María Leo. Sindicato de Enseñanza de Madrid.
¿Qué hacemos cuando hasta nuestras relaciones más íntimas y personales son susceptibles de ser retorcidas y manipuladas por el Estado? En enero de 2023, La Directa destapó el caso de dos policías infiltrados en movimientos sociales en Barcelona y Valencia, que se unían al policía infiltrado en el movimiento de vivienda barcelonés destapado en mayo de 2022. En el último caso descubierto en Barcelona, la revelación era, si cabe, más dolorosa por el uso que había hecho para afianzar su tapadera de múltiples vínculos sexo afectivos con compañeras militantes en estos espacios
Cada vez que reaparecen casos de infiltraciones del Estado en movimientos sociales, es inevitable sentir escalofríos y cuestionarnos cómo construimos nuestros vínculos más íntimos, tanto de amistad como sexo-afectivos, si incluso en espacios que consideramos seguros (con matices, puesto que agresiones sabemos que se dan en todas partes) y en los que tratamos de construir un mundo nuevo y mejor, estamos expuestas a la violencia que supone vincularse con alguien que no sólo no existe, sino que es un topo dedicado a desmontar todo lo que nos dejamos la piel construyendo.
Es absurdo pensar que el Estado va a respetar los derechos fundamentales de la militancia anarquista organizada en el mismo grado que los del resto de la ciudadanía. Y aunque nos negamos a hacer activismo desde la sospecha, ya que impediría la mayor parte de nuestra acción política, quizás ninguna persona militante podamos permitirnos bajar la guardia del todo, al menos de primeras. Sabemos que esto va a seguir pasando, ¿podemos minimizar riesgos y que nuestros espacios de militancia sigan siendo inclusivos hacia quienes se acercan por primera vez? Hay muchos casos famosos a nivel estatal ampliamente conocidos, desde los recientes infiltrados en el 15M y en los colectivos antiglobalización hasta históricos como el del caso Scala.
Cuando las organizaciones anarquistas eran clandestinas, como durante el franquismo, eran necesario avales para poder entrar en ellas: no eran espacios abiertos, sino que alguien que estuviera dentro tenía que dar la cara por ti y garantizar que fueras una persona de confianza, prácticas que se siguieron realizando durante la transición, pero que poco a poco se relajaron hasta desaparecer en la ¿falsa? creencia de que ya no eran necesarias.
¿Tiene sentido retomar esasmedidas en el momento actual? Creemos que es necesario reconsiderarlo, pero con cautela, porque en ningún caso defendemos que las asambleas abiertas deban desaparecer: si nuestra vocación es de mayoría social, debemos acoger a quien llegue nueva con los brazos abiertos. Pero tampoco cabe actuar como ilusas: habrá acciones que requieran especial confianza en las que no todo el mundo tenga cabida, no ya en su ejecución, sino en su preparación. Decimos esto sabiendo que las infiltraciones van a seguir ocurriendo, pero tampoco es cuestión de ponérselo tan fácil si realmente queremos que nuestros colectivos y sindicatos sean una herramienta subversiva.
El descubrimiento de que ese compañero -y decimos compañero, en masculino, porque en la mayoría de casos de infiltrados son hombres- con quien nos hemos encerrado para evitar un desahucio, que repartía verduras con nosotras en nuestro grupo de consumo, que se ha plantado junto a nosotras en un piquete, con quien tantas veces hemos compartido cervezas en un bar, y con quien con el paso del tiempo nos hemos encariñado e incluso establecido una amistad, no existe, supone un terremoto terrible para cualquier colectivo. Cuando decimos que nos negamos a hacer activismo desde la sospecha no es una frase vacía, puesto que sabemos y defendemos que una de las mayores fortalezas de los movimientos sociales son las redes afectivas y de apoyo y confianza mutua que se crean en ellos. Estas redes nos sostienen no solo en nuestras luchas sino también en nuestro día a día.
Militar no es fácil ni cómodo, y a menudo en nuestras militancias encontramos espacios duros, de trabajo arduo, con luchas fuera, pero también muchas más veces de las que desearíamos dentro. Y sin embargo, tener objetivos comunes, creer en lo que hacemos y confluir con quienes piensan y luchan en el mismo sentido nos hace sentir que formamos parte de un colectivo del que sentir orgullo. Así, se tejen esas redes de apoyo, de complicidad, emocionales y afectivas que hacen que sigamos trabajando y luchando, que todo tenga sentido. Y llevado al ámbito sindical, cuando una sección funciona bien, a menudo se convierte en un espacio de apoyo mutuo del cual incluso cuando la gente cambia de ámbito laboral no se llega a desvincular del todo, porque ha sentido que es allí donde está en casa. Estas redes afectivas son el reflejo más destacado de ese mundo mejor que queremos crear cuando militamos, y por eso resulta aún más violento pensar en que los infiltrados policiales sean un nodo falso dentro de ellas y hayan podido violarlas. Al leer estas noticias una primera reacción es replegarnos, encerrarnos en nosotras mismas y empezar a dudar de nuestros propios vínculos. Pero relacionarnos con el otro desde el miedo a que sea un infiltrado dificulta enormemente que se den estas relaciones de confianza y afecto que son la base de nuestra militancia y hace que se pierda buena parte de nuestra fuerza.
