Andrés Ruggeri. Autogestión y revolución. De las primeras cooperativas a Petrogrado y Barcelona.

José Luis Carretero. Secretario general de Solidaridad Obrera. Miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA)

“Autogestión y revolución” es el último libro de Andrés Ruggeri, y ha sido recientemente editado en el Estado Español por la editorial Descontrol, de Barcelona. Se trata de un volumen ágil, riguroso y muy agradable de leer, que narra en detalle el insistente “hilo rojo” que une las prácticas y discursos sobre la autogestión, desde las primeras cooperativas obreras y la Comuna de París, hasta la revolución española de 1936.

Esta recomendable obra se centra en cuatro bloques de contenido, que configuran una prolija historia de las luchas obreras de la Europa previa a la Segunda Guerra Mundial (lo que podríamos entender, como la “historia más clásica” del movimiento obrero):

El primero narra el origen de las primeras cooperativas de trabajo asociado y del movimiento organizado del proletariado en Europa, deteniéndose en analizar las claves del pensamiento de Marx, Rosa Luxemburgo y Bernstein sobre las posibilidades de la gestión obrera de las unidades productivas, así como la importancia seminal de la Comuna de París, de 1871, como paradigma (compartido por marxistas y anarquistas) de la futura sociedad socialista. La visión de Ruggeri de lo ocurrido en París es refrescante, pues lejos de adherirse acríticamente a las distintas visiones de las diversas escuelas políticas, llama la atención sobre la heterogeneidad de sus protagonistas y sobre el hecho de que no tuvieron más remedio que responder, con un atado de improvisación y traducción sobre la marcha de discursos previos, a una situación urgente, caótica e inesperada. Así, Ruggeri afirma que:

“De alguna manera, la Comuna de París se desarrolló en esos márgenes de confusión por su propio contexto de nacimiento: derrota militar, armisticio y capitulación francesa ante los prusianos, huida de los burgueses y funcionarios de la ciudad, fuerte movimiento obrero dispuesto a tomar las armas para expulsar a sus enemigos y, por último, desaparición virtual del Estado en el área de influencia de los insurrectos. La Comuna, entonces, no hace más que tomar el lugar que aquel Estado en crisis acababa de dejar y empezar a ejercer el poder sin tener un plan previamente definido. Como suele acontecer en los procesos revolucionarios, los hechos desatan tendencias existentes, pero en forma no prevista por sus protagonistas, enfrentándolos a desafíos que escapan a toda teorización previa.”

El segundo bloque de contenidos del volumen está dedicado a las experiencias de control obrero, autogestión y autoorganización en el seno de la Revolución Rusa de 1917, un tema al que Ruggeri ha dedicado ya antes otros textos muy recomendables en la revista argentina Autogestión para otra economía. Andrés bucea en la conformación del soviet de San Petersburgo en 1905; en la emergencia del modelo de consejos de obreros y soldados y de comités de fábrica, ya en 1917, como propuesta de estructura básica de la nueva sociedad; en la legalización y progresiva toma de control por el Partido Bolchevique de dichas instituciones de autoorganización proletaria a partir del Decreto de Lenin sobre el control obrero; en la posterior deriva hacia el control enteramente estatizado de la producción, en paralelo al desarrollo de la teoría del “comunismo de guerra”; y , finalmente, en las reflexiones finales de Lenin, ya enfermo y políticamente aislado, sobre el cooperativismo, que partían de entender dicha forma de trabajo asociado  como “la forma económica necesaria para el socialismo y como el medio más adecuado para construir la participación masiva del campesinado”.

De nuevo, Ruggeri insiste en una de las ideas centrales que recorren todo el libro:

“Sin embargo, al momento de la revolución de Octubre, y más aún si pensamos en el período inmediatamente precedente desde la caída del zarismo y la asunción del gobierno provisional, esta evolución posterior era una de las tantas posibilidades que el proceso planteaba. La heterogeneidad ideológica, organizativa y de prácticas era posiblemente la característica más notoria de la situación revolucionaria. No sólo las distintas tendencias de la izquierda se diferenciaban o convergían en muchas cuestiones fundamentales, sino que las prácticas populares, especialmente entre los trabajadores industriales rusos, salían constantemente de los moldes de las respectivas ortodoxias en boga en las organizaciones políticas de la época.”

El tercer bloque de contenido, dedicado a los consejos obreros en la Europa de entreguerras, es de enorme interés en nuestro país, pues incide sobre experiencias históricas poco conocidas en nuestro mundo cultural (la revolución alemana y la húngara, así como el “Bienio Rojo” italiano) y contribuye a iluminar en una forma novedosa una figura intelectual que las líneas políticas más reformistas reivindican, en gran medida, como propia: la de Antonio Gramsci. Un Gramsci que todo el mundo acoge en su seno como teórico de la hegemonía, pero que nadie reconoce en la actualidad como el pensador más vinculado, desde la práctica efectiva, con el proceso de toma de fábricas y autogestión a gran escala en el Turín de 1920.

