Anarcosindicalismo y feminismo.

Emilia Moreno de la Vieja. Libertarias.

La presencia de mujeres en el anarcosindicalismo ha sido permanente desde su aparición, y lo han hecho tratando de aportar la visión que como mujeres tenían de la vida, aunque no siempre ha resultado fácil.

En el Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) celebrado en Zaragoza en 1872 se recoge en sus acuerdos que

“la mujer es un ser libre e inteligente, y por lo tanto, responsable de sus actos, lo mismo que el hombre; Que para garantizarla esta libertad y poner a la misma en condiciones de practicarla no hay más remedio que el trabajo. Lo contrario es someterla a la estrechez del hogar doméstico y a la tiranía del hombre, por lo tanto: la tendencia de los internacionales debe ser hacerla entrar en el movimiento obrero, a fin de que contribuya a la obra común, la emancipación del proletariado; porque, así como en la organización social presente no hay diferencia de sexo ante la explotación, tampoco debe haberla ante la justicia.

Voltairine de Cleyre

El que ya en 1872 se aprobara un acuerdo de este calado demuestra el interés que siempre existió dentro del movimiento anarquista por incluir a la mujer en su lucha y considerarla una igual.

Pero nadie puede creer que algún compañero, que no ha padecido discriminaciones por el hecho de ser mujer, hubiera pensado en aportar tal propuesta al Congreso, salvo que alguna compañera hubiera propuesto que se incluyera.

En este caso se trataba de Guillermina Rojas, maestra gaditana y militante anarquista, que formó parte de la delegación que acudió al congreso.

Guillermina de Rojas

A vuela pluma habrá quien haya llegado a la conclusión de que, esto no deja de ser una anécdota, la excepción que confirma la regla de la escasa y poco señalada participación de la mujer en el anarquismo español.  

Nada más lejos de la realidad, Guillermina, junto con Isabel Calonge, otra mujer perteneciente a la AIT, internacionalistas, neomalthusianas y comprometidas con la maternidad consciente, mantienen contacto con otras anarquistas estadounidenses como Emma Goldman o Voltairine de Cleyre. Pero a la vez están vinculadas en el ámbito laboral con las cigarreras y las obreras del textil que llevan años organizándose, criando, apoyándose, reivindicando y defendiendo sus derechos; no en vano las llamaban “las chinches”.

La presencia de mujeres en el anarcosindicalismo ha sido permanente desde su aparición, y lo han hecho tratando de aportar la visión que como mujeres tenían de la vida, aunque no siempre ha resultado fácil.

Heredera de ellas, luchando codo con codo con sus compañeros, y al mismo tiempo buscando espacios dónde reflexionar y entender las causas de la discriminación y doble opresión de la mujer, fue Teresa Claramunt, quien junto a Angeles Lopez de Ayala,-francmasona- y Amalia Domingo  -espiritista- impulsó en 1892 la  Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona. Y que en su texto más extenso -“La mujer”- ya denuncia esta situación y reivindica que la falta de participación y de capacidades de la mujer se deben, no a su menor inteligencia, como entonces se afirmaba de forma generalizada, si no a la falta de formación que tradicionalmente tenía y a su sobrecarga de trabajo. Y trabajan para remediarlo alfabetizando y creando casas de acogida y bibliotecas.

Su amiga Teresa Mañé, encarna otra forma de militar dentro del movimiento libertario, desde el reconocimiento y la seguridad que le da su entorno familiar, su formación y su labor más intelectual, siente que se le abren las puertas de la organización sin sentir discriminación alguna.

Y con ellas Francisca Sapera, madre de quien abre una nueva generación de mujeres, Salud Borrás Sapera, que entran ya en el siglo XX junto a una larga lista de militantes anarquistas que comienzan a aparecer por la recién creada CNT como Joaquina Dorado, Antonia Maymon, Lola Iturbe, Aurea Cuadrado, Libertad Ródenas, Balbina Pi… algunas en la lucha obrera junto a sus compañeros, otras, las más, buscando además complicidades entre el resto de mujeres y organizándose en la doble militancia como sindicalistas y como mujeres .

