Varias condiciones psiquiatrizadas: orientaciones sexuales, identidades de género y neurodivergencias

Une militante de Burgos. Paciente externe de Psiquiatría

Soy una persona asexual, arromántique, agénero, autista, ADHer (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad -TDAH-) y anarquista. Todo esto lo considero esencias. A consecuencia de la interacción social de ellas tengo intermitentemente ansiedad y depresión. Esto va y viene en reacción y lo considero enfermedad mental.

Ninguna de las 6 “aes” anteriores son enfermedades por mucho que las pretendan psiquiatrizar. En adultes, el entorno laboral puede ser gasolina para el fuego de la hostilidad social contra las cinco primeras y a la sexta, el anarcosindicalismo, eso le afecta por lo social y por lo laboral que no puede quedar inerte ante ninguna de las anteriores.

Psiquiatrizaciones queer

La psiquiatría tiene una larga historia de patologizar las orientaciones sexoafectivas o las identidades de género y de hacerlo a medias a la hora de despatologizarlas.

La asexualidad es una orientación sexual que completa el mapa LGTBIQA+ que quedaría cojo sin considerar la no atracción sexual. El a romanticismo es la orientación afectiva correspondiente a la asexualidad en el plano de buscar una pareja convencional, pero que no excluye la posibilidad de que pueda haber atracción platónica no convencional. Sobre estas orientaciones ya escribí en Rojo y Negro en enero de 2024 bajo el título “Acostumbrémonos a más diversidad: Asexualidad”.

Dentro del no-binarismo de género, ser agénero indica repudiar ambos géneros binarios en la identidad propia e, incluso, otros que la sociedad pudiera tener sobre los conceptos previos sobre los que ya escribí en Rojo y Negro en el artículo “Luz sobre lo trans” de octubre de 2024.

Toda orientación o identidad que se salga del marco cis heteronormativo ha sido patologizada férreamente por la Psiquiatría, agente de control social, y lo sigue haciendo aunque intente lavarse la cara, como ya escribí en Rojo y Negro en “17 de mayo, ¿algo que celebrar?” en mayo de 2024. E, incluso, la desobediencia a autoridades y patronos fue tipificada como enfermedad mental, como los diagnósticos de drapetomanía (el ansia de libertad de los esclavos negros) o disestesia. ¿Qué le falta a ese “vigilar y castigar” de bata blanca para su consumación? ¿Quizás definir una “anarcomanía”?

Psiquiatrizaciones neurodivergentes

También tiene que meter sus sucias manos la Psiquiatría en las neurodivergencias catalogándolas como trastornos en sus manuales, como entes discretos descritos al margen de la experiencia de les afectades, desde una perspectiva capacitista que habla de niveles de funcionalidad. Una continuidad de las mismas prácticas de los nazis, bajo los mismos principios e incluso por las mismas personas, como Hans Asperger.

Es más, incluso después de la supuesta reforma del baremo de reconocimiento de discapacidad, han convertido a esta especialidad en puerta de acceso a los derechos de adaptación por discapacidad, derechos humanos compensatorios de las prácticas discapacitantes de la sociedad por cuyo reconocimiento cobran un pastón y luego reparten migajas. Se requiere así un diagnóstico que implique aceptar como patológico lo que no lo es, como también ocurre con el no-binarismo deliberadamente desprotegido por la Ley Trans y para el que no se destinan recursos públicos (menos para adultes) y obliga a un abultado desembolso.

El autismo y el TDAH son neurodivergencias compatibles e interrelacionadas, funcionamientos neurológicos que no concuerdan con la normatividad típica. Yo prefiero hablar en primera persona de mí y no soy le únique: soy autista y ADHer por mí y discapacitade por la sociedad.

No puedo extenderme aquí describiendo el autismo ni el TDAH, pero sí puedo recomendar negativamente la inmensa mayoría del material que lo hace al que he tenido acceso. Vale más la pena leer solo la escasa autorrepresentación neurodivergente que desinformarse con materiales profesionales o de familiares que roban voces.

Problemas comunes

En primer lugar, les escasísimes profesionales del sector “público” (que no es público en este país, sino feudal) con “especialidad en autismo” (e ínfima experiencia respecto a cualquiera de sus pacientes) no salen de un estereotipo muy concreto y sesgado hacia niños: varones, cis y muy jóvenes. Niñas y adultes quedamos fuera de sus estereotipos; no-binaries, fuera de su reconocimiento.

