Felipe Orobón – FAU Alemania
Los siguientes apuntes se asientan en la experiencia de diez años de vida laboral en una cadena radiotelevisiva pública alemana, de tamaño medio y buena aceptación internacional. Aunque casi siempre lo más difícil es percibir lo evidente, en un intervalo así resulta imposible no observar la siguiente paradoja: considerando la información como “cuarto poder”, considerando que la construcción y difusión de significados mentales – por otro nombre, la manipulación informativa – es uno de los pilares que apuntalan las injusticias y absurdos del mundo, considerando que el adocenamiento e infantilización mediáticos del público llevan decenios sepultando el sentido crítico innato a la inmensa mayoría de las personas, todo ello en beneficio de bien conectados intereses empresariales y de dominación geopolítica, considerando en fin que buena parte del periodismo hace ya mucho se transformó en un inmenso aparato propagandístico de clase y clanes … ¿cómo es posible que todo eso logre funcionar con un ejército de trabajadores inestables y precarizados?
Tal vez, la respuesta sea: Porque inestabilidad y precariedad laboral son dos compañeras sempiternas del trabajo en los medios alemanes y probablemente también a escala europea o mundial. La coordinadora de trabajadores libres de las cadenas públicas del país germano estima que en sus labores de programación trabaja una cifra dos veces superior de trabajadores independientes que de fijos. Es decir, dos de cada tres empleados en los medios públicos alemanes no tienen seguridad laboral y pueden ser despedidos expeditivamente sin mayores ceremonias. Y algunos son expulsados de hecho, por no cumplir lo que se espera de ellos, por enfrentarse al consenso vigente o por contrariar a sus superiores.
Y, sin embargo, todo funciona. Esos “libres” altamente cualificadas, que pasan décadas y más décadas sin la menor perspectiva de un empleo fijo, ponen cada día en marcha el espectáculo del propio sistema que los margina laboralmente y sirven al público sin grandes variaciones la misma sopa de mensajes, imágenes e ideas mainstream – por otro nombre, dominantes. Somos los esmerados obreros del relato, la servidumbre voluntaria de una narrativa del mundo que logra que unos maltratados … hablen con la voz del amo. Veamos cómo se consigue eso.
Autocensura como simple mecanismo existencial
El “es lo que nos piden” y el “es lo que hay” forman parte de las frases más oídas en ambientes mediáticos a la hora de comentar las miserias de una programación o unas noticias estupidizantes, partidistas o banalizadoras. También son frecuentes las gestualidades mudas: encogimiento de hombros, suspiros, miradas expresivas hacia alturas celestiales para indicar que no queda otro remedio. El problema es que sí suele haber remedios claros a la narrativa interesada del poder, pero éstos son inviables: pocos se atreven a contrariar el relato imperante de las guerras y el “mercado”, a escapar de la trama que marcan agencias de noticias e información precocinada, a pensar por sí mismos, investigar e informar de verdad, dando voz al sentido común o pasando la palabra a los arrollados por el progreso moderno. ¿Por qué? Por puro cálculo. Debes pagar tu alquiler, debes también comer algo, quizás incluso quieras ir un día al cine o hacer un viaje… cosas difíciles si estás en el paro.
En el fondo, no hay censura en los medios, cada cual incorpora simplemente a su conciencia la necesidad de no molestar a ningún superior o a los intereses establecidos, porque las consecuencias pueden resultar desagradables. Y en muy poquito tiempo se aprende así a domesticar el cerebro a cambio de un plato de habas y de una precaria seguridad. Se aprende también a trabajar en los formatos y ritmos que exige la fábrica mediática; la experiencia en montaje, traducción, redacción, grabación o técnicas audiovisuales apenas sirve para mejorar un producto en el que prima la rapidez en la producción de infotainment – por otro nombre, infoentretenimiento – en lugar de la calidad informativa, lingüística, acústica o visual. Los buenos artesanos de la información, de la frase, de la imagen o del sonido acaban fabricando basura en serie. Pero al menos pagan su alquiler.
Y así, por un puñado de euros, gentes de mentes sin duda sagaces, cuyo oficio debiera consistir no solo en hallar el acontecimiento de importancia sino en explicar su razón de ser, se dedican más bien a describir con frases manidas la reciente catástrofe, cubrir la enésima cumbre, resumir la última intriga palaciega, parlamentaria o partidista, relatar el nuevo drama de refugiados, lanzar la más actual demonización de los malos o preparar la postrera propaganda bélica sin plantear casi nunca sus causas, como si todo fuera el ruido y la furia normales que acompañan al mundo. Los ladridos del “perro guardián de la democracia”, de ese periodismo y esos medios de comunicación que debieran advertirnos que nuestra casa o nuestro mundo arden se transforman en un gruñido de obediencia a los incendiarios.