Militantes de Mujeres Libres en distintas etapas. De izquierda a derecha: Pepi Cuesta, Josefina Juste Cuesta (2001), Pilar Molina (años 90) y Concha Liaño (años 30)

Mujeres Libres no fue sino la natural consecuencia del trabajo de sus predecesoras, solo en una tierra bien abonada pudo dar fruto una organización pionera y vanguardia de la defensa de los derechos de las mujeres, horizontal, obrera, autónoma en sus decisiones, pero solidaria en sus trabajos.

Y junto a ellas, otras mujeres, de quien sin duda Federica Montseny es el máximo exponente, optaron por la única militancia, la sindical, codo con codo con sus compañeros y quizás temiendo que las organizaciones de mujeres minaran las fuerzan y las energías necesarias para llevar adelante la Revolución.

Pero a pesar de la enorme labor y transcendencia de Mujeres Libres, a pesar de la dura militancia de tantas mujeres en la larga noche del franquismo, que fueron encarceladas, atendieron a los presos, difundieron propaganda…. a pesar del intento de mantener la llama de Mujeres Libres desde el exilio, a pesar de todo ello, cuando en la mal llamada transición nuevas generaciones de mujeres miraron hacia atrás no las encontraron, enterradas como estaban en 40 años de historia escrita por los vencedores, y la larga cadena de poderes superpuestos, fascistas, comunistas, machistas….

Así pues, las nuevas generaciones militantes pusieron sus ojos sobre la única mujer que la historia había permitido transcender: Federica Montseny, una mujer anarquista que había alcanzado las más altas cuotas del poder en un momento de revolución.

Nunca habían oído hablar de Mujeres Libres, y miraban a esas señoras mayores, que acudían al sindicato, con condescendencia, sin que nadie fuera capaz de entender el alcance de sus palabras, mientras comenzaban a indagar por caminos que hacía años que ellas ya habían recorrido.

Tuvo que ser una investigadora ajena a nuestro pensamiento, Mary Nash, quien pusiera el foco y les diera la luz suficiente como para que alcanzáramos a comprender la inmensa historia que habíamos tenido al lado sin apenas reconocerla.

Entre estas nuevas mujeres volvieron a reproducirse dos líneas de trabajo, las que se fueron incorporando al sindicato, aceptando las reglas del juego existentes, pocas, muy pocas, y las que se organizaron paralelamente en organizaciones feministas, o tratando de crearlas dentro del sindicato.

Para estas mujeres el descubrimiento de Mujeres Libres fue el reencuentro con su identidad, y fueron conscientes de que habían estado debatiendo y buscando un horizonte que ya mucho antes ellas habían trazado.

Pero, tras los oscuros años de la dictadura y el sindicalismo vertical, la reconstrucción anarcosindicalista en general se retomó con parámetros muy masculinizados, dado el panorama laboral heredado.

Los sindicatos de clase se constituyeron con poderosas ramas del metal y el transporte, con casi la totalidad de su militancia masculina, y solo con el devenir de los años, fueron creciendo ramas con mayor presencia de mujeres –banca, administración pública, enseñanza- Y para entonces el sindicato ya estaba asentado, y sus formas más que consolidadas y profundamente masculinas.

Por eso, aunque la llegada de mujeres no se cuestionaba, e incluso eran bien recibidas, el camino de éstas dentro de la organización nunca ha sido fácil.

Nadie puede negar la gran presencia en la actualidad de las mujeres en el sindicalismo libertario, cada vez son más quienes forman parte de los secretariados, coordinan proyectos, acuden y participan de la vida de los locales sindicales, y obviamente, quienes dan la cara y defienden sus derechos y los de sus compañeras en las empresas.

