Samyr Bazán Díaz. Obrero e inmigrante
[Me pregunto cuándo comenzó mi viaje, cuándo. Y pienso tal vez que sólo soy uno de muchos pequeños cascajos en un viaje que se escapa a mí, soy quizá esa frontera sin muros en este viaje interminable, como una historia sin fin, la cual se pierde en el pasado más cercano como distante del ahora. Mi madre inmigró de las altas sierras norperuanas a la costa árida, y los padres de mi padre también dieron marcha hacia tierras lejanas. Pienso en mis abuelos y siento que aún sigo caminando a la sombra que dejó su sueño. Y me veo como resguardado por aquella, proyectando débilmente la mía. Soy parte de un camino que no ha nacido conmigo, soy una parte finita en el horizonte eterno; y mi ahora es tal vez la continuación incierta de aquel primigenio deseo y lucha, indescifrable y codificada en el recuerdo genético que porto, cuya luz aflora formando el cuerpo que habito. Soy de aquellos que dieron forma a mi forma, a mi color, a mi rostro, a la sangre que me recorre y a las lágrimas que he soltado. Y, sin embargo, sé, que soy también algo más].
Mi pregunta inicial ha sido desde dónde mirar la inmigración, desde dónde mirarme y mirarnos. Acaso posicionándome como un americano más llegando a la “madre patria” o como un investigador social que trata de entender estas dinámicas que apartan, lastiman y menosprecian al otro, al distinto, y que sin duda me atraviesan, no solo porque lo vivo, sino también por todas aquellas personas a las que pongo rostro. No he podido llegar a distanciarme de ninguna parte porque acepto que soy ambas; una, creo, me enseña desde la ciencia y la otra desde la experiencia, y tal vez sea más vulnerable aquí que allá. Ahora creo que amalgamarme en las dos es el camino por donde quiero hilvanar este texto, este sentir-pensar. Releo el artículo, lo leo y encuentro en sus formas la forma que buscaba, encuentro la comodidad que necesitaba para escribir: una más personal, más cercana, y no por ello menos válida.
Razas y mestizaje
Creo que parte de esta deconstrucción debería partir por aceptarnos nosotros y que lo acepten ellos (españoles) como un todo, un todo diverso. Y esta realidad es o debería ser más fácil para la población de las Américas en donde, al menos, más de la mitad es mestiza. Mestizaje de proceso doloroso, otra expresión de la resistencia de una infinidad de pueblos americanos para sobrevivir en el tiempo lo mejor posible. Asimilando ideas/conceptos impuestos en la cotidianidad de una violencia “justificada” por el opresor, una violencia estructural del imperio de turno frente a las poblaciones sometidas.
Sin embargo creo que, mientras se siga entendiendo que “razas” son “apariencias” y no que la única raza humana son diversidades étnicas, seguiremos estando lejos de alcanzar una unidad, una capaz de derrumbar los muros del racismo tanto aquí como en otras partes del mundo. No se puede seguir razonando de formas tales como el creer que determinada característica física se corresponde a una raza en particular, porque eso implicaría que tus características exclusivas se convierten en excluyentes y, como tal, favorecen (de cara al mundo blanco) el mantenimiento de una hegemonía que sigue delimitando los estereotipos y lo aceptable. Por dar un caso, hasta hace no mucho se pensaba que los cabellos con rizos se correspondían únicamente con poblaciones africanas o que la nariz ancha era una característica única de la “raza” negra… hoy sabemos que esto fue parte de un discurso racista que lamentablemente se ha quedado impregnado aún en nuestras sociedades. Mientras más diferencias encontremos (y no solo el color de piel) más lejos estamos entre humanos o más lejos están otros de ser totalmente considerados como seres humanos. Porque aquellos, los subyugados, no tienen esas características (visibles) que han convertido a unos (a través de la violencia más atroz) en la “raza superior”, lo cual ha contribuido, además, y a través de discursos diferenciadores (caldos de cultivo de seudocientíficos) para ir argumentando nuevas “razas”, eso sí, unas menos calificadas que otras.
