Miquel Ramos. Antifascistas. Así se combatió a la ultraderecha española desde los años 90

Reseña de Nada RG, militante antifascista.

«Un asunto personal», así se llama el primer capítulo del libro escrito por Miquel ‒Antifascistas. Así se combatió a la extrema derecha española desde los años 90‒, en el que relata cómo un primer día de colegio tras la Semana Santa del año 1993 su profesor les contó a él y al resto de alumnos de su clase la noticia del asesinato de Guillem Agulló por parte de unos neonazis. Así comenzó su afición de buscar en los periódicos recortes de noticias que hablaran sobre este y cualquier otro asunto relacionado con la extrema derecha y la respuesta organizada en las calles ante esta lacra.

Me resulta difícil no sentirme identificada con aquel joven de 14 años, ya que cuando asesinaron a Carlos Palomino (por aquel entonces yo tenía 18 años) me obsesioné con buscar artículos relacionados y estuve durante mucho tiempo coleccionando recortes de periódicos; no sé muy bien la razón, ya que no eran precisamente noticias objetivas y solamente conseguían cabrearme. Pero supongo que fue un acontecimiento que marcó al movimiento antifascista de mi generación, al igual que la muerte de Yolanda, Arturo, Lucrecia, Hassan, Guillem o Richard entre otros muchos asesinados por el fascismo, marcaron las generaciones de los 80 y 90.

Mis inquietudes políticas comenzaron también a edad temprana, al igual que en el caso de muchos compañeros y compañeras con los que milito en la actualidad. Aunque mi generación es posterior a la de Miquel, pertenecemos a un mismo periodo en muchos sentidos, marcado por una violencia callejera protagonizada por grupos fascistas o de nazis que contaban con la simpatía de los diferentes cuerpos de seguridad del Estado, la fiscalía y los tribunales, resultado de una falsa transición que nunca depuró las instituciones y que así sigue hoy en día. Connivencia que los alentaba a la hora de atentar contra diferentes minorías y que impuso la necesidad de una respuesta organizada de acción directa antifascista.

La primera vez que tuve conocimiento de la labor periodística de Miquel Ramos fue a raíz de su aparición como colaborador en el programa «Las cosas claras», de la televisión pública. A partir de ahí descubrí que había sido miembro de un grupo de música que escuchaba desde la adolescencia. Fue una muy agradable sorpresa enterarse de que (¡por fin!) había un periodista antifascista en un programa de televisión, además en un horario y una cadena que precisamente no pasaban desapercibidos.  Pese a que trabajaba en esa franja horaria, al regresar a casa ponía el programa si sabía que Miquel había participado. Daba gusto poder escuchar a un periodista así en un medio de comunicación de masas, debatiendo sobre diferentes temáticas desde una óptica que prioriza la defensa de los valores colectivos; y por eso mismo sospechábamos que no duraría mucho como tertuliano, ni tan siquiera el propio programa.

Resulta muy frustrante ver o leer noticias que relatan sucesos en los que cualquier parecido con la realidad es mera casualidad. Uno no puede evitar quedarse atónito ante la ligereza con la que difaman estos llamados medios de comunicación, a veces porque has vivido en tus propias carnes lo que tratan de contar, pero, sobre todo, porque eres consciente de todo el entramado político y económico que mueve los hilos de la información y que la ha convertido en un negocio.

Por eso considero importante que existan figuras periodísticas como la que hoy día representa Miquel en los medios amarillos de comunicación. Pese a la pluralidad de ideas e incluso discrepancias dentro del ámbito del antifascismo, se requiere de periodistas, fotógrafos, cámaras y trabajadores relacionados con los medios que sean verdaderamente profesionales y no sólo ejerzan el periodismo desde medios alternativos, necesarios, pero desgraciadamente poco relevantes en el panorama actual. No es un querer dar lecciones de periodismo, es dignificar una profesión, es hablar del derecho a la información.