Este problema es claramente paralelo a la custodia sanitaria de las identidades trans que persiste con la Ley Trans donde se cierran sistemáticamente a todo lo que se salga de unos estereotipos binarios que ni siquiera la sociedad sigue manteniendo.

En segundo lugar, al igual que el armario LGTBIQA+, hay un armario de la neurodivergencia llamado masking, pues se trata de un enmascaramiento permanente para pasar por neurotípique y evitar el castigo social a le disidente.

Negación autista siendo queer

Habiendo tan poques profesionales “expertes en autismo” -con todas las comillas- encontrar a una persona decente e informada en diversidades que te pueda atender no es buscar una aguja en un pajar, porque al menos te pincharía, sino al contrario. Quienes pinchan y hacen daño cuando más vulnerable estás son les rancies, conservadores y desactualizades mientras que une buene profesional es una discreta hierba seca en un montón de agujas.

Entre tanta aguja cis heteronormativa y diversofóbica, para poder recoger las paupérrimas adaptaciones, que nos “concede” el sistema que se preocupa primeramente en ser hostil contra nosotres, se impone la prudencia del armario. No faltan “profesionales” que todavía operan con manuales donde la homosexualidad figura como un trastorno mental.

En las barreras psiquiátricas, sean para darte acceso a derechos trans (aquellos que nunca se cuestionan para les cis) o adaptaciones legales (para amortiguar los golpes de los que son cómplices) la experiencia ha demostrado que hay que negarse une misme cuando cruza la puerta de consulta e interpretar el papel que quieren ver.

La sociedad te impone un masking para pasar por neurotípique. Los bata-blanca te imponen otro que encaje con su estereotipo, cómo no puede ser de otra forma, aquello que después tienen el desafuero de evaluar. ¿Dónde queda ser nosotres mismes entre tanto masking y teatro? Fui une ingenue siéndolo yo en un momento tan vulnerable.

Negación trans siendo autista

El amplio solapamiento de las realidades trans y autista es un hecho confirmado por todas las estadísticas válidas allá donde ha habido voluntad de hacer estadísticas decentes y de destinar recursos para refutar dañinos bulos tránsfobos (TERF).

En este caso el principal bulo se podría enunciar como “no pueden saber que son trans porque son autistas”, un enunciado tan execrable que encajaría más con etiquetas de diversos tipos de discriminación en que incurren que el número de palabras que contiene. Pero claro, el discurso de odio TERF tiene tanto altavoz mediático y adalides tan bien posicionadas que se puede pasar las verdades estadísticas por el arco del triunfo y seguir difundiendo sus bulos como si fuesen verdades.

La legislación española permite cancelar la agencia y el libre consentimiento de una persona autista para muchos pasos que algunas personas trans consideran vitales para su transición. Toda esta deshumanizante normativa está promovida y alimentada por el discurso de odio tránsfobos (TERF), por quienes tienen el móvil y los medios para mantenerla.

Intersección autista queer

Hay compañeres que, desde la ignorancia que tiene la ciencia sobre las causas de tan gran solapamiento, lanzan hipótesis plausibles sobre cómo fallarían diversos mecanismos normalizadores de sexualidad y género en la crianza alista, es decir, no autista. La misma arma de doble filo que nos libra de incorporar prejuicios que se espera que absorbamos del ambiente pero que, a la vez, nos priva de herramientas para captar al vuelo muchas normas sociales no explícitas puede ser la responsable de que entre autistas haya menos auto represión inconsciente de lo queer.

Desde luego, esta hipótesis de trabajo pasa mucho mejor los estándares de calidad científicos, incluida la navaja de Occam, que muchas teorías pseudocientíficas grandilocuentes y pretenciosas que para explicar nuestra realidad (como la “teoría de la mente” aún difundida a pesar de estar refutada) han lanzado presuntes expertes que ni a la hora de jubilarse acumularán tanta experiencia con autistas como une adulte autista por el mero hecho de vivirlo.

