Francisco Romero. Fundación Salvador Seguí de Madrid.
Hace mucho tiempo que las elecciones sindicales han desaparecido de los debates, se repiten periódicamente en los diferentes sectores y empresas, y solo son noticia los porcentajes obtenidos de representación. ¿No hay balance después de tantos años y tantas convocatorias? ¿Cuáles son las consecuencias de sus resultados? ¿Se puede hacer sindicalismo sin presentarse a las elecciones sindicales? A estas y a otras preguntas no se ha dado respuesta.
Si bien es cierto que tras el final del franquismo surgen los sindicatos plenamente legalizados, incluso algunos de nuevo cuño, la reforma política impone que el medio para cuantificar la representatividad de cada uno de ellos sean las elecciones sindicales. Así, las organizaciones con más medios (dinero, locales, etc.) y facilidades empresariales y políticas, alcanzan una representatividad mayoritaria, creciente y sin discusión salvo en algunos territorios y sectores muy determinados. Es un modelo heredado de representación que en su momento, -década de los 70 del siglo pasado-, se adecuaba a las grandes y medianas empresas. El resto de las personas trabajadoras (pequeñas empresas, autónomos, etc.), se quedaba sin representación o en todo caso, por defecto, la asumían y asumen los dos grandes sindicatos. Pues bien, seguimos con el mismo modelo a pesar de los importantes cambios que se han producido en el tejido laboral y empresarial después de casi 50 años de las primeras elecciones sindicales.
Este modelo homologado al estilo del sindicalismo de Europa ha provocado unas consecuencias, ahora muy evidentes, pero que desde el principio formaron parte de una hoja de ruta programada y que podemos caracterizar como: profesionalización de las sindicalistas, burocratización, corrupción, negociación permanente, dependencia económica del Estado, de las grandes empresas y primacía del electoralismo, provocando la desmovilización y descartando la capacidad de las personas trabajadoras para resolver sus problemas.
Para las organizaciones sindicales que se autodefinen como alternativas a ese modelo sindical, y en particular, para las que se etiquetan como anarcosindicalistas, concurrir o no a las elecciones sindicales fue uno de los asuntos a resolver. Salvado aquel obstáculo, se inician dos caminos paralelos de resultados múltiples y contradictorios. Las organizaciones, a veces, se encuentran atrapadas entre la aspiración de suplantar a los sindicatos mayoritarios o permanecer en la marginalidad que hace muy difícil el abordaje de los conflictos laborales. Ese equilibrio entre las dos posiciones más extremas, es preciso analizarlo y sopesar las posibles ventajas e inconvenientes, consecuencias y problemáticas que han generado y generan.
Obtener un número determinado de delegados sindicales permite realizar una actividad sindical más efectiva en aquellas empresas de tamaño mediano y grande, con diferentes centros de trabajo y centenares o miles de trabajadores. Sin acudir a las elecciones sindicales, no existe un crédito horario mensual y en épocas de escasa movilización, el sindicalismo se convierte en una tarea titánica, exige dedicación y esfuerzos muy importantes.
El modelo de comités de empresa como organismo unitario de los diferentes sindicatos ha fracasado, salvo en conflictos puntuales, locales o coyunturales. Ha quedado desacreditado, marginado y sustituido por el funcionamiento de las secciones sindicales de las diferentes organizaciones. Es un modelo que elimina la participación de los trabajadores, y, en consecuencia, la toma de decisiones se delega en muy pocas manos, obviándose la asamblea e incluso la consulta a los trabajadores antes de la firma de los posibles acuerdos o convenios.
Aquellos que, desde un hipotético y cuestionable purismo, o porque tienen dificultades para participar en el proceso electoral, o simplemente deciden no presentarse a las elecciones, también han recorrido distintas fases en su desarrollo. Cubrirse con el manto de permanecer fieles a los principios es muy loable pero también supone un desprecio a la inmensa mayoría ya que con la automarginación se consigue que nuestras propuestas no sean conocidas. Sin embargo, presentarse o no a las elecciones no debería ser un problema, legítimas son las dos posturas. La cuestión es dilucidar en qué ocasiones es más apropiada una táctica u otra. Sin representación sindical, en ocasiones, se obtienen triunfos en pequeñas empresas a través de una lucha directa qué, además, a veces implican a otros agentes sociales como vecinas, usuarias, etc. Las elecciones sindicales deben ser una herramienta para potenciar las secciones sindicales y la acción sindical en la empresa, y no un fin en sí mismas. Así se entendió en el Congreso de Unificación del año 1984 de CNT (después CGT).
Pero empecemos a analizar los problemas que se generan. Hay importantes sectores de personas trabajadoras en cuyas empresas no existe el derecho a la libertad sindical y que son perseguidas si pretenden cualquier tipo de denuncia, organización o movilización. Son silenciadas porque dentro de esas empresas existe una dictadura abierta que amenaza con el despido.