Como afirma Ruggeri, Gramsci y el grupo de intelectuales que conformaban el periódico L´Ordine Nuovo intervinieron en el proceso de toma de fábricas, interpelando de manera directa a los obreros que lo estaban llevando a cabo, colaborando para ello con los anarcosindicalistas de la USI. Concretamente:

“En verdad, Garino y Ferrero, los dos anarcosindicalistas que se aproximaron más íntimamente al grupo de L´Ordine Nuovo eran también parte del sector más proclive a lo que podríamos llamar una línea de unión sindical que implicaba trabajar con los sindicatos del socialismo, opción rechazada más radicalmente por la línea con mayor influencia de Malatesta. El diálogo entre Gramsci y Garino, de acuerdo con Di Paola, era bastante frecuente y franco (…) en los hechos, ambos grupos estuvieron unidos en el proceso de los consejos, y las lógicas diferencias entre perspectivas no fueron obstáculo para esto.”

El Gramsci de 1920 entiende que, para el trabajador, “el Consejo de Fábrica es la base de sus experiencias positivas, de la toma de posesión del instrumento de trabajo”. El Consejo de Fábrica, no hay duda, “tiene que representar para la clase obrera el modelo de la sociedad comunista”. Y ese modelo ha de articularse con el sindicato y el partido de una forma que seguro que sorprende a muchos “gramscianos posmodernos” de la izquierda “divina”:


“Las relaciones que debe haber entre el partido político y el Consejo de Fábrica , entre el sindicato y el Consejo de Fábrica, se desprenden ya implícitamente de esta exposición: el partido y el sindicato no han de situarse como tutores o sobre estructuras ya constituidas de esa nueva institución en la que cobra forma histórica controlable el proceso histórico de la revolución, sino que deben ponerse como agentes conscientes de su liberación, respecto de las fuerzas de compresión que se concentran en el Estado burgués.”

El cuarto y último bloque de contenidos del volumen está dedicado íntegramente a la experiencia colectivizadora de la Revolución Española. Ruggeri delinea con destreza las líneas de fractura del movimiento obrero español de la época, se detiene a analizar la importancia del Congreso cenetista de Zaragoza, en el que se debate el concepto del “comunismo libertario” que preconizaba la organización sindical; y explica con solvencia las dinámicas generales del movimiento colectivizador en la industria y el campo. Andrés, nuevamente, nos regala una visión desprejuiciada y compleja del proceso que analiza:

“Es importante comprender que estas experiencias se dieron en unas condiciones muy difíciles e imprevistas para sus protagonistas, muy distantes de ser las ideales en las cuales se imaginan los programas políticos y económicos. La propia CNT, que a pesar de definirse explícitamente como un sindicato anarcosindicalista, era un complejo mosaico de grupos obreros bastante heterogéneo, estaba en una etapa de redefiniciones y, poco tiempo antes, se había reunido en un Congreso donde discutió, entre otras cosas, las formas económicas y sociales del futuro.”

Autogestión y revolución es, por tanto, un libro de muy recomendable lectura para quien quiera aproximarse a la historia de los procesos autogestionarios. Por un lado, nos transmite una clara conciencia de que las divisiones ideológicas en el seno del movimiento obrero no son lo que explica la radicalidad o la profundidad de las experiencias históricas. Esta visión no dogmática y desprejuiciada nos permite comprender que las ideologías de los actores reales en las situaciones revolucionarias reales se ven tensionadas hasta el extremo por las exigencias materiales de lo que acontece. Escenarios imprevistos, caóticos y extremadamente complejos condicionan la traducción a lo real de los discursos ideológicos. La vida revienta la dogmática de los partidos, las banderías y las ideologías.

Por otro lado, Andrés nos ayuda a reflexionar sobre los procesos por los que las experiencias autogestionarias tratan de superar la dimensión aislada de la fábrica para tratar de convertirse en matrices de la organización general de la sociedad. Una tendencia que se muestra, una y otra vez, cuando el control obrero se difunde en las unidades económicas.

En palabras del propio Andrés Ruggeri:

“Lo que quisimos enfatizar es la autogestión surgida de los mismos procesos en la práctica (…) Esta autogestión viva no desapareció ni siquiera con las más duras derrotas y resurgió una y otra vez.”

¡Leeos el libro, compas!

[Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento número 112 de otoño de 2022]