Militantes de Libertarias

Y es innegable los cambios que esta presencia produce en sindicatos y formas de lucha, desde las reivindicaciones de instalaciones y material adecuado para ellas en las empresas hasta los pequeños pasos que se van dando para facilitar la participación en la organización de mujeres y hombres con responsabilidades de cuidados, pasando por los cambios de lenguaje, de la imagen de los sindicatos anarquistas hacia el exterior…

Pero estos avances en absoluto han sido lineales ni pacíficos, ha habido compañeros, acostumbrados a las formas y modos previos, que nunca se han resignado a los cambios, entre otras cosas porque significan renunciar a esos pequeños privilegios que les hace la vida más fácil. No es que nieguen que deba haber compañeras en el sindicato, no,-no vaya a pensar alguien que ellos no son feministas- pero cuando les abren las puertas lo hacen con sus condiciones, para que la maquinaria sindical continúe sin desviarse, “y a quien no le convenga, pues que busque otro sitio”.

Y siempre ha habido compañeras, no demasiadas pero siempre presentes, dispuestas a aceptar estas reglas del juego, porque no se han sentido discriminadas –hasta ese punto nos educan para ser sumisas-, porque sinceramente creen que la lucha está en el codo a codo conjunto y ya habrá tiempo para cambiar después las cosas, o porque aceptan las migajas de los privilegios que tienen a bien darles los compañeros.

Sea cual sea la razón, y su poco número, lo cierto es que han jugado un papel muy perjudicial para el avance de la lucha de la igualdad real dentro del anarcosindicalismo, ellas siempre han sido el argumento para rechazar la discriminación, su ejemplo ha proporcionado una coartada para seguir como se estaba a los compañeros más renuentes a renunciar a su estatus.

Como consecuencia, es difícil seguir el rastro de las mujeres que militaron en la CNT y la CGT en los años 80 y primeros de los 90 y que cansadas de obstáculos e impedimentos dejaron en buena medida las organizaciones dando un portazo.

Sin embargo, su esfuerzo no fue en vano, y ya en los 90 volvieron a surgir grupos de mujeres –Mujeres Libres, Libertarias…- en diversos territorios, que a pesar de seguir sin tenerlo fácil, se encontraron con sustanciales mejorías, fruto del trabajo de sus predecesoras.

Grupos que, cada una en su territorio primero, y tejiendo redes con el resto después, han ido construyendo un discurso y poniendo en la agenda de las organizaciones un modelo de sindicato más inclusivo, más social, con la voluntad de que transversalice y se cambien definitivamente los modos y discursos heredados del tardofranquismo y que aún siguen asomando en más ocasiones de las que nos gustarían.

Grupos que, a día de hoy, con avances y retrocesos, disoluciones y reorganizaciones, continúan en esa doble militancia de la lucha en la empresa, en la calle, pero también convencidas de que, si quieren conseguir un mundo más justo, si quieren alcanzar la utopía, el primer frente en el que han de ganar la batalla es el de su propio espacio, y por ello, a pesar de duros sinsabores en muchas ocasiones y gracias al apoyo de las unas en las otras, continúan militando en sindicatos libertarios.

Grupos que en absoluto están solos, porque son muchos los compañeros que asumen que el patriarcado está instalado en la sociedad, y es uno de los principales aliados del capitalismo para conseguir la explotación laboral y social; y aceptan sin problema que son muchos los privilegios de los que gozan, e incluso están dispuestos a trabajar para suprimirlos. Igual que las mujeres hemos de hacer el esfuerzo de acoger, incorporar y hacer nuestras las luchas de mujeres atravesadas por otras discriminaciones –precariedad, raza, sexualidad….- Porque sin duda aceptar la inclusión sin fisuras, aunque el patriarcado se empeñe en contradecirnos, será beneficioso para TODES, TODAS, TODOS.

Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 116, invierno 2024