Participar en las elecciones sindicales para algunos sindicatos alternativos es una carrera de obstáculos, no es un paseo triunfal. Empezando por las empresas que despliegan todo tipo de medidas: despido de las posibles candidatas, detectives, amenazas a la familia, sobornos, apoyo a candidaturas afines a la empresa, etc. El empresariado no quiere sindicatos y menos a quienes tienen fama de “radicales”. Continuamos por los propios sindicatos rivales (CC. OO., UGT y otros), con sus expertas en elecciones sindicales, que también utilizan cualquier tipo de artimañas legales o ilegales para desbancar a las organizaciones competidoras.
Salvado el primer impedimento, para competir, la sección sindical se convierte en una maquinaria electoral. En primer lugar, confeccionando la candidatura con las personas afiliadas y si no es posible, buscando la colaboración de independientes para completar la candidatura. Hay que presentar candidaturas, a ser posible, en todos los centros de trabajo de la empresa y en ese afán se sacrifican, a veces, las ideas y el perfil de las candidatas. Así, en ocasiones son elegidas personas que no van a realizar ninguna labor sindical, simplemente han prestado su nombre para completar la lista. En otros casos, y esto es más grave, hay personas de ideas muy diferentes a las de la organización u oportunistas que buscan algún tipo de prebenda o beneficio. CGT no es un sindicato corporativo, defendemos unas mejores condiciones en la empresa, sector, etc. pero tenemos un proyecto social diferente de esta sociedad individualista, capitalista, machista, etc. No todas las personas pueden afiliarse, hay trayectorias y conductas que no se pueden permitir. Es oportuno recordar que cuando nos afiliamos a CGT, nos afiliamos al sindicato (de rama, oficios varios o único), no a la sección sindical de la empresa u organismo administrativo. Por lo tanto, la afiliación está condicionada por la aceptación de los estatutos y acuerdos de congresos, conferencias, etc.
Pasado el proceso electoral procede reorganizar a la sección sindical para que ese crédito horario se utilice adecuadamente y potencie la acción sindical. En consecuencia, las horas sindicales y/o de militancia deben atender a las diferentes tareas y convocatorias de la organización, no son para su uso exclusivo en la empresa ya que, en este caso, se cae en el criticado corporativismo.
Pero el trabajo sindical, puede tender a acumularse en aquellas personas con más experiencia y predisposición. Involuntariamente, o no, se empiezan a acumular tareas. Es habitual, que, si la empresa lo permite, las horas se acumulen en unas personas determinadas e incluso que alguien pueda ser liberada por acumulación de las horas sindicales del resto. Pero la representación sindical ha sido elegida para llevar a cabo los acuerdos de la organización, no es un privilegio, y no se pueden tomar decisiones al margen de la asamblea y esto no se puede olvidar. Gestionar, en ningún caso decidir. Las elecciones sindicales no se pueden asimilar como las políticas, cuya participación queda relegada a votar cada cuatro años. Hay una responsabilidad en la persona que sale elegida, es “delegada” y eso supone que la opinión se debe recoger, debatir, transmitir y decidir si es preciso en la base. No es un aval para hacer aquello que pudiera parecer más oportuno y acertado.
En caso contrario, se van estableciendo en la empresa grupos diferenciados, representantes sindicales con mayor o menor implicación, la afiliación, y, por último, el resto de la plantilla. Combatir esta estratificación es complicado pero necesario ya que sin la participación de los trabajadores no es posible el sindicalismo de movilización que debemos propugnar. Es fácil caer en el sindicalismo de gestión y servicios, sin necesidad de participación y dedicado a resolver pequeños problemas a la afiliación.
Otro aspecto para destacar es la necesidad del crecimiento elección tras elección. Nuestro porcentaje de representación sirve -en teoría- para tener mayor capacidad de negociación frente a la empresa. La afiliación sin criterios, se convierte en una tarea prioritaria ya que facilitan las listas electorales, son votantes y aportan medios económicos a la organización. Así, las elecciones se pueden convertir en un fin en sí mismo, olvidando que los votos, e incluso la afiliación no son garantía del éxito de una movilización que siempre deberá apoyarse en la totalidad de la plantilla. Pero sin movilización la negociación no tiene fuerza y se convierte en una multitud de reuniones con la parte empresarial, con montañas de documentos, donde el resultado, en muchos casos, ya está pactado de antemano con los sindicatos del régimen que garantizan la eficacia del posible acuerdo o convenio y la paz social.
