Francisco Manuel Salamanca Peña.
Vinieron para vencer
El 10 de enero de 1981 el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional lanzaba su “Ofensiva Final” en El Salvador. La idea era combinar una serie de ataques guerrilleros junto a la sublevación de algunas unidades del ejercito y, que estos hechos, provocasen una insurrección popular que derrocase al gobierno criminal de Napoleón Duarte. Las cosas, como suele ocurrir, no salieron según lo planeado y, apenas dos semanas después de ese 10 de enero el Frente dio por terminada, y perdida, la renombrada como “Ofensiva General”. Así comenzó, oficialmente, la guerra civil de El Salvador.
En la siguiente fase del conflicto el FMLN se convirtió en una fuerza militar de primer orden y, casi, casi, en un ejercito regular. Ganaban terreno, capturaban prisioneros y hasta llegaron a tener, fruto de sus victorias, unidades de artillería. Todo esto en un país más pequeño que Galicia y con un apoyo militar y económico constante por parte de los EEUU.
En este escenario favorable la Comandancia General del Frente tomó una polémica decisión. Decidieron reinventar su forma de lucha. Disolvieron gran parte de sus unidades, renunciaron al control efectivo de gran parte del territorio ganado a costa de vidas y esfuerzo y hasta enterraron los cañones tomados al enemigo, quedándose tan solo algunos morteros. Una gran parte de los combatientes no lo entendieron. Muchos fueron licenciados y enviados al exilio, otros retornados a los movimientos de masas, dónde estaban más expuestos y tenían menos capacidad de defensa, y los más contrarios a esta decisión fueron ejecutados. Así son las cosas en tiempos de guerra.
La comandancia general, a la que se puede acusar de muchas cosas pero nunca de no entender y prever los derroteros bélicos del conflicto, entendió que de seguir el camino de la guerra convencional, pese al espejismo que suponían esos éxitos iniciales, equivalía a la derrota total en el medio plazo. La suya era una guerra civil, tremendamente política, en la que solo podían ganar si se olvidaban del mapa y se centraban en conquistar el corazón del pueblo. No podían ganar al ejercito gubernamental actuando cómo, ni convirtiéndose en, un ejercito gubernamental.
El 15 de mayo del año 2011 las calles y plazas españolas se inundaron de vida, indignación y rabia. Emulando, pese a no reconocerlo nunca en nuestra blanquitud, las protestas que el año anterior habían convulsionado al mundo árabe y al magreb.
El primer 15M fue pura potencia. Gentes de todas las edades, de todos los orígenes e identidades, en barrios y pueblos. También en el extranjero. Cómo en todo magma de esas características no había un solo alma ni un solo objetivo. Es cierto que había temas, como los feminismos, que despertaron ampollas y roces pero, sin duda, era el sueño erótico y público de tod@s aquell@s que habíamos luchado de manera honesta y radical, extra parlamentariamente, contra el capital y, la mayoría también, contra el estado. Durante dos años, hasta que empezó el cansancio, el reflujo y se alcanzaron los límites propios de toda movilización el espacio público se convirtió en escuela de lucha.
Y entonces, cuando más necesaria era la sabiduría acumulada desde la derrota de la transición, cuando llegó el momento para el que nos habíamos preparado durante décadas en el ámbito libertario y los espacios autónomos, el de recoger, acuerpar y preparar todo el poso humano que había quedado después de la crecida de cara a la siguiente oleada de recortes y descontento, entonces digo, sucedió lo contrario a lo que sucedió en El Salvador de 1983.
Una parte de “nuestra comandancia general”, por miedo, por egos, por agotamiento, por necesidades vitales personales, o por otros motivos, decidió dar un giro de ciento ochenta grados a nuestra estrategia política de base y anti autoritaria. Basándose en un discurso del miedo a la derrota y a volver a lo de antes, y usando como apoyo el carisma personal de determinadas personas, nacieron varias iniciativas que planteaban el asalto a los parlamentos y las instituciones del estado así como, de manera más o menos clara, el abandono de las calles.
