Sindicat de Treballadors de Seguretat de Catalunya (STS-C)
Desde un punto de vista libertario, el trabajo realizado por las Vigilantes de Seguridad (VS) puede ser visto como problemático porque su objetivo principal parece ser la defensa de los bienes del capital, pero esto no es una consecuencia intrínseca de la existencia de nuestro colectivo sino producto de las dinámicas propias del capitalismo. La seguridad como concepto es un derecho básico y necesario para todo ser humano y su forma de aplicación depende en última instancia de los recursos que la sostienen.
Un primer vistazo podría llevarnos a pensar que el personal de vigilancia estaríamos formando una especie de fuerza pretoriana destinada a la represión de todo aquel que no nos pague el sueldo, pero nada más lejos de la realidad. Nuestro colectivo es bastante heterogéneo y en una gran cantidad de ocasiones el papel represivo que se nos achaca es comprensible pero injusto. El personal de vigilancia de seguridad no solamente está para realizar detenciones. Sus labores en buena parte de las ocasiones pasan por ayudar a las personas. En la mayoría de los servicios formamos parte de los equipos de evacuación, contribuimos activamente a la prevención de accidentes laborales, actuamos como primeros auxilios antes de la llegada de los servicios de urgencias o ejercemos labores informativas. Muchas de nosotras no hemos puesto unos grilletes (esposas) en la vida y esperamos que esto continúe así.
Vigilantes de seguridad, derechos humanos y ultraderecha
El trabajo de seguridad basado en el respeto a los derechos humanos no es solamente posible. Es absolutamente necesario. Nuestro compromiso personal debe pasar por defender derechos como la vida, la integridad personal o la libertad en vez de conculcarlos. Para el STS-C esto es lógica básica. Nuestro papel debe ser proteger las personas, no reprimirlas.
Pensar que la influencia de la ultraderecha en el colectivo es testimonial resultaría ingenuo. No hay forma más suave de decirlo, hay mucho “facha”. La ultraderecha ha secuestrado el concepto de seguridad y lo ha hecho tan suyo que su horrenda visión de nuestro colectivo se ha hecho hegemónica. Los partidos conservadores y, en mayor medida, los de ultraderecha, se han posicionado públicamente a favor del que consideran “su” sector de forma más abierta que los de izquierda, cuya lógica electoral considera mejor dar por perdido ese terreno. Esto ha generado un acercamiento por parte de algunas vigilantes de seguridad a postulados que, a todas luces, van no solamente contra los derechos y libertades humanas, sino contra sus propios intereses. En cualquier caso, no creemos que se trate solamente de un problema ideológico sino también de falta de pedagogía. Quizá no hemos sabido explicar lo suficientemente bien que la ultraderecha, por poca que sea, siempre es demasiada y que bajo sus banderas se esconden los intereses del capital y la muerte de las libertades. Pero sí, el sector está ciertamente infestado de ultraderechistas y algunos de sus sindicatos se han apuntado a esta corriente “apolítica” de considerar la ideología como una atadura. Y ya sabemos qué significa eso.
La lucha contra la precariedad
La precariedad no es más que una forma de sometimiento que ejerce el poder y, como tal, siempre degrada. Ésta se ha generalizado a todas las capas sociales, aunque todas comprobamos a diario que en los sectores más precarios la capacidad de organización frente al empresario está aún más limitada. A nuestro modo de ver, esto no es tanto por la falta de conciencia de clase sino porque la persona trabajadora desesperada siempre es más proclive al miedo. A modo de ejemplo en nuestro sector tenemos las cantidades absurdas de horas extras que algunas compañeras tienen que hacer para salir adelante. Las horas extras te las da el empresario, pero solamente si no eres de los que se quejan, se organizan o les plantas cara. En un sector donde apenas se llega a fin de mes, donde dos días de retraso de la nómina son un drama, imagina convocar una huelga. Nuestra hambre es su moneda, y la usan constantemente. La precariedad, en definitiva, es uno de los mayores enemigos contra los que luchar.
En este aspecto falta mucha concienciación y no solamente en este sector, sino en la sociedad en general. Hace dos años, estuvimos durante meses manifestándonos cada semana en el Centre de Telecomunicacions i Tecnologies de la Informació de Catalunya para que la Generalitat abriera una investigación por una denuncia de siete compañeras que se habían sentido agredidas laboral y sexualmente por un jefe de equipo. La Generalitat y la empresa de seguridad, ante el miedo a las salpicaduras, se pusieron de lado y actualmente el caso está judicializado. Estas cosas deben terminar y cuando se producen estos problemas hay que mover cielo y tierra para esclarecer la verdad caiga quien caiga. Obligar a esas compañeras a pasar por largos años de procesos judiciales para obtener justicia tras sufrir una situación de la que ya salieron en su momento no es solamente lesivo hacia ellas, sino que sirve para dar a entender tanto a esas como a otras mujeres que “No denunciar es el camino fácil, mejor me voy y paso de follones”. Tenemos mucho trabajo por delante como sociedad.
Las dificultades para la acción sindical en el sector de la seguridad
En 2001, en el XIV CONGRESO Confederal de Valladolid, la CGT decidió expulsar del sindicato al personal de vigilancia de seguridad por considerar, tras arduo debate, que constituimos una fuerza represiva:
“Por tanto (según nuestros Estatutos vigentes): NO PUEDEN ESTAR AFILIADOS/AS a la CGT los trabajadores/as en seguridad privada, prisiones y policía local….”
Ante la ausencia de opciones viables ya constituidas, optamos por iniciar nosotros mismos nuestra propia organización. Nuestro único sector es el de la seguridad privada. Cuando viene alguien de otro, siempre lo remitimos a la CGT.
