La derecha y la ultraderecha lo tienen claro. La familia “natural”, la única posible, es la familia patriarcal, una fábrica de desigualdad social y de opresión de las mujeres.
Este modelo de familia antidemocrático y autoritario se potencia mediante políticas denominadas “familiaristas” que, bajo un relato de defensa de la familia y de protección social, en realidad fomentan que el trabajo de cuidados y de atención a personas dependientes siga siendo realizado por las mujeres de cada familia, de forma gratuita o a cambio de pequeñas ayudas económicas. De esta manera se mantiene la división sexual del trabajo, según la cual los hombres trabajan en las empresas a cambio de un salario mientras que las mujeres trabajan cuidando en casa sin recibir una remuneración, reforzándose así la base material de la desigualdad de género. El acceso de las mujeres al empleo no ha acabado con la división sexual del trabajo, pues las labores de cuidados siguen recayendo en las mujeres, ya sea con una doble jornada en casa o contratando las tareas domésticas a otras mujeres.
Las políticas “familiaristas” de fomento de la familia patriarcal y la división sexual del trabajo no son una alternativa de protección social a las políticas neoliberales, sino todo lo contrario. Por una parte, impiden la extensión del Estado del bienestar al ámbito de la atención a las personas dependientes y a la infancia, y por otra parte, dificultan también el reparto igualitario del trabajo de cuidados entre hombres y mujeres y el desarrollo de sistemas de cuidados comunitarios al margen del Estado.
Desde el movimiento libertario y desde el conjunto de la izquierda existe cierto consenso en el rechazo a las políticas familiaristas y a la familia patriarcal, pero más allá de estas posiciones compartidas ¿Qué alternativas defendemos? ¿Qué hacemos con la familia?
¿Debemos orientarnos a construir nuevos modelos de familia libres, diversos, democráticos y feministas? ¿O a imaginar nuevas formas de relaciones fuertes no basadas en el parentesco y que proporcionen también apoyo mutuo, cuidados y afectos?
En los artículos de este dosier encontrarás datos y argumentos en favor de las distintas opciones, con sus pros y sus contras, para contribuir a una reflexión compartida que oriente nuestra actividad sindical y social.
La matemática y especialista en políticas públicas y de género María Pazos nos ofrece datos que muestran que la familia “natural” reivindicada por la extrema derecha ya no es la más extendida. A continuación repasa los efectos perversos en la sexualidad de hombres y mujeres que provoca la familia patriarcal y analiza las dos alternativas recientes a este modelo de familia en el pasado siglo XX: el de la Unión Soviética en la década los 20 (donde se fomentó la independencia económica de las mujeres, las relaciones amorosas libres, el desarrollo de la infancia y la adolescencia en instituciones fuera de la familia) y el de la Suecia de los años 60, con la creación de servicios públicos de educación y cuidado de la infancia desde los 0 años y de un sistema de atención a las personas dependientes.
En el artículo “Hacer estallar la familia y reforzar lo social”, la antropóloga Nuria Alabao nos propone impulsar las relaciones sociales fuertes más allá de los vínculos de parentesco, para construir así nuevas formas de convivencia, nuevas familias elegidas con mayor grado de libertad. Para evitar los efectos nocivos de la familia patriarcal como la subordinación de la mujer, o la reproducción de la desigualdad social por medio de la herencia, Nuria Alabao nos anima a imaginar un mundo de “familias libremente elegidas”, libres, diversas, feministas, democráticas.
La socióloga Inés Campillo, en “Abolir la familia o qué hacer frente al familiarismo de la extrema derecha”, nos llama a reconocer la importancia de la familia como espacio de cuidado y apoyo mutuo, y plantea la necesidad de democratizar la familia, acabando con la opresión de género y con las desigualdades, pero manteniendo los diversos modelos de familia que existen hoy, al considerar que su abolición no es un proyecto realista, en tanto que ninguna sociedad ha vivido nunca fuera de las relaciones de parentesco. El artículo de Inés Campillo contiene también un análisis histórico de las alternativas a la familia del “imperio del marido” desarrolladas en la década de los 70, como la renuncia al matrimonio y la descendencia, el amor libre, y la apuesta por formas de convivencia y de cuidados colectivas, unas alternativas muy vinculadas al movimiento libertario.
Estas formas alternativas de convivencia y de cuidado mutuo son precisamente el punto de partida del artículo “Una familia rara, como todas”, donde Ricardo Vázquez -militante de la asociación de familias LGTBI Galehi- analiza algunos de estos modelos, con sus luces y sus sombras, y los compara con otras formas de familia superadoras de la familia patriarcal tradicional, con una interesante reflexión sobre el matrimonio homosexual y sobre el acogimiento de menores.
La importancia de la familia
Como señala Inés Campillo en su artículo, las encuestas muestran que la esfera de la vida con la que las personas se sienten más satisfechas es la familia, considerada el segundo elemento más importante de la vida, tan solo por detrás de la salud.
Además, en la familia vivimos nuestra primera experiencia de gobierno, jerarquía y autoridad. Quienes defendemos valores de izquierda, intentamos formar familias basadas en la empatía y la responsabilidad, donde aprender a cuidar de una misma y poder así cuidar a las demás. En estos procesos, es muy fácil deslizarse desde la autoridad basada en límites justos, que se discuten con los hijos y las hijas, al autoritarismo propio de la familia patriarcal.
Por si estos dos motivos no fueran suficientes para que el anarcosindicalismo y el sindicalismo de clase en general dedicaran una parte de sus esfuerzos a intervenir en este ámbito, existe una tercera razón de peso: hoy, en España, se trabajan más horas cuidando en el ámbito familiar que en las empresas.