Más allá de la extracción de información, que de hecho puede hacerse y se hace por otros medios, generar este ambiente de desconfianza es otro de los objetivos de estas infiltraciones por parte del Estado. Es quizás el más importante, pero a menudo no le prestamos atención, encubierto como queda por todos los daños inmediatos generados en nuestras estructuras, desde la desaparición de un militante que se había hecho esencial a la represión que se haya podido sufrir a raíz de la información extraída durante la infiltración.
Incluso después, cuando el infiltrado ya no está y la información que transmitía deja de fluir, queda ese poso de incomodidad y tensión que condiciona las relaciones que se establecen en el espacio invadido, al menos durante un tiempo. A esta dimensión de la violencia estamos expuestas, potencialmente, todas las personas que integramos los movimientos sociales, y a pesar del dolor que acarree en lo personal, es esencial recordar que la filtración ha respondido a la intención del Estado de desmontar un movimiento organizado que percibe como amenaza al estatus quo del poder establecido.
También queremos hacer un breve apunte sobre la dimensión de género de este problema. A la gravedad de la infiltración y de esta violación de la confianza de la que hablábamos, se añade el hecho de que uno de estos últimos infiltrados se dedicó a establecer relaciones sexo afectivas con varias de las militantes de estos espacios. Que los infiltrados sean hombres y las activistas con las que establecieron relaciones fueran mujeres no es trivial. Las enormes desigualdades que existen en cuanto a la posición que hombres y mujeres ostentan en el imaginario colectivo con respecto a su sexualidad hace que la vulnerabilidad de las compañeras engañadas sea mucho mayor que si hubiera sido al revés, como en los mitos de mujeres seductoras que hacen uso de su cuerpo y su sexualidad para obtener información.
Por ello queremos abrazar a las compañeras que de pronto han descubierto que la persona con la que se vincularon no solo no existía, sino que además había usado sus cuerpos para y tratar de destruir sus ideales y el mundo mejor por el que luchan diariamente. Queremos decirles que estamos con ellas, que queremos acompañarlas activamente en su duelo. Porque introducir la infiltración sexo afectiva dentro del activismo es una forma específica de violencia patriarcal que se suma a la violencia general de la infiltración. Ya no solo las relaciones son una herramienta para obtener información y generar desconfianza: los cuerpos de las mujeres son un recurso más a utilizar, desposeyéndonos de agencia y relegándonos de nuevo a ser solamente objetos, de la acción.
La infiltración dentro de los movimientos sociales tiene un objetivo claro: desmontar un movimiento organizado que el Estado percibe como potencial amenaza. No es novedoso, pero es importante destacar que estas políticas no se llevan a cabo, o solo de forma residual y testimonial, en organizaciones de ultraderecha, que expanden discursos de odio y cometen agresiones mucho más nocivas y peligrosas para la mayor parte de la población. Entenderemos entonces que son las fuerzas de izquierda aquellas que realmente tienen un potencial transformador de la sociedad, incluso a ojos de quienes más se oponen.
Si queremos construir desde abajo, en horizontal y poniendo en el centro la vida, es imprescindible que aprendamos a encontrar herramientas para protegernos de intrusiones que impiden y obstaculizan que nuestros proyectos crezcan. Probablemente haya que inventar nuevas medidas que sirvan en un mundo digital, pero echar un vistazo atrás y recuperar otras probablemente nos ahorre bastante faena. Cuidémonos y protejámonos de forma colectiva, pero sin olvidar que el apoyo mutuo y la solidaridad y la confianza son la base de nuestra acción política: cualquier lucha que pretenda transformar la realidad ha de conjugarse en colectivo.
NOTA: Este artículo se cerraba aquí, pero durante el proceso de revisión se desveló un nuevo caso de infiltración en movimientos sociales, en esta ocasión en un centro social de Madrid. Curiosamente, y parece que tratando de contradecir todo lo anteriormente escrito, en este caso la infiltrada era una mujer. Sin embargo, al analizarlo desde un prisma más amplio, no deja de ser un nuevo paso en ese derrotero de control y utilización de las herramientas sociales que hace el sistema. La condición para que las mujeres seamos admitidas en espacios tradicionalmente masculinizados, como son las fuerzas represoras del Estado, es defender con más ahínco y coraje los valores machistas y patriarcales que sostienen estas instituciones, de ahí que reproduzcan lo peor de estos espacios, como son las infiltraciones.
Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 114, verano 2023