Las mejoras laborales generalizadas deberían consensuarse con las fuerzas sindicales mayoritarias del sector. El problema es que los únicos fines de éstas son ganar elecciones, cobrar subvenciones y disfrutar de sus créditos de horas. Y son muy buenas en todo ello, pero traficar con este tipo de mercancía pasa por pagar el precio de acabar con recursos sindicales tan necesarios como son las manifestaciones, las huelgas y la lucha obrera en general. En este sentido estamos siempre intentando apoyar cualquier mejora, pero en muchas ocasiones ocurre que, a la que entramos un poco en el juego de las reuniones empezamos a sentirnos fuera de lugar. Cuando un empresario te invita a comer es que en algo te estás equivocando. El campo de batalla diario del STS-C, por tanto, se centra más en conseguir día a día que se respeten los exiguos derechos de las personas trabajadoras y en conseguir tantas mejoras como sea posible para nuestras compañeras, a través del camino que consideramos el más válido, la lucha obrera.
Nuestra organización, a través de sus representantes de prensa y divulgación, y en todas las ocasiones, ha condenado sistemáticamente cualquier violación de derechos. Cualquier miembro del sindicato que haya vulnerado un derecho fundamental de otra persona es inmediatamente expulsado. Esto nos ha costado críticas de ex afiliados molestos porque en su momento el STS-C no defendió sus vergonzosas actuaciones. Y es que, si piensas que es justificable violar los derechos humanos, da igual la situación, ni nos quieres como sindicato ni te queremos como afiliada. Ni siquiera como compañera. En esto no transigimos. Bastante ha costado conseguir los pocos derechos que tenemos como para que encima contribuyamos a conculcarlos.
En un sector tradicionalmente infestado por la ultraderecha, esta ideología ha estado ganando durante muchos años, pero tenemos la sensación de que empiezan, poco a poco, a girarse las tornas. Cada vez son más raros los casos de vigilantes de seguridad mostrando abiertamente símbolos o ideas fascistas. Y entendemos que, modestamente, desde esta organización, aunque seamos minoritarios, quizá algo hemos contribuido a ello. Es tarea nuestra no permitir que la ultraderecha continúe hegemonizando un sector que, aunque así lo piensen, no es suyo. Además, este ramo, del mismo modo que el resto de la sociedad, no es ajeno al constante cambio del espíritu de los tiempos. Siendo realistas hay que reconocer que no podemos saber si se está produciendo un cambio real en la mentalidad del personal de vigilancia de seguridad o si ahora disimulan mejor. Lo que sabemos seguro es que una de las primeras cosas que ves al entrar en el local del STS-C es una copia del “Aixafem el feixisme” de Pere Català, así que a nosotras no se acercan. Una de las premisas de cualquier organización anarcosindicalista debe ser, sin duda, el compromiso con el antifascismo y, en este caso, nosotras no somos una excepción.
Tenemos una buena relación personal con muchas compañeras de otras organizaciones, principalmente de otros sectores, que es donde puedes encontrar sindicatos combativos, pero el concepto anarco sindicato de trabajadoras de la seguridad privada aún echa para atrás. Por otra parte, hemos llegado también a decenas de acuerdos puntuales con otros sindicatos de seguridad privada, pero esto no ha cristalizado nunca en una alianza mantenida en el tiempo. No somos un sindicato de moqueta sino de adoquín y les resultamos molestos a aquellos sindicatos cuyo concepto de la lucha obrera se limita a la reunión semanal con el empresario. Es el precio de no transigir.
Creemos que deberíamos romper con esa falsa dicotomía que ha creado el interminable debate de libertad contra seguridad. Es un dilema artificial. La seguridad, como ya hemos comentado, es un derecho fundamental que, como tal, merece especial atención y no puede, en ningún caso, colisionar con las libertades individuales. El modelo que debería defenderse pasaría por una mayor especialización, aumentando la profesionalidad y enseñando a las compañeras que cada detención es un fracaso. Educar al personal de vigilancia de seguridad en la empatía, aumentando su capacidad para resolver situaciones de forma pacífica. La figura del vigilante debería ser pedagógica, nunca represiva. Por otra parte, la actual ley de seguridad privada debería derogarse. No somos policías, ni queremos serlo, y esta ley, con la excusa de la “colaboración” permite a los agentes de policía usarnos como su ejército particular bajo la amenaza de perder el empleo e incluso algo peor. Esta ley nos puede obligar a reprimir una manifestación si nos lo dice un policía cuando nuestro lado es el del pueblo, con las manifestantes, no con quienes les pegan. Esto no es una ley, es tiranía. La ley de seguridad privada debería ser derogada, junto con la ley mordaza y todas y cada una de las leyes que, en vez de servir al pueblo, lo esclavizan.
Es que no hay otro camino. Las barreras que nos separan son muy pocas y fáciles de superar si pensamos en la alternativa, que es lo que tenemos ahora, una miríada de organizaciones con el horizonte puesto en su ombligo y un enemigo poderoso e implacable cuya ideología se basa en los balances. Nuestro trato personal con otras anarcosindicalistas o sindicalistas combativos siempre es muy productivo, agradable y está claro que existe cierta hermandad. Ojalá llegue el día en que se nos vea como compañeros y no como enemigos. Si eres un mileurista ¿se te puede considerar un represor? Al final esperamos que se imponga ese pensamiento que, a nuestro juicio, siempre ha sido el más lógico. Que, al fin y al cabo, los seguratas solamente somos currelas.
Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 114, verano 2023