Maite Blanco, Mari Ángeles García, Rosa Merino y Francisco Romero. Fundación Salvador Seguí.
El atentado individual no acabaría con la burguesía, tampoco con la policía ni con los esquiroles, no supondría ningún avance para acabar con el sistema capitalista, no sería el camino para llegar a una nueva sociedad. Pero aquella violencia en forma de autodefensa fue necesaria ante un exterminio planificado para acabar con la CNT. Seguí, aunque condenaba la violencia, la entendía inevitable en determinadas circunstancias, que analizamos a continuación.
La trayectoria sindical de Salvador Seguí se desarrolla en una época y en un ambiente violento y pleno de conflictos sociales. Al telón de fondo de la Primera Guerra Mundial hay que añadir las guerras coloniales de España durante el siglo XIX y el conflicto de Marruecos con los sucesos de 1909 (Semana Trágica de Barcelona) y desastres como el de Annual en 1921.
Para tratar de comprender la situación que vive el sindicalismo en España hay que tener en cuenta que la violencia, durante el siglo XIX y parte del siglo XX, forma parte de algunas corrientes del anarquismo que la practicaron con mayor o menor profusión y que fueron las organizaciones sindicales de influencia libertaria, dada su afinidad ideológica, las que sufrieron las consecuencias represivas.
Esta violencia puntual, cuya manifestación más radical es el magnicidio, pretende la sublevación del pueblo, también es practicada para responder a la violencia indiscriminada de los órganos del Estado y genera siempre una importante represión que se ceba en todo tipo de organizaciones, especialmente en las sindicales y en sus militantes más destacados, ocasionando su ilegalización, persecución y desarticulación, aunque no exista ninguna complicidad con los hechos. En algunas ocasiones son las mismas fuerzas de seguridad del Estado quienes con la colaboración de elementos del hampa realizan atentados para atribuirlos a los anarquistas y desatar la represión.
Los conflictos laborales y los intentos de organizarse por parte de los trabajadores fueron tratados por los diferentes gobiernos como problemas de orden público, utilizando para solucionarlos, fuerzas policiales e, incluso, el ejército. Esta ausencia de reconocimiento del sindicalismo genera el deterioro de los conflictos y permite que la violencia pase a primer plano.
El sabotaje, los apedreamientos de edificios y fábricas, las amenazas, las agresiones individuales y la violencia contra los esquiroles formaban parte de los conflictos laborales y eran respondidos por los patronos con las listas negras de trabajadores rebeldes, la contratación de esquiroles y vigilantes armados, así como el recurso a las fuerzas de orden público. Esta violencia, que podemos denominar como de baja intensidad, está propiciada, principalmente, por la falta de unos cauces legales y como consecuencia de un empresariado reaccionario.
Cuando la violencia es Terrorismo de Estado
El cambio de paradigma en la violencia se produce a partir de 1916 con los atentados provocados por los pistoleros de la patronal dirigidos por Bravo Portillo. Hasta 1917 la violencia tiene su lugar en el contexto del conflicto, siendo después cuando se iniciaría una espiral de violencia continuada que trasciende el ámbito del conflicto laboral. Grupos de afinidad, independientes del sindicato, tratan de responder a la violencia patronal con la violencia obrera.
La aparición de los pistoleros del llamado “Sindicato Libre”, fundado en diciembre de 1919, financiado por la patronal y apoyado por las fuerzas de seguridad supone un grado más en dicha espiral. La actuación de las diversas fuerzas de seguridad y jueces con sus detenciones masivas, malos tratos, torturas y ajusticiamientos indiscriminados generaban una desconfianza absoluta y odio hacia las autoridades. La falta de credibilidad en el Estado era total ya que siempre apoyaban y justificaban a una de las partes en litigio, los patronos. Las bandas de pistoleros de la Patronal campan a sus anchas dirigidas, primero por el expolicía Bravo Portillo y tras su asesinato, por el llamado barón Köening.
Hay que añadir el Somatén, cuerpo armado de ciudadanos, en su mayoría burgueses y pequeños burgueses, que en enero de 1919 se reorganizó y pasó rápidamente de 8.000 voluntarios armados, a las órdenes del capitán general Milans del Bosch, hasta agrupar a 60.000 hombres. Su labor se centraba en mantener el orden en las calles impidiendo el cierre de locales y la inmovilización del transporte público durante las huelgas. Además, realizaban detenciones arbitrarias, dando palizas y amenazando a transeúntes que bajo sus criterios pudieran ser sospechosos.
