Sobre viejas distopías

Un homenaje a Georges Orwell

Oceanía europea, en diciembre de 2023

Querido Winston,

Espero que te encuentres mejor. Por favor, hazte tratar con mucho esmero las molestias dentales que me describes en tu carta; recuerdo que al salir de prisión en 1984 tenías la boca bastante afectada, nada extraño después del tratamiento que te aplicaron. En realidad, es casi un milagro que hayas logrado tras cuatro décadas salvar esa dentadura, debes tener alguna fibra inmortal y tu cuerpo se regenera especialmente bien.

Por aquí seguimos todos más o menos bien, pero asistimos diariamente al espectáculo de un estado de guerra tan incorporado a nuestra rutina que no se distingue para nada del estado de paz. Se ha normalizado en todas las conciencias el recibir informaciones sobre desastres actualizadas al minuto, siempre desde el mismo punto de vista, hablando de atrocidades si las bombas vienen del otro bando, de heroicas ofensivas cuando vienen del nuestro. Y todos continuamos asumiéndolo y contribuyendo a armar a alguno de los bandos, aunque sepamos que así solo seguirá la destrucción. O sea, y quizás te suene: La guerra … es la paz.

Mientras tanto, siguen ahogándose migrantes no autorizados en la travesía del mar o muriendo de sed confinados en míseros campamentos del desierto, y nuestros gobiernos pagan a los dictadores de países limítrofes para que hagan el trabajo sucio de repelerlos. Hay que impedir que los pobres del mundo puedan llegar hasta este privilegiado continente haciendo uso del derecho humano a buscar una vida mejor o a solicitar asilo. En lo que va de año ya se cuentan más de mil trescientos ahogados en el Mare Nostrum; como respuesta, hace unas semanas sus señorías se reunieron en Granada y en Bruselas, y a la sombra de La Alhambra, o en una vieja ciudad francófona de mil pelajes -triste ironía-, acordaron cerrar por cualquier medio el acceso de los desposeídos del mundo a esta zona del planeta que decae de chochez y de inercia y donde brota el racismo. Los dignatarios argumentan que ese es el precio de nuestra libertad y nuestro bienestar. Valiente libertad y valiente bienestar, rodeados por la miseria que provocan nuestra política y nuestra economía en el mundo; valientes como la grotesca libertad de abrir bares cuando aquella epidemia que te relaté en mi otra carta. Todo esto podría formularse con un viejo lema: La libertad … es la esclavitud.

En resumen, parece que el caduco continente continúa interesado en lavarnos el cerebro, dándonos a digerir trocitos de información como piezas insuficientes e incompatibles de un rompecabezas prediseñado. Nadie explica en los medios los auténticos retos, que la ciencia sin embargo bien conoce -el agua, los recursos limitados, la desigualdad, el calentamiento, la urgente necesidad de decrecer- y casi nadie ilumina los absurdos, tóxicos intereses que tiran los hilos de la geopolítica actual. En lugar de borrar fronteras, unirnos como humanos e intentar la reconciliación con la naturaleza, el plan vigente hoy -si es que lo hay- se asemeja más bien a la sangrienta partida de un tenebroso ajedrez destinado a conquistar y dominar otros países, convertidos previamente en enemigos si no se someten a nuestros consorcios y a nuestros oligarcas. Todo ello en beneficio de unos proyectos de negocios que servirán para generar más millones a costa de esquilmar el mundo irreversiblemente. Carrera de ciegos hacia el abismo, con los ojos bien cerrados -o mejor: saturados- para no ver lo evidente. En otras palabras, que también conoces:  La ignorancia … es el poder.  

Se me ocurre explicarte así que aquellas consignas del Ministerio de la Verdad que regían la vida en 1984 – y que hubiste de repetir como un niño canta el catecismo ante O´Brien, tu interrogador-torturador, hasta que él se diera por satisfecho – siguen por aquí fácticamente en vigor, aunque no se pronuncien explícitas en los discursos oficiales.

Por cierto: sabrás sin duda que el propio O´Brien acabó colgándose hace unos meses de una viga en su propio Ministerio; un auténtico final de ópera dramática para el antiguo responsable de meter en vereda a todo disidente peligroso. Según comidillas, mentideros e informaciones extraoficiales, tras tantos años en el cargo de reeducar y eliminar a todo el que supusiera un riesgo para el sistema, no pudo soportar que lo transfirieran a un deshonroso segundo plano, que lo arrumbasen como un trasto viejo desplazado por los algoritmos de la inteligencia artificial, moderna invención tecnológica que asume ahora prácticamente todo el control social en Oceanía, nuestra eficiente y democrática sociedad de hoy, plagada de guerras, pobreza e ignorancia mental y rodeada por fronteras mortíferas.

La tortura sicológica artesanal de O´Brien, que él aplicaba bajo el eufemismo de “reeducación”, pasó – quizás solo de momento, quién sabe – a estar mal vista. Todo el aparato de control “inteligente” actual es una máquina que interviene en la sombra para detectar posibles disidencias ya desde su inicio, desde las primeras incursiones de cualquiera por el mundo interconectado. Reina por eso una eficaz autocensura en el habla y los actos; igual que en tu época, pocos se atreven a vivir desafiando al sistema o fuera de éste. 

No sabes bien la suerte que tuviste de poder escapar… ambos sabemos cómo y adónde, pero me libraré bien de ponerlo por carta, no haré preguntas sobre el rincón libre que te dio albergue al final de tu huida. Pero supongo que, desde allí, con la distancia que te dan tus 79 años, tu cabeza en buen estado y tu experiencia de resistente al régimen de control total, nos miras hoy con una sonrisa tan indulgente como amarga. Porque sabes o intuyes como yo que el combate contra el poder, contra esa hidra de millones de cabezas, es difícil de ganar a no ser que los humanos olviden de una vez el placer que sienten dominándose unos a otros.

En fin, ya basta de describirte este mundo desquiciado en que seguimos chapoteando por aquí, prefiero terminar con una buena noticia. No vas a creérmelo: ¡estuve en Londres y logré visitar a Julia! Ella, lo mismo que tú, pudo recuperarse bastante bien de las torturas en los sótanos del Ministerio, hace ahora de aquello casi 40 años. También igual que tú, tuvo que desaparecer para escapar al sistema y encontrar una vida libre de persecuciones; cambió de nombre y de nacionalidad de modo rocambolesco, precisamente gracias a una comunidad de emigrantes; los escasos “ilegales” que logran atravesar el mar e instalarse aquí conocen algunos trucos inestimables para fabricarse un nuevo pasado.  Hoy tu enamorada vive dentro de la gran familia de escapados de la justicia, una frágil red de apoyo compuesta por los pocos que logran atravesar las tensas mallas de la otra red, la del control oficial absoluto que estrecha cada vez más su cerco y su vigilancia al ciudadano “normal”.  

Julia tiene ahora mismo 66 años. En comparación con la mujer que yo conocí cuando estabais juntos, sus guedejas oscuras han encanecido, sus movimientos son algo más lentos, pero aún conserva la chispa de sus ojos y el brío suficiente para cagarse en el Gran Hermano.

Esa es la buena noticia, quizás la única, Winston. Apenas compensa todas las otras sobre la marcha del mundo, pero es lo que hay. Sólo gente como Julia y tú, sólo destinos como los vuestros nos hacen llegar aún algo de esa esperanza de libertad que nunca debe perderse.

Un abrazo y, ¡ah!, dale una propina al mensajero que te entregará la carta: es muy de fiar…

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Felipe Orobón

Ilustraciones de Centegares

Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 116, invierno 2024