En el hogar familiar se realiza una enorme cantidad de trabajo de cuidados, casi siempre realizado por las mujeres, ya sea de forma gratuita, o a cambio de un salario, como en los casos de las trabajadoras del hogar y de las técnicas de asistencia sociosanitaria a domicilio (SAD), dos colectivos que consideramos imprescindibles en cualquier debate sobre la familia.
Rafaela Pimentel, militante de Territorio Doméstico, analiza con detalle la situación laboral y social de las trabajadoras del hogar, y explica cómo han conseguido organizarse y desarrollar una acción colectiva que está dando resultados concretos, y que tiene mucho que enseñarnos a los sindicatos de clase sobre cómo combatir la tendencia a buscar soluciones individuales en los tribunales y sobre cómo combinar reivindicaciones locales inmediatas con propuestas globales, con perspectiva feminista y de clase.
Ana Richarte e Isabel Arrabal, sindicalistas de CGT del servicio de Atención Domiciliaria reivindican en su artículo el principal valor que genera el trabajo de este colectivo, el cuidado humanizado, y analizan las dificultades a las que se enfrentan a diario, como el agotamiento físico y emocional, el escaso reconocimiento social y las duras condiciones de trabajo. Ana Richarte e Isabel Arrabal plantean una estrategia de largo recorrido y profundo impacto social que vincula la lucha contra la precariedad y por la mejora de las condiciones laborales con el desarrollo de la atención a la dependencia como cuarto pilar del Estado del bienestar, junto a pensiones, sanidad y educación.
Trabajo no es lo mismo que empleo
Aunque muchas veces se utilizan como sinónimos, trabajo y empleo no son la misma cosa. El trabajo es la actividad humana dedicada a producir riqueza (bienes y servicios), mientras que el empleo es la parte del trabajo que se realiza en las empresas a cambio de un sueldo. Además del empleo, existe otro tipo de trabajo, que no es asalariado: el trabajo de cuidados que se realiza en el ámbito familiar de forma gratuita.
La encuesta de Empleo del Tiempo del Instituto Nacional de Estadística de 2009-2010 muestra que las horas trabajadas en las empresas son menos que las horas trabajadas en el hogar y la familia, lo cual incluye cuidar niños y adultos, cocinar, limpiar y mantener el hogar, confección y cuidado de ropa, jardinería y cuidado de animales. Del total de horas de trabajo, el 52,8% son horas de trabajo de cuidados no remuneradas, el 43,4% son horas de trabajo en las empresas (incluyendo desplazamientos) y el 3,8% consiste en trabajo voluntario y reuniones.
La división sexual del trabajo establecida en la familia patriarcal hace que las mujeres trabajen en promedio una hora y cuatro minutos más al día que los hombres. Ellas realizan más del doble de horas de trabajo de cuidados (concretamente el 68,9% frente al 31,1% de los hombres), mientras que ellos trabajan más horas de forma remunerada (61,8% frente al 38,2% de las mujeres)
La clase trabajadora es una clase cuidadora
Estos datos muestran la importancia de acabar con la división sexual del trabajo para repartir de forma igualitaria el trabajo y los ingresos entre hombres y mujeres: compartir no solo el empleo, sino todo el trabajo, también el trabajo de cuidados gratuito dentro de la familia.
Estos datos muestran también que la clase trabajadora se dedica más a cuidar personas que a fabricar, transportar, diseñar o vender cosas. El 52,8% de las horas de trabajo se dedican a cuidar gratis en la familia y una parte del 43,4% de las horas trabajadas en las empresas se dedican también a cuidar, tanto en profesiones asociadas tradicionalmente a los cuidados (personal de enfermería, bomberos, enseñantes no universitarios) como en otras que en apariencia no tenían nada en común (interventores del ferrocarril, taquilleros del metro…) pero que dedican parte de su jornada a ayudar y cuidar a pequeños, mayores y personas con diversidad funcional.
La clase trabajadora es por tanto una clase cuidadora, porque su principal actividad es cuidar, porque se dedica sobre todo a trabajar cuidando en el ámbito doméstico de manera gratuita y a trabajar cuidando a cambio de un salario en las empresas.
Superar la familia patriarcal, disputar la familia a la ultraderecha
El debate sobre la familia no solo es una cuestión ideológica esencial, sino que tiene varias dimensiones prácticas, estrechamente vinculadas al sindicalismo de clase y a las políticas públicas.
En los diferentes artículos de este número de Libre Pensamiento encontrarás distintas propuestas ideológicas y prácticas.
Propuestas sobre políticas públicas que reduzcan la pobreza y las desigualdades, para que sea posible formar familias diversas, pero en libertad y en condiciones de igualdad, sin división sexual del trabajo.
Propuestas sobre cómo conseguir un sistema público-comunitario de cuidados que garantice una vida digna, sin que esto dependa de la familia que a cada una le toque.
Propuestas sobre políticas de familia de carácter redistributivo, feminista, basadas en servicios públicos universales, para que formar una familia no aumente el riesgo de pobreza, para que las personas puedan salir de las familias si son opresivas.
Propuestas también sobre formas de relación social fuerte que supongan alternativas a la familia, y por tanto sean capaces de proporcionar apoyo mutuo y cuidados.
Propuestas para el debate ideológico, para la estrategia y la organización, para un debate que esperamos que no se limite a las páginas de esta revista sino que continúe en otros ámbitos y que sume más voces.
[Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento número 112 de otoño de 2022]