La diferencia entre el giro estratégico decidido por la dirigencia del FMLN y la cabriola del grupo informal, pequeño pero influyente, que desde dentro de los movimientos de carácter libertario dejaron de serlo y quisieron arrastrarnos con ell@s es fundamental. Los primeros, quizá por que se jugaban la vida literal y no simbólicamente en ello, comprendieron que el tablero de lucha en el que estaban era el elegido por el enemigo y, a la larga, sería su muerte. Que en la guerra social, como en todas las guerras, no gana necesariamente quien tiene más medios, sino quien despliega más ganas e inteligencia. Es decir, quien lleva la iniciativa, elige los escenarios y marca los tiempos.
Nuestr@s ex compañeras, por contra, olvidaron todo lo aprendido en los últimos doscientos años de movimientos socialistas y derrotas de clase. Decidieron abandonar nuestros espacios y actuar como si el el estado fuese neutral, un tablero de ajedrez en el que ambas partes cuentan con las mismas piezas y las mismas posibilidades salvo el movimiento de salida. Como si el estado no fuese una súper estructura, creada para la defensa de los privilegios y la acumulación de poder cada vez mayor. Cómo si los funcionarios no fuesen seleccionados cuidadosamente, y aleccionados cada día, para que esa maquinaria de maquinarias funcione para lo que quiere la clase dirigente. Como si milenios de historia de la humanidad y de evolución política pudiesen ser cambiados en dos legislaturas por un grupo de amigos que se creen los más listos de la clase.
Nos vendieron que el estado es el gusano de especia y, ell@s, el Kwisatz Haderach. Que la revolución se puede hacer, como una serie, en un par de temporadas. Que los cambios se hacen porque tenemos razón y que las resistencias del sistema se derrumban con magdalenas y buenas intenciones.
Decidieron ir a luchar al terreno elegido por el enemigo, con los tiempos que marca el capital, usando las herramientas creadas por el poder. Para ello se sacrificaron los movimientos de base. En parte por la des capitalización humana de los mismos con la diáspora de militantes reconvertidos en candidatos y, en parte, por el trabajo consciente y denodado para erradicar asambleas y círculos. Se sustituyeron los argumentos por las consignas y se promovió la pasividad y la ilusión frente a la organización y el trabajo cotidiano.
Así nacieron y se desarrollaron Podemos y sus hijes autonómicos y municipales. Decían venir a vencer, dinamitar el sistema desde dentro o a marcharse al sitio desde el que habían venido y ser uno más de nuevo.
Un buen gobierno
Una de las máximas del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros era que una acción guerrillera que requiriese explicación era una acción mal planeada y/o mal ejecutada. Es más, durante mucho tiempo tuvieron una directriz en sus operativos que era la siguiente. Si, en cualquier momento previo a la acción, se valoraba que esta podía no salir exactamente como se había planeado, y si esto podía poner en riesgo el mensaje político que se quería transmitir con la acción planeada, era preferible cancelarla, por mucho que hubiese costado su preparación, antes que mandar mensajes confusos que pudiesen confundir al pueblo. No se podía permitir que ningún aspecto del desarrollo de la acción dependiese de la voluntad del enemigo. Menos aún el impacto de la misma.
Además, para ser una organización clandestina y vertical que operaba en una dictadura militar, tenía unas bases muy amplias a las que consultaba lo más a menudo posible, y mantenía contacto con otras organizaciones como sindicatos y partidos a los que escuchaban para entender mejor el movimiento social del que, verdad o no, se sentían parte y vanguardia.
De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda entre un sector de los profesionales del parlamentarismo, sobre todo entre quienes buscan el voto de izquierda, entonar un mea culpa muy curioso cuando se tuercen los resultados electorales. Es muy habitual escuchar, como auto crítica supina, que probablemente el problema esté en que no se han sabido explicar correctamente los grandes logros sociales y legislativos que se han acometido desde puestos de gobierno y despachos.
Durante la última campaña, además, cuando se veía venir a todas luces lo que pasó el 28 de mayo, se fue creando el relato de que la derecha pepera, el equipo de Ayuso y sus tentáculos en otras autonomías, manejan enormemente bien los medios digitales y de que tienen una mayoría absoluta en las televisiones y las radios. Lejos quedan los tiempos de la soberbia y la exaltación en que fuimos los más ingeniosos, los mejor preparados de la historia de España e incluso algunos pensaban en hacer la revolución a golpe de meme.