Para el control y eliminación de destacados militantes cenetistas se creó el conocido como archivo Lasarte en la primavera de 1919. Dependía del gobernador militar, general Severiano Martínez Anido y del Jefe Superior de Policía general Miguel Arlegui y suponía el control policial sobre la militancia cenetista e izquierdista de la provincia de Barcelona. La alianza de clase en defensa de los intereses de los empresarios industriales, no encontró ningún obstáculo, ni supuso ninguna contradicción entre el catalanismo nacionalista de los burgueses y el centralismo españolista, representado por Milans del Bosch. La unidad de intereses une a las diferentes facciones capitalistas ante la prioridad de defensa del orden burgués. Las instituciones y las clases dominantes colaboran para justificar la suspensión de garantías constitucionales o la represión indiscriminada.
Las detenciones eran habituales y tanto la policía como la Guardia Civil restablecieron la práctica de la llamada «cuerda de presos»: los sindicalistas detenidos eran conducidos a pie a centros de detención en distantes ciudades. Muchos morían por el camino a consecuencia del agotamiento, por falta de alimentos, las palizas, o la aplicación de la “Ley de fugas” en un lugar determinado o al salir de cárceles y comisarías. Como consecuencia, dentro de la organización sindical tendían a imponerse los hombres de acción sobre los sindicalistas con más experiencia que, en algunos casos, eran detenidos y desterrados durante meses. La pérdida de prestigiosos militantes en atentados patronales influiría a medio plazo en la marcha del sindicato.
Los datos nos muestran que, en el enfrentamiento de sindicalistas frente a los pistoleros de la patronal, el resultado fue desigual y claramente negativo para los trabajadores. Según las estadísticas de Albert Balcells, de 1913 a 1923 el total de víctimas fue de 1.116, produciéndose un incremento en 1918 y siendo los años 1920 y 1921 cuando se alcanza el mayor número de víctimas: 292 sindicalistas y 311 pistoleros. Martínez Anido y Arlegui, gobernador civil y jefe superior de policía, son los personajes más sanguinarios desde finales de 1920 hasta el 25 de Octubre de 1922, cuando son destituidos.
El hecho de la colaboración de los patronos en los atentados contra los sindicalistas era conocido y así es relatado con todo detalle por Ángel Pestaña, “la clase patronal, tuvo sus hombres a sueldo, pagó salarios elevados, cotizó alto la importancia y categoría de la pieza cobrada. Así sabemos hoy que por el atentado que costó la vida a Salvador Seguí y a su amigo Francisco Comas (a) «Paronas», se pagaron muchos miles de pesetas y se hizo subir a veinticinco mil la cantidad, afirmándose que fue uno de los hermanos Muntadas, de la «España Industrial», ya muerto, el que las pagó”.
Si nos remitimos a los documentos de la época, la respuesta desde el campo sindical, no existió, aunque la autodefensa estaba totalmente presente para tratar de repeler los posibles atentados. Pestaña y Seguí, entre otros sindicalistas de la época, se opusieron con firmeza a la violencia por considerar que la opción del atentado era contraria al sindicalismo y sus consecuencias a medio plazo serían muy negativas para la organización.
Posición de los gobiernos ante el enfrentamiento
La actuación de los pistoleros de la patronal con el apoyo de las fuerzas de seguridad, denunciada por Salvador Seguí, supone: “el ataque furioso de las fuerzas del Estado a una clase de ciudadanos a quienes declaraba fuera de la ley con las medidas que contra ellos tomaba, no tenía más remedio que ser contestado de una forma violenta y extralegal. Es decir, que la decisión política que torpemente se tomaba para hacer prevalecer lo que se ha dado en llamar principio de autoridad, al ser exageradamente abusiva, no podía producir sino resultados opuestos a los que perseguía”.
Los gobiernos de turno en ningún momento intentaron frenar una deriva de catastróficas consecuencias para la estabilidad del Estado, dejando manos libres a la burguesía catalana en connivencia con el ejército. La excepción se produce en el intento de frenar la huelga de La Canadiense en marzo de 1919, pero en abril el equipo negociador regresa a Madrid sin lograr su objetivo.
Los gobiernos dejaban que el capitán general y la patronal gobernaran Cataluña sin respetar mínimamente la legislación. A petición de los patronos, se impuso la presencia de gobernadores sanguinarios como el conde de Salvatierra (diciembre-1919 a octubre-1920) y el equipo formado por Martínez Anido y Arlegui (noviembre de 1920 a octubre de 1922). Cataluña vive una situación anómala, sin control y, mientras, se está produciendo una eliminación sistemática de sindicalistas.
