Negociación colectiva en tiempos de inflaciones históricas

Oscar Murciano. Secretario de Acción Sindical de la CGT de Catalunya

Pongamos un par de cuestiones de contexto sobre la mesa. Según el gabinete económico de Comisiones Obreras, el salario real por hacer el mismo trabajo ha experimentado una caída real, en términos de poder adquisitivo, del 12,8% desde 2008 hasta 2021. Es decir, se han firmado renovaciones de convenios colectivos a la baja de forma habitual, poco a poco, décima a décima, hasta esta situación que estamos padeciendo el conjunto de la clase trabajadora. Asimismo, la eliminación de las cláusulas de actualización según el IPC, o el previsto con salvaguarda, ha sido generalizada.

La gradualidad de este descenso, motivada por inflaciones bajas, ha hecho que no se haya percibido de forma tan evidente como en el momento actual, donde hemos alcanzado un incremento del IPC de dos dígitos (15% en el caso de alimentos básicos). Según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE, en 2021, casi uno de cada 5 trabajadores es pobre a pesar de tener empleo. Las categorías de convenio que han sido superadas por el Salario Mínimo Interprofesional (SMI), son cada vez más y más. Sectores enteros como el de ‘contact center‘ están trabajando con una retribución equivalente al Salario Mínimo Interprofesional, o de unos pocos euros por encima, en la gran mayoría de puestos de trabajo.

La mayor parte de esta inflación se deriva de la desviación del aumento de los costes de producción al consumidor por parte de las empresas; éstas simplemente incrementan el precio de venta de la mercancía o servicio por encima de la inflación. Es decir, no es sólo que la tasa de beneficio empresarial se esté manteniendo (o incluso aumentando en algunos sectores), sino que los costes laborales (en dinero constante) ahora representan un porcentaje menor del conjunto del presupuesto de los negocios, respecto de los anteriores al período inflacionario.

Tendríamos que preguntarnos: ¿en qué está fallando el sindicalismo cuando uno de nuestros principales objetivos es la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores y éstas, por el contrario, están empeorando? La mejora de las condiciones, a efectos prácticos, se obtiene mediante la negociación colectiva como traslación en acuerdos de las reivindicaciones de los y las trabajadoras.

Sabiendo que el sindicalismo no es homogéneo, quizás deberíamos indagar en los diferentes caminos usados para observar cuáles tienen más éxito y cuáles no están funcionando. La principal característica estratégica ante una negociación colectiva es evidente: la generación de presión mediante la organización de la conflictividad, o bien la amenaza creíble de activación de ésta de forma relevante. No hay recetas mágicas: la capacidad de incrementar el poder adquisitivo está en manos de la patronal y ésta nunca accederá a otorgarlo sin presión o sin un cambio de las condiciones económicas que le permita extraer ventaja. Los escenarios de ‘win-win’ (todos ganan) son pura fantasía, sin aplicaciones prácticas y materiales.

Así, podemos revisar lo que está pasando en términos de lucha de los trabajadores y las trabajadoras en el Estado español. Aquí ya tenemos algunas pistas: según el Ministerio de Trabajo, en 2021, el 59,63% de todos los huelguistas del estado español siguieron una huelga convocada por la CGT; en el caso de Catalunya, ese porcentaje se elevó al 87,5%. En otros territorios, también se observa para ese mismo año que el 47% de todas las huelgas del Estado español se realizaron en Euskal Herria, donde el sindicalismo que apuesta más por el conflicto -como la propia CGT, ELA, LAB, ESK y STEILAS- es mayoritario. Los números absolutos así lo certifican.

Ponderemos un poco más esta imagen. ¿Cómo es posible que un sindicato con una representatividad de entre el 2-3% movilice a casi el 60% de todos los huelguistas del Estado español, y qué es lo que sucede para que en un territorio relativamente pequeño se realicen casi la mitad de todas las huelgas?

Es bastante obvio que los datos objetivos muestran que una parte del sindicalismo está apostando por la movilización como clave para afrontar la negociación colectiva, mientras que otros (con un peso infinitamente superior en la gran mayoría de negociaciones de convenio) activan unos niveles de movilización ínfimos como medio para conseguir mejoras: la conocida como paz social, o políticas de concertación o acuerdo, reacias al conflicto abierto.

Es decir, no hace falta ahondar excesivamente en los resultados, también objetivos, de dichas políticas de contención en lo que a derechos de la clase trabajadora han supuesto. Las caídas salariales son reconocidas por todos y su comparación con la ínfima movilización realizada en relación con su presencia de representación, también.