En última instancia se llega a un clásico básico de los lunes con victoria electoral de los partidos abiertamente conservadores que es lanzar, desde el dolor de la derrota, mensajes rencorosos hacia un pueblo alienado, idiota, fascista y merecedor de todos los males que le sucedan. Afirmar, como Ramón Yarritu, que todo el mundo se ha vuelto tonto o moderno.
Pero no siempre fue todo así. Antes de llegar a este punto se pasó por dos etapas previas en que a los que anunciábamos el escenario actual como probable se nos ignoraba o se nos vilipendiaba. La fase de los gobiernos municipales y la fase del deseado gobierno central.
La primera fase, en la que Podemos no llega a lograr ni el famoso sorpasso ni tan siquiera formar gobierno, pero en la que algunas formaciones afines, compuestas por gentes que van desde avezados militantes de partido de toda la vida hasta ex libertarios y ex autónomos que, tras retorcer en demasía el concepto de municipalismo libertario, ganaron alcaldías de ciudades como Barcelona, A Coruña, Cádiz o Madrid. Esta primera etapa pudo haber servido para aprender de los errores cometidos a escala local desde el interior de la bestia. Pero es que hay algo más terco que la realidad, los egos de quienes se creen más listos y necesarios que el común de los mortales.
En enero de 2020, recuperada la alcaldía de Madrid por el PP, y después de dos procesos electorales y seis meses en los que, pese a las campañas basadas en el discurso de de la unidad anti fascista, PSOE y Podemos no se habían llegado a un pacto para gobernar debido a un desacuerdo, ojo, no en las cuestiones de programa y política social sino en cuantos ministerios le correspondían a la formación morada, se formó el auto denominado gobierno más progresista en la historia de España. Una vez más parecía no haberse aprendido nada ni de las experiencias municipales ni de anteriores gobiernos de coalición autonómicos en los que el resabiado PSOE se la había dado con queso a sus socios de gobierno cambiando programa por sillones.
A partir de su formación la tónica del ejecutivo no fue la de un gobierno que trabaja en equipo y que plantea debates a la ciudadanía sino la de dos bandas coaligadas que compiten por ver quien saca más leyes y puede aprovecharlas mejor mediaticamente. Una goza de la experiencia de los años y un aparato encastrado en los resortes del poder y se dedica a poner zancadillas a la más pequeña que, incapaz de respetarse a si misma, menos aún puede hacerse respetar y se conforma con esquivar los dardos y contarle a quienes, cada vez menos, quieran escucharle decir que eso no era lo que se había pactado.
Es probable que este gobierno pase a la historia por el que más leyes con título progresista ha redactado en menos tiempo pero una cosa es legislar y otra muy diferente gobernar y hacer valer esas leyes. El papel lo soporta todo pero es en el día a día, en la aplicación a pie de calle por parte de los y las interesadas, o en su defecto por el propio estado, donde el pueblo va a ver y sentir si esas leyes le son o no de utilidad real.
Un ejemplo podría ser la modificación legislativa para que las trabajadoras domésticas puedan cobrar la prestación de desempleo. Sin duda es un avance y es de justicia, si obviamos el hecho de que la gran mayoría de éstas mujeres se encuentran en situación irregular en este país, por tanto no cotizan, y mucho menos van a ir a reclamar un subsidio de desempleo. Y la ley de extranjería amiguitas, atención spoiler, no va a ser derogada nunca.
Otro ejemplo, más sangrante aún después de una pandemia que puso de manifiesto el precario estado de nuestro sistema sanitario, fue la anunciada derogación en el año 2022, de la nefasta ley 15/97. Sustituida por una ley prácticamente igual a la anterior. Una vez más el gobierno se comportaba como una banda, en esta caso concreto la de Stringer Bell en The Wire, que cuando ya no le queda droga de calidad se dedicaba a ponerle nombres cada vez más rimbombantes a su mierda de mala calidad con el anhelo de no perder así a sus clientes.
El último ejemplo que pongo, aunque queden decenas, el más sangrante para mi, es el de la ley del “solo si, es si”. Una ley sin duda necesaria en un país donde aumentan las denuncias por agresiones sexuales, individuales y en grupo. Una ley redactada por un partido que ha denunciado ya, públicamente, sufrir un menos precio por parte de la judicatura, cuando no directamente un ninguneo. Una ley que deja en manos de los enemigos de quienes la redactaron el cumplimiento de la misma. No se veía semejante astucia política en este país desde que ETA organizó una brutal masacre en el Hipercor de Barcelona y todo lo que argumentaron después fue que ellos habían avisado con tiempo suficiente para desalojar el edificio.