Desde la perspectiva de la militancia antifascista es casi igual de importante hablar en esta reseña de quién es Miquel Ramos y de donde viene, qué hablar del propio contenido del libro. Primero, porque no queremos a un académico hablando sobre partirse la cara en las calles con los nazis, queremos a un militante que haya tenido que sufrir en sus propias carnes lo que eso implica. Segundo, porque cuando, en mi experiencia personal, decido leer un libro sobre un tema concreto, de entre los factores que me hacen decidirme uno de los más importantes es el de conocer la tradición política y el activismo de quien lo escribe. Saber su formación es importante, desde luego, pero más importante incluso es el poder hacerme una idea de si el autor, por muy bien que escriba y lo documentado y leído que esté, va a ser capaz de sentir y entender realmente lo que está escribiendo; si escribe desde fuera, desde el análisis frío y desapasionado, o desde el compromiso, la sinceridad y el impulso transformador.  

El libro trata de la historia y evolución de la extrema derecha desde la falsa transición, de cómo su arraigo en la sociedad ha sido posible gracias a la connivencia de las instituciones públicas nunca depuradas, de la propagación de sus ideas de odio gracias a los medios de comunicación, que han normalizado y banalizado sus discursos. Y, por supuesto, habla de cómo durante tres décadas la única forma con la que se ha combatido esta situación ha sido a través de los distintos colectivos que han conformado el movimiento antifascista en las distintas partes del Estado español.

Su formato lo hace ameno, se puede leer cualquier capítulo de forma independiente o hacerlo de seguido; sea como sea, su lectura no pierde sentido. Esta obra podría considerarse un primer tomo introductorio de una colección de muchos libros, ya que cada capítulo bien podría ampliarse continuando las líneas trazadas por su autor. El texto expone muchas de las caras que conforman el prisma de la inexistente memoria histórica de este Estado, y lo hace a través de las voces anónimas de quienes han vivido esos procesos, siendo el escritor, a través de sus propias vivencias, el que vertebra y hace de hilo conductor, pero permaneciendo al mismo nivel que el resto de voces que componen el libro. Según te vas introduciendo en los capítulos, inevitablemente haces tuyo el relato, bien porque viviste el suceso en primera persona, bien porque conoces a alguien que lo vivió o bien porque has vivido un hecho similar.

Tanto en sus páginas como en las presentaciones, Miquel y sus colaboradores hablan del proceso reparador que puede suponer a la hora de cicatrizar las heridas de todos aquellos que hemos vivido algún periodo de estas décadas dentro del movimiento antifascista. Es cierto que poner en común todas nuestras vivencias puede ser algo positivo, y debemos seguir haciéndolo, pero por encima de todo creo que este libro debería convertirse en una de las referencias de las nuevas generaciones del antifascismo para que sean conscientes de lo duro que fue y ha sido para sus predecesores conseguir que las cosas estuvieran un poquito mejor, de cara a que sigan luchando día a día por no solamente mantenerlo, sino mejorarlo; nunca está de más repetirlo: las conquistas sociales y de los movimientos populares son muy difíciles de conseguir, pero realmente fáciles de perder.

Hoy en día seguimos sin depuración en las instituciones, con antifascistas enterrados en cunetas y medios de comunicación sirviendo de altavoz a la extrema derecha. Mientras esto no cambie, cualquier supuesto paso hacia adelante que se consiga desde la gobernanza y la gestión política no servirá de nada porque, si la mayoría de los jueces y miembros de las fuerzas de seguridad del Estado español siguen lastrados de ideología franquista, los supuestos logros legislativos fácilmente se revierten y cuestiones como el delito de odio se utilizarán, como sucede actualmente, para castigar a los movimientos sociales en lugar de proteger los derechos humanos.

Por eso, necesitamos más que nunca que las asociaciones memorialistas sigan al pie del cañón, que el recuerdo de los compañeros que han sido asesinados por el fascismo nunca caiga en el olvido y que organizaciones como la Coordinadora Antifascista de Madrid ‒con sus 33 años de historia‒, junto con los innumerables colectivos de barrio, las asociaciones vecinales, los movimientos en defensa de los servicios públicos, las plataformas contra los desahucios y un larguísimo etcétera, continúen plantando cara al fascismo, venga de donde venga e independientemente de la forma que adopte.    

[Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento número 112 de otoño de 2022]