Veamos algunos resultados de negociaciones colectivas realizadas también el año pasado como consecuencia de huelgas en Catalunya. En buena parte de éstas se han producido avances parciales o totales, con incrementos muy significativos de salario. Por ejemplo, la huelga indefinida en el 112 ( incremento salarial del 24%, mayores descansos, nuevas contrataciones), en el 061 (subida salarial de hasta 200€ mensuales, trienios, contratos indefinidos para 130 trabajadores/as eventuales  y otras mejoras), los dos meses de conflicto de la Unidad de Reparto de Correos de Sabadell (sanción a su responsable por autoritarismo, mejoras de salud laboral y descansos), la huelga de limpieza de Valls (introducción de trienios de antigüedad, mejoras salariales y pluses y  además, la huelga finalmente la tuvo que pagar la empresa); la potente lucha por estabilizar a los interinos, mediante contratos indefinidos, a través de dos huelgas masivas en la función pública, convocadas por el conjunto de sindicatos de la Mesa Sindical de Catalunya, que permitió cambiar las pretensiones iniciales del Gobierno del Estado; también la lucha de los temporales de Nestlé o la huelga en Parcs i Jardins de Barcelona para detener el acoso por razón de género y sindical.

No siempre se gana luchando, pero para ganar hay que luchar. Aquí es donde tenemos la principal bifurcación en el momento de decidir cómo definir y realizar una negociación colectiva significativa: seguir, como mucho, la vía de las protestas simbólicas, o bien activar mecanismos de fuerza y presión relevantes para que la otra parte esté más predispuesta a ceder posiciones. La primera acumula décadas de fracasos, y la segunda sigue inquietando y arrancando mejoras al empresariado. La pregunta que podríamos hacernos es por qué persiste el sindicalismo mayoritario en practicar una nefasta política de concertación en la negociación colectiva que, objetivamente, no está funcionando.

Y ahora, ¿qué?

En el periodo del postfranquismo, y primeros pasos del sistema político-económico actual, España vivió una enorme ola de huelgas y reivindicaciones que no se ha repetido desde entonces. Una de las causas de dicha conflictividad fue, evidentemente, la lucha por la libertad y derechos de todo tipo, pero no es menos cierto que otra de las principales razones fue la pelea por la mejora salarial ante una inflación desbocada. En aquellos años, cualquier incremento de sueldo menor a la subida del IPC era considerado como inaceptable, y fue gracias a esas luchas que se consiguieron buenos acuerdos y mejoras generales.

Hoy no se están produciendo esas movilizaciones, a excepción del enésimo y estéril aviso de ‘otoño caliente’, que probablemente quedará, como en el resto de los años anteriores, en una manifestación o en algunas escenificaciones públicas. Lo imprescindible sigue siendo la activación del conflicto abierto allá donde debe producirse: en las empresas, centros de trabajo y sectores productivos; generando daño y negociando después con el capital del daño producido. No hay atajos.

Por parte de la CGT seguiremos activando, allí donde alcancemos y podamos, la movilización de las plantillas, coincidiendo con otros sindicatos, como, por ejemplo, en la huelga de autobuses urbanos de Barcelona (TMB), donde, tras nueve días discontinuos de conflicto, se ha convocado una huelga indefinida que dará comienzo el 17 de octubre, aunque, como sindicato, también convocaremos de forma autónoma allí donde creamos que existen condiciones, o bien trabajaremos activamente para crearlas.

La política de paz social del sindicalismo mayoritario se ha mostrado como un fracaso absoluto y una derrota para la clase trabajadora; es indefendible bajo cualquier prisma racional y de resultados reales. A menudo, cuando en un mismo escenario colisionan ambas estrategias, se generan enfrentamientos puntuales al actuar la concertación como obstáculo del objetivo movilizador.

Por parte de nuestro modesto sindicato, en claro crecimiento, mantenemos nuestra firmeza: hacemos un llamamiento claro y explícito a la generación de conflictos empresa a empresa, sector a sector, como llave para la mejora de condiciones laborales mediante la negociación colectiva. Nos tememos que allí donde se siga el camino de la contención el resultado esté cantado: depauperación, empobrecimiento generalizado y derrota. De cada uno de nosotros y nosotras depende que no sea así.

[Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento número 112 de otoño de 2022]