Pero bueno no solo de leges interruptus vive el desanimo de la izquierda.
El gobierno más progresista de la historia de España, y de esto las dos bandas que lo conforman son responsables, ha aumentado el gasto militar de manera desorbitada mientras la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando. No solo continúa con la eficiente política fronteriza de la Unión Europea sino que además ha justificado sin fisuras la matanza de la valla de Melilla el verano pasado. Ha abandonado definitivamente a su suerte al pueblo saharahui. Y, como colofón, en una decisión que de haberla tomado un gobierno del PP hubiésemos salido a la calle sin dudarlo, nos ha metido en una guerra. Sin debate. Sin pasar por el parlamento. Sin dejarnos decidir al pueblo español si queremos participar de una guerra entre dos potencias imperialistas que utilizan Ucrania como campo de batalla y tienen a su pueblo como víctima colateral. Y, por supuesto, acusándonos a los que nos oponemos a todas las guerras de ser esbirros al servicio de Moscú. Suma y sigue…
Un partido político, nacido en teoría de los rescoldos de la calle, que forma parte del gobierno central y que, en esas condiciones, pasa de más de tres millones de votos a casi desaparecer en menos de cuatro años ha hecho las cosas mal. Muy mal. Por mucho que los medios de comunicación le critiquen y Ana Rosa Quintana ya no quiera desayunar con Pablo Iglesias. Por muy bien que el PP maneje WhatsApp inventando bulos. Por muy conservador que sea este país y aunque hubiesen puesto a un tartamudo de portavoz del gobierno, Podemos lo ha hecho francamente mal. Y nos ha salpicado al resto.
Si en cuatro años de gobierno, incluso con una pandemia, todos tus logros pueden ser olvidados por el pueblo a golpe de bulo y de twit. Si una mayoría de la población no ha visto su vida lo suficientemente mejorada como para decir, «que demonios, voy a votar a esta gente que me cae tan mal pero que me viene tan bien». Si tienes que pasarte el día llorando por las esquinas redactando las cuentas del Gran Capitán de las ayudas sociales y las geniales sutilezas de tus aportaciones legislativas, la has cagado. Porque, digan lo que digan los progres despechados, el pueblo no es idiota.
Podemos, la CUP, las apuestas municipalistas, y el resto de marcas electorales que vinieron a cambiar el mundo desde las entrañas del estado no solo hicieron lo contrario del FMLN, como dije en la primera parte de este escrito, convirtiéndose en lo que el sistema les ofrecía y anhelaba sino que, además, en el proceso, obviaron por completo las máximas de los Tupamaros uruguayos.
Priorizaron la cantidad de las acciones antes que la calidad de las mismas (muchas leyes vacías para dar titulares en lugar de apostar por una o dos bien redactadas y aplicadas con rigor y claridad). Liquidaron a sus bases en lugar de reforzarlas, cortando así su cordón umbilical con el pueblo, renunciando a su capacidad de informarse de primera mano sobre el impacto real de sus medidas. Permitieron que la ejecución final de sus medidas dependiese de cuerpos profesionales que les son hostiles confiando en su capacidad mediática y en su pico de oro para revertir la situación o, quien sabe, mostrarse cómo mártires ante su público.
Eso si, hay algo que si han hecho a la manera de la más espectacular de las acciones del grupo guerrillero uruguayo. Dejarnos claro a todos y todas que ell@s no son las personas adecuadas para dirigir nada. Que, pese a sus promesas y fanfarrias, han elegido, de manera terca y consciente, apostar por la derrota,
Y ahora ¿qué hacemos?
Ahí va la quizá excesiva tercera entrega. Me ha costado y creo que se va a notar. Quizás abarco demasiado y debería haber hecho caso a quién me recomendó partirla en dos pero no quería alargar esto más. Ya me contareis.
Quiero agradecer a todos y todas las que en el propio blog, por guasap, por teléfono y en persona me habéis hecho críticas tanto positivas como de mejora a los dos textos anteriores. No paréis.