Por supuesto, nunca queda tiempo para pasar de la labor pasiva – formatear y retransmitir la masa de datos sesgados que hoy llamamos información – a una auténtica investigación. Y el simple sentido crítico humano está inhibido por la situación laboral de dependencia y el miedo que se han descrito. A guisa de conclusión: es tan probable hallar un comentario crítico en los medios de hoy como encontrar un artículo ateo en una hoja parroquial.
El poder de los resortes
La reflexión que intentan estas líneas no es nueva: la crítica al periodismo domesticado, vocero de los siniestros intereses que dominan el mundo, la denuncia del sutil – o grosero -entrelazamiento de información y propaganda, se ha expuesto y denunciado ya con escabrosos detalles concretos en diversas fuentes. Pero el presente artículo quiere aportar una modesta solución; estas líneas no verían la luz si no fuera para ofrecer una posibilidad comprobada de plantar cara a este estado de cosas. Decía Brecht:
General, tu tanque es más fuerte que un coche. Arrasa un bosque y aplasta a cien hombres.
Pero tiene un defecto: necesita un conductor.
General, tu bombardero es poderoso. Vuela más rápido que la tormenta y carga más que un elefante.
Pero tiene un defecto: necesita un mecánico.
General, el hombre es muy útil. Puede volar y puede matar.
Pero tiene un defecto: puede pensar.
Algo que a mi juicio sigue siendo válido. Basta con reactivar algo el espíritu de resistencia que nos queda para entorpecer un poco el mecanismo del embrutecimiento mediático. Como pudo demostrar nuestra experiencia organizativa durante varios años, una posible solución consiste en practicar sencillamente la actividad sindical de base. Si se fomenta el intercambio entre compañeros, si se inician mecanismos solidarios básicos y – en el mejor de los casos – si se logra instaurar una práctica asamblearia regular, en espacios sindicales libres donde puedan tomar libremente la palabra sin temor a consecuencias los que normalmente solo gestionan diariamente órdenes, urgencias e informaciones sesgadas, las relaciones de poder en una empresa mediática cambian perceptiblemente. Porque, para un mando técnico o un superior, no es lo mismo corregir a un trabajador individual aislado que hacerlo con alguien que se sabe apoyado por una parte de la plantilla. Es algo simple pero muy eficaz: combatir el aislamiento y atomización individual del trabajador a través de reuniones abiertas de base que debatan cuestiones sindicales y también la línea informativa seguida por el medio, para implantar en el puesto de trabajo un respeto a la dignidad laboral, que incluye el derecho a la opinión crítica. Y ese derecho, si se logra cambiar realmente las relaciones de poder en el canal concreto, acaba reflejándose en la oferta de información.
Por supuesto, es necesario ignorar el organigrama, las categorías y divisiones salariales creadas por la empresa entre redactores/as, presentadores/as, reporteros/as, traductores/as, técnicos/as de imagen y sonido, secretarios/as, becarios/as, etc. Es más inteligente, solidario y eficaz abrir las asambleas y el proceso autoorganizativo a todos los que trabajen en una cadena, ya sean “estrellas”, satélites o meteoritos de todo tipo.
Los resultados son en ocasiones realmente sorprendentes: las directivas captan enseguida el nuevo espíritu de unión y la complicidad que existe entre una parte de su personal, las perspectivas que ha abierto la solidaridad para el trabajador mediático, y a menudo cambian claramente de actitud y comienzan a respetar sus intereses … y también sus opiniones. Son condiciones muy distintas a las de la batalla individual cotidiana por evitar el abuso laboral o la manipulación. El asambleísmo permite que el bagaje de conocimientos e inteligencia que lleva en sí cualquier trabajador, ese “capital personal” del obrero, se exprese y contribuya a configurar su entorno y sus condiciones de trabajo … y en el sector de la comunicación ayuda incluso a combatir la información basura.
Y entonces los “recursos humanos”, esos precarizados resortes del poder mediático, pueden comenzar a convertir su trabajo en una labor de seres libres y racionales. Y convertir “canales” y “cadenas” en arroyos o ríos de libre información que nos hagan avanzar hacia la igualdad humana y la reconciliación con el planeta.
[Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 113, Primavera 2023]