Aquellas jóvenes huelguistas de Induyco que doblegaron a la patronal: «Fue una escuela de rebeldía»

Artículo de Guillermo Martínez @guille8martinez publicado en el diario Público el 19/01/2024

Amenazas de los Guerrilleros de Cristo Rey, cierre patronal, cargas constantes de la Policía, intentos continuos de desarticular la solidaridad obrera y, por último, la dispersión de las rebeldes.

En febrero de 1977, y durante más de un mes, las mujeres que trabajaban para Induyco protagonizaron uno de los paros más importantes acaecidos durante la Transición. Sin adscripción política ni sindical en su mayoría, su compromiso y fortaleza consiguieron doblegar a la empresa que confeccionaba la ropa que luego vendía el popular El Corte Inglés.

María José Gallego llegó a Induyco en 1971 después de dar muchas vueltas, como ella misma relata, por el mundo del textil. Esta extremeña asentada en la capital que tenía entonces 20 años comenzó sus labores en la sección de lencería.

«Mi sueño era entrar en una empresa así, con unos 8.000 trabajadores, pero pronto vi que las cosas eran diferentes a como me las había imaginado. No nos dejaban hablar con las compañeras y una señora controlaba el tiempo que pasábamos en los aseos. Si ella pensaba que era demasiado, te apremiaba para que salieras», rememora.

Ahora, Gallego tiene 70 años, pero no ha olvidado ni un ápice de lo que vivió en Induyco, sobre todo con el conflicto laboral que durante semanas ocupó informativos y portadas de periódicos.

«Ya en mi periodo de prueba hubo un paro de cinco minutos, ya ves tú, y despidieron automáticamente a la persona que lo convocó. Lo que pedía la plantilla era conocer el régimen interior de la empresa, porque en él estaban todas nuestras desgracias, el reglamento al que nos teníamos que atener y sus represalias, pero no lo conocíamos», se explaya.

Ya por aquel entonces se empezaban a escuchar algunas voces en contra de los jurados de empresa franquistas. A los dos años de estar cosiendo en Induyco, Gallego comenzó a tomar conciencia. Ella, al igual que la inmensa mayoría de sus compañeras, no militaba en ningún partido político ni sindicato.

«Recuerdo que antes de Navidad se me ocurrió hacer una asamblea. En mi cadena éramos unas 500 personas, y alrededor de mi máquina se acercaron algunas para comentar qué le íbamos a regalar a nuestros hijos si cobrábamos una mierda, que la encargada seguro que sí sabía qué regalos les haría por Reyes», añade.

Poco a poco, esta pequeña organización fue a más. Se reunían en la cafetería y, al fin, consiguieron tener personas afines en cada planta de la fábrica. En la primera tabla reivindicativa que elaboraron introdujeron algunas exigencias clave: conocer el régimen interior y dejar de trabajar a destajo. En 1976, Induyco despidió a tres mujeres y un hombre. Ellos eran minoría en la compañía. Según cuenta, hicieron otro paro en repulsa de los despidos y a estos mismos se sumaron otros tres más, además de cuatro sancionados de empleo y sueldo.

Paros y demandas laborales

Gallego fue despedida por iniciar un paro, pero tras el revuelo que eso supuso el despido fue anulado

La conflictividad iba a más, también a nivel social. A principios de 1977 España vivió la semana negra de enero en Madrid, cuando murieron varias personas a manos de la Policía y ultraderechistas. La organización era mucho mayor, con personas concienciadas en las ocho plantas de las dos fábricas que había, y un nuevo paro en Induyco iba a comenzar.

«Yo era la responsable de parar la primera en mi planta, y el sonido que hacía la máquina cuando se apagaba debía dar el inicio. Varios encargados me rodearon para coaccionarme, y paré. A los segundos, se empezaron a escuchar muchas otras máquinas parándose. Hay que conocer bien la fábrica para saber lo que eso supuso», comenta una Gallego con lágrimas en los ojos.

Automáticamente, esta trabajadora quedó despedida, aunque el revuelo que tuvo lugar inmediatamente después surtió efecto: anularon el despido en el momento. La plantilla luchaba por la readmisión de los despedidos y la amnistía laboral para aquellos que la necesitaran. «Llegaron a admitir a dos de ellos, pero nos dijeron que los eligiéramos nosotras, y no podíamos hacer algo así», cuenta.

Amenazas de la ultraderecha

Aquí entra un nuevo elemento en la ecuación: las amenazas que recibieron por parte de la banda de extrema derecha los Guerrilleros de Cristo Rey.Gallego: «La idea era convocar un paro de todo el día y forzar a que la empresa negociara de manera seria»

Todavía recuerda un nombre concreto. «Antonio Moreno llegó a decir que no le importaría incluso pegarme un tiro, que era una alborotadora y me tenían que quitar del medio. Siempre llevaba una pistola con él y presumía de ello», comenta al respecto la autora de la recién publicada La huelga de ‘las niñas’ de Induyco. Memoria de una lucha contra El Corte Inglés (Catarata, 2024). Y agrega: «Un grupo de compañeras también señaladas recibieron por escrito en su casa amenazas de muerte».

La asamblea de trabajadoras que Induyco intentaba evitar finalmente se llevó a cabo con compañeros que militaban en la CNT flanqueando la mesa en la que Gallego se subió para hablar. «La idea era convocar un paro de todo el día y forzar a la empresa a que negociara de manera seria», dice ella misma.