Otro punto en común entre el “tratamiento” de lo queer y lo autista son las pseudoterapias “de conversión”, simple y llanamente tortura de un tipo impune en el Estado español. La versión para autismo se llama ABA y, en la mayoría de los casos, es maltrato infantil. Habrá autistas que abracen forzar un masking para simular “habilidades sociales” terriblemente paralelo a “quitarse la pluma”, y no puedo negarles lo que son por el hecho de tirar piedras contra su propio tejado, como también hay asalariades precaries que votan a Vox y no por eso dejan de ser asalariades precaries.

Trato a les niñes autistas

En el artículo de Rojo y Negro “Las discapacidades, las dependencias: Las cuidadoras”, publicado en febrero de 2024, se da a entender que, con un claro sesgo de género, cualitativo y cuantitativo, principalmente las madres se encargan de los cuidados que precisa une hije discapacitade. Los hechos obligan a que se haga una excepción para el autismo.

Cuando no hay otra discapacidad concurrente y evidente, en el mejor de los casos, las familias no hacen nada (y es el mejor caso porque “lo primero es no hacer daño”) y en el peor se autoproclaman voz de sus hijes y confabulan con otres progenitores en las llamadas asociaciones azules, por su simbología del color azul -y la pieza de puzle-, para terminar de robar la representación social del autismo a sus propies hijes.

Ojalá hubiera familias auti-aliadas como las hay trans-aliadas, pero no tengo el gusto de conocer a ninguna y todes les autistas adultes que conozco tienen familias entre el negacionismo y la industria azul. El caso del negacionismo, aun siendo un mal menor, sigue siendo una negación de cuidados en la etapa en que deben ser proporcionados, pues imponer cuidados de oveja a una cabra es maltrato.

Puede ser inconsciente, por la gran desinformación que rodea al autismo, pero siempre que implique intentar normalizar por medio de coerción, aunque se ignore que su hije es autista, ya es de por sí condenable. Desde luego, con esta actitud de “café neurotípico para todes” no solo no se está atendiendo a la discapacidad sino incluso actuando en su contra.

La oscura industria azul

La industria azul, por su parte, reconoce (una versión distorsionada de) el autismo y ofrece diagnóstico y tratamiento muy clasistas incluyendo la ya mencionada tortura ABA. Afín a ella hay un contingente clasista que hace discriminación entre les autistas diagnosticades oficialmente y les que tienen que ahorrar para obtener uno o, simplemente, no se lo puede permitir.

Esta industria azul también recauda millones para una investigación que para nada busca actuar sobre las necesidades de les autistas respetando su personalidad y dignidad, sino que busca una “cura” que, en la práctica, acabe pasando por la detección prenatal y termine en genocidio en forma de abortos cuyo consentimiento esté viciado en base a desinformación y engaño a les progenitores. No son elucubraciones infundadas: el genocidio Down es un hecho constatado y denunciado.

Hasta su reciente reforma, el artículo 49 de la Constitución de 1978, aparte de llamarnos “disminuidos”, hablaba de “previsión, tratamiento, rehabilitación e integración” referida a nuestra existencia, lo cual sienta las bases de la eugenesia y la patologización de lo que es una discapacidad principalmente por estar en minoría y porque la sociedad nos discapacita.

Enfermedades reactivas

El masking sostenido a que nos vemos forzades para sobrevivir pasa factura y la puede pasar de repente. La hostilidad de esta sociedad no solo pretende que todes seamos clones de la misma cabeza ovina, sino que diseña procedimientos aparentemente inocuos, pero deliberadamente contrarios a determinados colectivos. Esto resulta demasiado paralelo al urbanismo hostil dirigido contra la población sin techo.

Esta agotadora lucha extra para llegar al mínimo a partir del cual comienza la lucha de les alistas, como ya he dicho, pasa factura y sus manifestaciones más sencillas son la ansiedad y la depresión, aunque no por ello benignas. La ansiedad inicial puede llevar a una depresión de mayor o menor profundidad y la depresión puede llevar al suicidio, que puede acabar presentándose como la única salida humana al infierno en vida. Si las estadísticas sobre neurotípiques son alarmantes, aquellas sobre autistas son tan escandalosas que rayan lo criminal.

Hablo aquí solo de las dos consecuencias más comunes de la hostilidad social al autismo. Las dos en que más veces he recaído y que ya sé reconocer -y digo “ya” por ser recurrentes-, pero el tabú social sobre la ansiedad, la depresión y el suicidio es tan tóxico y nocivo que nos deja desamparades cuando nos atacan por primera vez.