista de la extrema derecha, necesitamos oponerle otras aspiraciones y otros proyectos susceptibles de suscitar entusiasmo. Estas dos vertientes deben mantenerse unidas, y abandonar una de ellas sería condenarnos a la impotencia. En términos muy concretos, ambas requieren un esfuerzo masivo de sindicalización, un impulso decidido y proactivo para llegar a los empleados no sindicados, redoblar el trabajo de organización y movilizar ampliamente a los equipos de activistas.

Todo ello implica no malgastar energías. Las reuniones simbólicas de partidarias y partidarios convencidos pueden ser útiles para influir en la unión de las fuerzas de izquierda, pero no convencerán a los votantes y rara vez nos permitirán organizar a futuros activistas. Si participamos, debe ser con vistas a celebrar debates para “tomar la temperatura” de los presentes y demostrar que nuestros sindicatos son una salida concreta para la voluntad de movilización. Pero la eficacia de nuestra acción en las próximas semanas dependerá ante todo del tiempo que dediquemos a aquellos a los que no solemos ver: sindicalistas y sindicatos que están fuera de la vida de la organización y a los que hay que volver a movilizar, pero también asalariados no sindicados y desiertos sindicales -normalmente en sectores feminizados- en los que nunca se oirá una voz de izquierdas.

Existe el riesgo de que las fuerzas sindicales se limiten a apoyar el impulso generado por los partidos políticos, delegando en ellos la función de dar impulso y producir eslóganes. Esto sería caer en la ilusión de que las elecciones son autosuficientes. Una vez más, no se puede detener a la extrema derecha de la noche a la mañana. El auge del fascismo es también producto del debilitamiento del movimiento sindical, de su incapacidad para adaptar sus estructuras para organizar a los trabajadores de hoy y ofrecer una perspectiva emancipadora que sea unificadora y creíble […]”.

Siendo realistas, sabíamos que el resultado de las elecciones parlamentarias podría ser con toda seguridad un gobierno de extrema derecha, dada la actual correlación de fuerzas ideológica y cultural. Siendo realistas de nuevo, dado que el actual sistema democrático nos permite más o menos elegir el gobierno al que nos vamos a enfrentar mejor elegir uno que se presente como lo menos agresivo posible hacia nuestras reivindicaciones. Por eso la posición mayoritaria de nuestro Sindicato, ni un voto para la extrema derecha, parece un buen equilibrio. Algunos camaradas y algunas estructuras han argumentado que el riesgo de que la extrema derecha se hiciera con el gobierno era un acontecimiento excepcional que justificaba que pidiéramos abiertamente el voto para el Nuevo Frente Popular.

Pero pedir el voto para el Nuevo Frente Popular era pedir el voto para un aparato sobre el que, colectivamente, no teníamos ningún control; era también permitir a algunos creer que podían contar con nuestro apoyo. Vimos cómo la NUPES, que también habían entusiasmado  a algunos y algunas camaradas, estallaba por los aires. Una minoría propuso incluso unirse al Nuevo Frente Popular, integrándose en él como organización sindical. Es decir: renunciar a nuestra capacidad colectiva autónoma de reflexión, desarrollo y acción, para ponernos al servicio de cuatro partidos políticos que ya habían decidido sin nosotros (ni otros movimientos sociales) los puestos a repartir, obviamente, pero sobre todo el programa, y por tanto las reivindicaciones; NFP que, posteriormente, nunca se apartó de esta visión vertical, excluyente, y por tanto antidemocrática, de la política.

De acuerdo con los principios a los que decimos referirnos actualmente, los de la autonomía del movimiento obrero (sabiendo que siempre es posible cambiarlos tras los debates en nuestros equipos sindicales), tenemos que intentar salvaguardar la autonomía de nuestra organización sindical, es decir, no limitar sus posibilidades de elección futura mediante una decisión que la vincule a través de un compromiso sobre el que no tendría ningún control.