Si bien no estamos en abril, no me paga el interrail el gobierno alemán y espero, sinceramente, no morir de sífilis vamos a seguir, mi ego y yo, hablando de este ciclo que se cierra a ver si podemos ayudar en como afrontar el futuro, no solo inmediato, sino también a medio plazo. Nada nuevo, pero nada malo tampoco. Algo con lo que debatir o al menos teneros entretenidos.
Menos de diez años después de haber nacido para comerse el mundo las alternativas electoralistas han mordido el polvo y han dejado tras de si un paisaje de tierra quemada regado de cadáveres políticos. Una parte bastante importante de la militancia político social de nuestro país vive angustiada por el irrefrenable avance del fascismo, el cambio climático, la extinción masiva y, muy probablemente, por la perdida de subvenciones públicas que dejarán de abonar algunos jardines cercanos para ir a prados más azules, así como por la desmovilización popular. Casi, casi dan ganas de citar a Maquiavelo y decir aquello del caos, las estrellas y demás pero no es el momento.
Esta sombra tiene tres causas principales. La inmediata, no cabe duda, es el triunfo de los partidos de la derecha sin complejos. El segundo, muy importante, es fruto de un esfuerzo estratégico por parte del sistema que dedica miles de millones de propaganda a hacer ver que este sórdido mundo es el único posible. En el caso de España, en los últimos meses, se han encargado de silenciar, entre otras, las huelgas francesas, no fuese que se nos pegase algo. Y, siempre, han lanzado paladas de mierda o silencio sobre nuestras nada desdeñables luchas locales. Solo informan de nuestras cagadas y derrotas. Normal.
La tercera pata del banco viene de nuestras propias filas. Cuando comenzaron las campañas electorales de la llamada nueva política una parte importante del discurso era el componente milenarísta. Era ahora o nunca.
Este discurso, uno de los problemas que tiene, es que cuando no se gana lo que queda es el miedo y la sensación de la derrota. Como derrotado pareció ya Pablo Iglesias Turrión el día que, asumido que no habría sorpasso, dijo que se había pasado de la guerra relámpago, aunque el pedante lo dijo en alemán, a la guerra de posiciones. Eso, en la terminología militar con los símiles que le gustaba usar era aceptar que ya no ganaría nunca. Y como derrotado se mostraba Pablo Carmona que, la semana siguiente a tomar su acta de concejal en el ayuntamiento más grande de España, firmaba un artículo de prensa junto a Emmanuel Rodríguez y Almudena Sánchez en el que pedían paciencia a sus bases y comprensión ante las limitaciones de trabajo dentro de las instituciones municipales y su techo de cristal. Las mismas limitaciones que negaban hasta solo diez días antes cuando afirmaban, recorriendo para ello todos los barrios de Madrid y otros muchos del país, que iban a reventar el mundo desde el palacio de telecomunicaciones o dimitir. Ya sabemos lo que pasó y es lógico que, quienes confiaron en ellos, estén de capa caída.
Igual que la romantización en nuestras relaciones afectivas nos lleva con facilidad a expectativas inalcanzables y a aguantar situaciones inaceptables, esperando que nuestras buenas acciones conviertan en lo que queremos a personas que no lo son, generando mucho sufrimiento y estancando aspectos de nuestra vida, una gran parte de la militancia tendemos a idealizar en exceso las luchas sociales y sus devenires. Tanto las pasadas como las presentes.
En lugar de esperar un príncipe, o princesa, azul esperamos a un líder o a una organización mágica e impoluta que nos lleve al paraíso socialista. Hijos de un sistema que promete la satisfacción inmediata de nuestros caprichos y deseos, nos frustramos si después de haber ido a tres manifestaciones no cambian las cosas. Esperamos que una huelga de un día haga temblar al patrón. Queremos que nos den siempre la razón en la asamblea.
Pero los procesos sociales son un eco sistema, como los bosques, e igual que un bosque quemado no crece de nuevo en dos años, un movimiento social en una sociedad anestesiada por décadas de pensamiento simple, consumismo y conformismo, nuestras ideas y prácticas no van a impregnar a toda la sociedad de una sola tacada. Sin ir más lejos, desde que Fanelli llegó a España hasta que se fundo la CNT pasaron más de cuarenta años y otros veinte más hasta que casi se pudo intentar una revolución. Quererlo todo y ya, por desgracia, es la definición perfecta del capitalismo financiero y no debe ser, por tanto, parte de nuestra mentalidad.