La madre de todas las huelgas

La patronal reclamó trabajar 40 horas efectivas cada semana, ya que siempre realizaban horas de más

La tabla reivindicativa había ido a más. Exigían la dimisión de los enlaces y cargos en la empresa del Sindicato Vertical, la revisión de las categorías laborales, subida de salarios, que todas las bajas laborales se pagasen en su totalidad y la jubilación a los 60 años, entre otras tantas demandas.

También reclamaron la posibilidad de realizar estudios, empezando por
los primarios, y 30 días naturales de vacaciones, así como trabajar 40 horas efectivas cada semana, ya que siempre realizaban horas de más. Para lograrlo, formaron la llamada Comisión de los Cinco, que tendría que batallar contra Induyco.

Era el 11 de febrero de 1977, debatían una huelga más potente. Un día después, Induyco llevó a cabo un cierre patronal. «La Policía ya estaba allí cuando llegamos a trabajar, y los encargados en la puerta. Nos asambleamos en la iglesia La Beata, en Legazpi (Madrid), y nos organizamos para dar la batalla el día siguiente», recuerda Gallego.

Las mujeres y el boicot a la empresa

Todos los días miles de trabajadoras en huelga terminaban corriendo para huir de las tanquetas de agua de la Policía

Tenían que defender su huelga como fuera, y sabían que algunas trabajadoras tenían relación con algunos encargados: «Les encomendamos que se enterasen de si iban a sacar el trabajo fuera. Cuando vimos que lo harían, creamos un grupo secreto encargado de evitarlo», dice Gallego. De esta forma, si su trabajo iba a parar a Sevilla, unas cuantas trabajadoras se ponían en la carretera de Andalucía para parar a los camiones y hacerles perder algo de tiempo mientras otras pinchaban las ruedas.

Otras acciones consistían en visitar los locales de El Corte Inglés de la capital y meter en los bolsillos de los pantalones que vendían panfletos pidiendo el boicot contra la empresa. Y algo curioso: cada una de las empleadas de Induyco que acudía a las asambleas metía una peseta en una botella. Después las contaban y sabían cuántas compañeras habían acudido a la llamada. También hicieron conciertos solidarios y pidieron ayuda a otros trabajadores para intentar aumentar su caja de resistencia, sin la cual no podrían haber aguantado tanto tiempo.

Todos los días, a la misma hora, miles de mujeres, trabajadoras en huelga, terminaban corriendo por las calles para huir de las tanquetas de agua de la Policía. También de los caballos, contra los que ellas lanzaban garbanzos al suelo esperando que se resbalaran.

Los ánimos languidecen

«Nosotras éramos asamblearias porque eso fue lo que aprendimos a ser durante la huelga», comenta Gallego respecto a la forma de organización que se dieron a ellas mismas. Pero el tiempo pasaba, ya estaban en marzo y los ánimos decaían. «La empresa mandó cartas diciendo que se podía incorporar quien quisiera. Fue duro porque ahí tuvimos que hacer piquetes para evitar que algunas compañeras no entraran», cuenta.

Aunque en una primera asamblea la mayoría apostó por continuar con el paro indefinido, las trabajadoras no aguantaron mucho más. «Dijimos que si volvíamos, volvíamos todas, así que yo creo que la huelga la ganamos y la perdimos a la vez, porque ganamos todas nuestras reivindicaciones menos la readmisión de los despedidos«, concluye esta antigua trabajadora de Induyco. El paro terminó el 14 de marzo, justo en la Semana Santa en la que sería legalizado el Partido Comunista.

El exilio de las rebeldes

Pero las represalias no se hicieron esperar. Al poco tiempo, la empresa levantó unos nuevos talleres a donde fueron «desterradas» aquellas trabajadoras que más se habían significado durante el paro.Paqui Segura: «Muchas compañeras no se pudieron unir a nosotras porque no se lo permitieron sus maridos y padres»

«A mí lo que más me impresiona es que mujeres tan jóvenes, que éramos unas niñas, hiciéramos algo tan impresionante. Al tiempo, vimos que también éramos pioneras en otras tantas cosas como vivir con amigos en nuestras casas y celebrar las bodas de otra manera a la habitual, algo muy extraño por aquel tiempo», dice Gallego.

Algo parecido piensa Paqui Segura, quien tan solo tenía 19 años cuando comenzó la huelga. «Yo vengo de una familia republicana e inmediatamente me uní a las personas que más o menos preparaban el paro. Con la inconsciencia de la edad, nos atrevíamos a todo», declara. A día de hoy, asegura recordar aquella experiencia como algo muy duro, pero también con cariño y nostalgia.

«Recuerdo cómo muchas compañeras no se pudieron unir a nosotras porque no se lo permitieron sus maridos y padres», explicita. Pero ella sí, aun siendo de las más pequeñas, allí estaba, la primera: «Un día que la Policía nos duchó con sus chorros a presión fuimos frente al Ministerio de Trabajo y en sus jardines pusimos las bragas y los sujetadores para que se secaran».

Lejos quedaron aquellas noches compartiendo cama con sus compañeras para preparar la manifestación del siguiente día. «Luego la vida te va llevando por otros caminos, pero aquello fue una unión como nunca la había sentido antes. Fue una escuela de rebeldía», concluye Segura a sus 66 años. Si le dieran a elegir entre volver a repetir aquella hazaña o no, ella diría que sí sin dudarlo.

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