Otra violencia: la institucional
La llamada violencia institucional es aquella que se ejerce a través de los diferentes aparatos del Estado y que bajo diversos mecanismos someten a la población sin utilizar la violencia propiamente dicha. El orden se asume y no se cuestiona, como si el sistema capitalista, sus leyes y normas fuesen algo natural e imposible de cuestionar. Esta violencia se ha inculcado en la población y está muy asumida. Basta con observar las leves condenas a políticos, empresarios o artistas y la dureza que suponen los desahucios, bajos salarios, accidentes laborales, despidos, etc.
Sin embargo, en aquellos años, el movimiento obrero tenía claro que la violencia institucional estaba personificada en el Estado y sus estructuras. Así, es posible entender su crítica y su desconfianza absoluta en el Estado y la política.
La posición de Salvador Seguí.
Seguí, diferencia con claridad la lucha sindical que forzosamente es colectiva, de la acción violenta individual: “el sindicalismo es una concepción doctrinal de una escuela económica, de un partido [organización] en lucha, lo otro es la acción individual, provocada por el ambiente y desligada en absoluto de la organización sindicalista”.
Su voluntad es mediar ante las actitudes violentas, pero entiende que cuando esta violencia está avalada por los aparatos del Estado, en ese caso su papel conciliador no es posible: “el esfuerzo máximo, el más grande esfuerzo de toda nuestra actuación pública ha ido encaminado a contener las exaltaciones, a serenar las indómitas rebeldías individuales que veíamos estallar trágicamente. Ya no podemos continuar sosteniendo esa actitud. La adoptamos para que fuese una garantía de paz, no para que sirviera a nuestros enemigos de escudo que contuviese las iras que en el pueblo levantaran las injusticias que iban a seguir cometiendo”.
La actitud de los diferentes gobiernos de ilegalizar el sindicato en repetidas ocasiones, reprimir a sus miembros y responder violentamente a los conflictos, sólo podía generar violencia: “si treinta años de lucha continua, si treinta años de represión no habían enseñado a los Gobiernos que lo más práctico y lo más noble era respetar las leyes ¿Qué debían hacer los obreros para defenderse? Lo decimos sin vacilación alguna: ¡matar!”. Sólo el potente tejido social y el prestigio de la CNT permitieron a la organización sobrevivir y mantener ciertas estructuras en el transcurso de los tiempos.
En el intento de frenar la violencia, Seguí busca desesperadamente alianzas coyunturales con otras organizaciones. En septiembre de 1920 lo intenta con UGT pero el acuerdo no tiene éxito. También realiza contactos con los partidos republicanos catalanistas para tratar de involucrarlos en la defensa del sindicalismo, con escaso resultado. Y además, señala el peligro que supone el pistolerismo “afín” a la organización, pero tenía claro que se trataba de la respuesta a una violencia patronal e institucional que buscaba el exterminio de los más prestigiosos sindicalistas y el hundimiento de la organización.
Una conclusión: La autodefensa como necesidad ante la barbarie y el exterminio
El atentado individual no acabaría con la burguesía, tampoco con la policía ni con los esquiroles, no supondría ningún avance para acabar con el sistema capitalista, no sería el camino para llegar a una nueva sociedad. Pero aquella violencia en forma de autodefensa fue necesaria ante un exterminio planificado para acabar con la CNT. Seguí, aunque condenaba la violencia, la entendía inevitable en determinadas circunstancias, como las expuestas arriba y como reacción espontánea, producto de la desesperación.
Hoy volvemos la vista atrás y aunque las circunstancias son diferentes, la violencia sigue estando presente en los conflictos laborales cuando adquieren cierta importancia (Cádiz, 2021), con las compañeras de CNT (Gijón, 2022) o con los inmigrantes que tratan de llegar a Europa (Melilla, 2021). La aceptación de las instituciones del Estado como instrumentos neutrales y justos impide plantear una alternativa al sistema.
Las posiciones de Seguí siguen teniendo vigencia ya que muestran la estrategia y el camino para defender el desarrollo de la organización obrera y descubren con claridad el papel de los diferentes estamentos del Estado en su guerra contra los que cuestionan el sistema.
*El presente artículo se ha elaborado con las aportaciones de los participantes en la mesa preparatoria del debate sobre violencia para las Jornadas del centenario del asesinato de Salvador Seguí. Fundación Salvador Seguí-Madrid
BIBLIOGRAFÍA
Albert Balcells. El Pistolerisme: Barcelona (1917-1923). Pòrtic, Barcelona, 2009.
Antonio Elorza. Artículos madrileños de Salvador Seguí. Cuadernos para el diálogo, Madrid, 1976.
Ángel Pestaña. Lo que aprendí de la vida. Edición digital.
Salvador Seguí, «Por qué estamos presos», Vida Nueva, núm. 20 (23-XII-1921).
[Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 113, Primavera 2023]