Esta idea romántica del cambio, este deseo de querer ver todo resuelto en nuestra corta vida, nos lleva además a dos puntos inaceptables. El primero ya lo hemos visto, la depresión y el derrotismo cuando esa máxima aspiración es evidente que no se va a cumplir. Cuando nos sentimos defraudados. El segundo es aún peor. En nuestra frustración renegamos de todos nuestros éxitos. Nos parecen estériles ante la revolución con mayúsculas que no llega. Pero compañeras, la historia del socialismo, de la lucha contra las injusticias, está plagada de grandes derrotas pero de innumerables pequeñas victorias cotidianas. Cada vez que un barrio se moviliza para ayudar a una familia con riesgo de desahucio, en lugar de quedarse en su casa viendo la tele y creyéndose lo de los okupas, se ha ganado. Cada vez que una plantilla de trabajadores se organiza y exije sus derechos en lugar de tragar con lo que diga el jefe se ha ganado. Cada ocasión en la que se rompe el mandato capitalista de ir cada uno a lo suyo y somos solidarios se ha ganado. Ni se entra en Managua, ni se asalta el palacio de invierno sin décadas de luchas previas acumulando derrotas y aprendizajes.
Por eso tenemos que poner en valor nuestros medios y usar los del enemigo lo imprescindible, aunque les falte glamour y sean más cansados. Y no solo en lo institucional.
No sabemos usar las nuevas tecnologías. Nos ahogamos en un hilo de twitter. Acabamos confuendiéndo, también nosotres, el metaverso con la realidad. Claro que son medios de difusión imprescindibles a día de hoy pero entrar a la batalla ideológica en esos espacios es abonar la estrategia del enemigo. No se puede vencer al pensamiento simple a base de pensamiento simple. Nuestra fuerza no es cuantos seguidores tenemos en redes sino cuantos vecinos pagarían una cuota por tener un local propio en el barrio, o para pagar abogados, cuantos dan su tiempo para organizar actividades… Y si, lo se, sus seguidores en redes son importantes pero es que su lucha es para generar pasividad y la nuestra debe ser para organizar actividad.
Por no hablar de lo mal que gestionamos nuestras diferencias en unos medios que nos privan del uso de gran parte de nuestros sentidos provocando grandes broncas que, de haber debatido sobrios y en espacios físicos compartidos, las más de las veces no se si se hubiesen producido pero no habrían acabado tan mal.
Los espacios de lucha que nos son propios son el territorio y el mundo laboral principalmente. Es ahí, en el día a día, donde nuestros discursos dejan de ser palabras para ser acciones. Donde podemos intentar combatir el racismo, el machismo, la homofobia, el individualismo y los egos… En la propaganda por el acto.
Entonces ¿Qué podemos hacer? Bueno, lo primero, asumir que lo estábamos haciendo bien. Dejar de flagelarnos, al menos fuera de los espacios lúdicos designados para ello. Pese a todo sobrevivimos como movimiento a la derrota de la transición y fuimos capaces de estar ahí cuando en el año dos mil ocho hicimos falta. No para derrotar al capitalismo, pensar que eso podía haber estado en la agenda sería pueril, sino para acompañar y formar al pueblo.
Valorar que pese a ser uno de los países con menor nivel de sindicación y con unos sindicatos mayoritarios bastante blandos, aún así, se han conseguido parar total o parcialmente reformas laborales criminales. Que sigue habiendo huelgas, piquetes, conflictos y represaliados.
Recordar que, en lo peor de la pandemia, en muchos barrios de nuestro país fueron las asociaciones vecinales, e incluso espacios okupados, los primeros en paliar la situación de los más desfavorecidos económicamente por el cierre empresarial, abriendo sus bancos de alimentos y proporcionando comida a quien los necesitase. Poniendo el cuerpo, superando el miedo y arriesgándose a la represión de una policía que había recibido carta blanca por parte del gobierno más progresista de la historia de España.
En los grandes incendios, cuando los servicios de extinción son insuficientes y el estado se ve desbordado, sí, aquí, en el primer mundo, son los vecinos los que se auto organizan para informar sobre el terreno que conocen a los trabajadores anti incendios y desarrollar toda la logística para cubrir las necesidades materiales de las personas evacuadas. Mientras, los diputados violetas y nacionalistas, miraban para otro lado cuando el PSOE aumentaba el gasto militar. Aunque, como dice un amigo mío que trabaja de bombero forestal, los Eurofighters no extinguen incendios.