El recorrido por estos diferentes aspectos de la representación sindical a través de las elecciones nos permite observar cómo es muy complicado no ceder ante las posiciones más cómodas y fáciles que criticamos en las centrales del sindicalismo mayoritario. Por esta razón, no podemos olvidar, que las elecciones sindicales son un medio `para una acción sindical más efectiva, que no debemos desvirtuar los principios, y tratar de evitar estos “vicios” que nos alejan de nuestro modelo sindical. No solo debemos diferenciarnos por no firmar pactos sociales, convenios y acuerdos lesivos, también por plantear alternativas, conflictos y unas formas de hacer sindicalismo diferente. Decir que no firmamos y judicializar los conflictos no es suficiente. Nuestra representación no es necesaria casi nunca para firmar dichos acuerdos.
Los tiempos y las formas han cambiado desde los años 70, el mundo del trabajo ahora está fragmentado y disperso, con mucha subcontratación y precariedad y con unos empresarios crecidos. Por lo tanto, la CGT y los sindicatos alternativos están obligados a asumir nuevas funciones que van más allá de la afiliación y de los centros de trabajo como núcleos de lucha. Ya no existe ese modelo de producción en serie que facilitó la implantación del sindicalismo tradicional. Ya no se entra a la misma hora en las fábricas y oficinas. La asamblea para las nuevas generaciones es una novedad y la nueva movilización requiere esfuerzos e imaginación. En las mismas empresas hay personas contratadas por otras empresas, servicios externalizados, autónomos, etc. Hay multitud de condiciones distintas que nos dividen y que suponen una gran dificultad para un sindicalismo eficaz. Por tanto, las elecciones sindicales dentro de las empresas, es un medio que debe permitir un sindicalismo para todas las personas, abarcando no solo a la empresa matriz, también al personal externo y a sectores donde la organización no tiene presencia, ese es el reto.
La tarea no es nada fácil, la época que nos ha tocado vivir se caracteriza por la falta de participación y la afiliación a los sindicatos, a veces, relegada al papel de socios, sin compromiso ni participación. Hay que añadir la escasa conflictividad, reducida a situaciones de empresas muy determinadas y con problemas específicos. El otro aspecto a destacar es el triunfo del individualismo como ideología dominante que se potencia a través de las relaciones laborales donde, partiendo de unas condiciones “marco” se introducen, a veces, incentivos por objetivos que anulan las condiciones de convenio para ofrecer una hipotética subida salarial.
Para las personas que trabajan en la pequeña empresa, para los falsos autónomos y otros sectores informales, el sindicalismo es un elemento extraño y desconocido. En estos sectores no hay representación sindical de ningún tipo y si existe es por algún interés empresarial o de las organizaciones sindicales mayoritarias para aumentar su porcentaje de representación Son las personas más desprotegidas, los sectores emergentes donde domina la ley de la selva (por ejemplo, no aplican el salario mínimo, utilizando diferentes argucias en la nómina, la prolongación de jornada es habitual, etc.). Ahí, encontraremos a todo tipo de inmigrantes, de todas las latitudes, mujeres, jóvenes y parados de larga duración, que tienen necesidad de trabajar y terminan aceptando lo que les ofrecen, pero para quienes es una novedad cambiar el individualismo, por lo colectivo y por la solidaridad. También aquí, encontraremos la rebeldía frente al conformismo actual. Es necesario que exploremos nuevas fórmulas de participación en la lucha sindical, a veces sin afiliación, apoyando la autoorganización y la solidaridad en estos nuevos sectores.
Tanto dentro de los centros de trabajo como en el exterior, la resistencia se tiene que extender sobre el conjunto del territorio y sobre todo tipo de derechos y problemas sociales. Hay que contar con la represión empresarial, policial y judicial, siempre dispuesta a aplastar cualquier conato de organización y movilización. En los escasos conflictos que se generan se penaliza con dureza la participación en piquetes informativos e incluso se cuestiona el derecho de huelga. Ante esta situación, las elecciones sindicales, cobran un nuevo protagonismo y pueden ser una herramienta útil. En estos últimos colectivos podríamos emplear ese caudal de sindicalistas y horas sindicales junto con otras activistas.
Los sindicatos, para tener una influencia real, tal vez, deben mutar a una forma de organización social que desborde al propio centro de trabajo. Hoy en día, tener un empleo ya no es sinónimo de integración y bienestar, puede ser de precariedad y de pobreza. Por tanto, es fundamental que la lucha supere la defensa exclusiva del empleo para perseguir unas condiciones de vida aceptables. Las personas que trabajan no van venir a los locales a organizarse, habrá que ir al lugar donde se desarrollan los problemas y propiciar el conflicto. La convivencia entre trabajadores de diferentes condiciones y situaciones, solo se pueden superar con el apoyo mutuo, la solidaridad y la lucha cotidiana donde vayamos profundizando y abriendo nuevas perspectivas. O perderemos otra ocasión más. Recordemos y aprendamos de otras épocas, donde diferentes estrategias convivían con respeto a las opiniones diferentes; así, no solo se abordaron los aspectos laborales, sino que se consolidó una potente organización. Para problemas complejos no nos sirven las soluciones fáciles.
Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 116, invierno 2024