Los ejemplos, como ya puse en la optimista y aplaudida entrada del pasado 26 de abril, son muchos. Muchos más que los logros de las leyes aprobadas y vacías de contenido.
Tanto la gente dispuesta a cambiar como la clase trabajadora en general estamos cansados, dolidas, defraudados. Por eso, lo que necesitamos ahora, es recuperar la confianza en nosotras mismas y nuestras herramientas de solidaridad y supervivencia. Y eso no puede hacerse anunciando constantemente el apocalípsis. Ni desde un plató, ni desde un escaño, ni desde un centro social okupado. Aunque se tenga razón. La expectativa del fin sin remedio solo nos lleva a la rendición y al suicidio. Y lo que necesitamos es, que sea lo que sea que nos depara el futuro, por muy malo que sea, nos pille organizadas, dispuestas, confiadas, con toda la alegría posible y sin demasiadas fisuras.
Insisto, para recuperar la tan necesaria confianza necesitamos, primero, pequeñas victorias que nos den fuerza a través del sindicato y en las luchas de barrio. La mayoría de nosotros sabemos que hemos experimentado mucha más satisfacción, hemos aprendido más de como luchar y le hemos encontrado más sentido a nuestra lucha formando parte de un piquete que cierra una empresa, parando un desahucio o ayudando a alguien a superar la tela de araña burocrática para conseguir los papeles de residencia o recibir atención sanitaria que viendo una votación de una ley aprobada en el congreso. Máxime cuando su aplicación no llega nunca.
Pero no solo. El ciclo electoralista ha supuesto años de puñaladas traperas, en lo personal y en lo político, promesas incumplidas, mentiras constantes y cambiantes, sacrificios vanos. Puede que los que seguimos fieles a los planteamientos anarquistas no nos soprendiesemos demasiado pero eso no nos libra, como a quienes si creyeron en esos procesos, de haber sufrido por ello.
Para empezar a reconstruir esa confianza será necesario debate y asunción de responsabilidades por parte de todos quienes quisieron domar a la bestia y ahora pretendan deshacer el camino andado. No hablo de una disculpa a lo Aznar, al vuelo, en tres segundos, y con una chulesca justificación posterior, ni una pantomima borbónica, en plano fijo y con mirada de perro apaleado mientras se dice aquello de “lo siento, me he equivocado, no volverá a suceder”.
Lo que es necesario a estas alturas, y en muchas capas diferentes, es un reconocimiento con quienes queremos que sean nuestras compañeras en la lucha. Ante lo que ya tenemos aquí, si no queremos ver a gran parte de la población racializada de segunda generación votar a la extrema derecha, como pasa en otros lugares de Europa, ya podemos remangarnos y dejar de decir chorradas panfletarias como “nativa o extranjera la misma clase obrera”, porque si bien es evidente que nos explota el mismo capital solo alguien cegado a la complejidad de este sistema puede plantear que nos explota de la misma manera.
Aunque nos escueza lo que nos digan creo que vamos con retraso en eso de sentarnos a escuchar, no oír, escuchar a las compas migras y ponernos un poco en disposición de ayudar en lo que nos pidan. Lo mismo aplica para los tíos en lo referente a las luchas feministas. Muy bien, o no, eso de ir de mani el día 8M pero sinceramente pienso que estamos a millones de años luz de habérnoslo ganado. En ambos casos la verdad está ahí fuera y nos vamos a llevar más de una sorpresa si al final dejamos de mirarnos el ombligo.
Otra fractura necesitada de ser reparada es la que existe entre la militancia “consciente”y el común de los mortales no activistas.
La brecha entre gran parte de la clase trabajadora y los movimientos sociales es enorme, es verdad. Y es cierto que una parte de esa clase trabajadora, migrantes incluidos, aspira a ser clase media y a vivir como creen que viven los ricos. Pero la solución, una vez descubierto el Mediterráneo, no pasa por cagarse en sus muertos, escribir sobre ellos como si fuesen especímenes de laboratorio y, en última instancia, convertirnos en populistas que se deslizan al rojo pardismo con tal de ser aclamados por la masa y arañar unos votos. A fin de cuentas obreros fachas ha habido siempre.
El primer paso para romper ese abismo, y el segundo, y el tercero, lo tendremos que dar la militancia concienciada. Y lo tenemos que dar desde la humildad. Hay demasiada gente viviendo de escribir libros sobre como viven los currantes. Hay demasiada gente viviendo de partidos políticos, sindicatos y cooperativas subvencionadas y de otro montón de cosas que antes formaban parte de la militancia más elemental y la solidaridad cotidiana, que, por muy precarios que estén en lo contractual, no tienen nada que ver con la vida real de una trabajadora doméstica, un camarero, una fontanera o un tele operador. Y eso, cuando vamos a hablarles de unicornios, se huele. No se puede disimular. En serio. Tenemos un problema con toda esa nueva clase media cultural, porque es verdad que dinero no da las cosas que hacen pero suple su carencia económica con un pago emocional en ego y sensación de superioridad intelectual. Supuramos elitismo en como hablamos, en dónde vivimos, en como miramos, en que comemos…
Hace años que esta brecha existe no solo entre la clase trabajadora en general y la izquierda divina, sino también entre la clase trabajadora militante concienciada y la izquierda divina que desdeña el trabajo manual porque su reino es el del precariado y la mentada élite intelectual.
Una vez más no se trata, para romper ese cerco, de que los doctores y las doctoras entren a competir con la clase obrera por trabajos no cualificados pero dejar de explicarles como viven y de tratarles como si fueran idiotas cuando, a estas alturas sospecho que por error, coinciden en un espacio sería un buen comienzo.
Por último, antes de que esta entrada se convierta en un folleto, hay otro aspecto en que el reconocimiento y la reparación serán necesarias para volver a confiar unas y otros.
Toda la gente que nos metió los perros en danza a unos movimientos que, colectivamente, no veíamos la necesidad de concurrir a las elecciones. Que forzó tiempos y espacios, que escribió libros y recorrieron ciudades y pueblos como predicadores evangélicos prometiendo la salvación a través de la vía estatal deberían escuchar a quienes nos quedamos, reflexionar en profundidad y, solo después de esa secuencia en ese orden, poner en común las conclusiones.
Por nuestro lado, quienes nos vimos envueltos en unos debates que ni queríamos ni nos interesaban. Que no sentimos utilizados y ninguneados. Que tuvimos que escuchar de labios y rostros antes cercanos que nuestras luchas no valían para nada y eran pueriles, que solo decíamos tonterías y eramos acusados de no entender ni la realidad ni el momento. Los que nos quedamos más solos que la una y, pese a no estar en el ajo, tuvimos que tragarnos sus sapos temo que aún deberemos darles una oportunidad. Aunque desde la víscera, al menos en mi caso, nos apetezca tanto como acudir a un homenaje a Lars Von Trier, o sea, nada.
No espero, ciertamente, que aquellos que aún tienen expectativas de exprimir el limón parlamentario me lean ni me hagan caso. Tampoco creo que los muertos vivientes que se niegan a aceptar que su tiempo se acabó porque ellos solitos dinamitaron el reloj lo hagan. Ahora bien. La gente que proveniente de los movimientos sociales de carácter autónomo y libertario que salieron apaleados, y muchos sin dignidad ninguna tras años de tragar en gobiernos y corporaciones municipales, deberían plantearse seriamente lo que dije un par de párrafos más arriba, por el bien de nuestro propio futuro.
Estamos en un momento histórico. Tan crucial como el de hace casi diez años.
En los ciclos de lucha son tan importantes el comienzo, como el proceso y el final, que es dónde nos encontramos ahora. Un final que a su vez supone el comienzo del próximo ciclo.
En nuestras manos está trabajar para crecer o actuar cómo si nada hubiese pasado. En las de quienes se fueron y en las de los que nos quedamos. No se trata de hacer autos de fe ni juicios sumarios pero si de exigir responsabilidades y un verdadero debate colectivo. Si no de la misma intensidad al menos si con la misma perseverancia y expansión territorial. O eso o todo lo que venga a partir de ahora será más débil y más falso.
La pelota sigue, como siempre, en el tejado.
Este texto se publicó originalmente en el blog https://elskinheadqueleianovelasdeamor.blogspot.com/
y una versión reducida se publicó en en el Libre Pensamiento nº 115, otoño 2023