No quiero entrar aquí a considerar a las comunidades indígenas que aún están presentes en el continente americano, pues su realidad presente sigue estando marcada por un pasado colonial que los ha explotado y asesinado desde que ambos continentes se encontraron y que hoy siguen siendo víctimas no solo de capitales extranjeros sino también de los propios mestizos cuyos actos diarios en sus territorios se convierten en su principal amenaza, una amenaza producto del avance del capitalismo más indolente, la pobreza en la que se encuentran, y la herencia colonialista. No podemos hablar de los pueblos indígenas en esta oportunidad porque ellos siguen siendo parte de una realidad en resistencia, una para la que deberíamos escribir en otro momento con igual o mayor justicia. Es por eso por lo que este texto se enfoca en las poblaciones americanas, étnica y a su vez culturalmente mestizas (todas las cuales están presentes, hoy, en la península gracias a la migración internacional), las que responden a dinámicas y procesos de siglos de interacciones que les han permitido hoy llamarse peruanos, ecuatorianos, colombianos, mexicanos, etc., nuevas creaciones en donde la unidad nacional es el mestizaje, es el encuentro. Creaciones recientes en donde el mayor discurso, de estas últimas décadas, ha pasado del extremo hispanista al indigenista, una prédica permitida, y ahora fomentada por el poder político para el fortalecimiento de estas identidades actuales, republicanas, “beneficiarias” de un nuevo mundo en donde el pasado indígena es sinónimo de orgullo; pero en cuanto quienes protestan (sean indígenas o mestizos) son rápidamente pisoteados y vulnerados por las élites locales que dicen “amar” el pasado y la herencia milenaria, repudiando a los pobres y a los indígenas de su presente.
Hacia la reconciliación
Y aquí hay algo muy importante por aclarar tanto para los españoles como para los americanos: cuando hablamos de encuentro/mestizaje con mayor o menor fortuna de unos frente a otros, no podemos decir «Ustedes nos robaron el oro, nos mataron, etc.». o «Nosotros fuimos y les robamos, los matamos, etc.»”. Estos dos ejemplos esconden cierto peligro en su retórica y permiten seguir afianzando discursos de superioridad y, ojo, de distanciamiento de unos para con otros, cuando lo que se busca en realidad es salvar las distancias. El historiador peruano José Antonio Del Busto decía:
«A los peruanos les cuesta asimilar la idea de la Conquista porque no han resuelto su problema personal, siguen en crisis. Se trata de entender que no somos vencidos ni vencedores sino descendientes de los vencedores y de los vencidos. Hay que saber asumir la realidad. Somos peruanos antes que blancos o indígenas, somos mestizos. Por eso la historia que yo hago no es indigenista ni hispánica, es peruanista, es decir, acorde con el creciente Perú”.
El americano promedio debe comenzar a no auto percibirse como el perdedor en una historia que le ha sido relatada desde la opresión para hacerlo oprimido, para que vea, piense y se sienta como tal. El ciudadano hispanoamericano es el resultado del encuentro, es la convergencia de un choque que desangró, es verdad, todo un continente y, por subsiguiente, permitió afianzar discursos colonialistas, así como los de superioridad racial.
El americano debe entender que por muy cruda que sea la historia, por mucho que su lugar de nacimiento fuera, digamos, Bolivia, su presente está integrado por un recorrido histórico y genético que no puede ser suprimido, sobre todo, por los odios de los indigenistas o las falacias de los hispanistas. Debe asumirse como el resultado y sentirse parte de un todo, mirar hacia el futuro con valentía y conciencia de lo ocurrido, pero de ninguna manera pensar que él y los suyos fueron los robados, los asesinados o los asesinos, los perdedores o los ganadores de una lucha en la que nunca estuvieron, pero de cuyo pasado aceptamos los pasivos como activos históricos y sus consecuencias en el presente, esto último con el ánimo de avanzar en la deconstrucción de mentalidades que solo avanzan hacia el retroceso.
De igual manera, los españoles(as) deberían sacudirse —cuando están de cara a un americano— las repetitivas frases: «los matamos, les robamos» porque al decir que me lo hiciste a mi o a los míos, niegas que soy o somos el resultado de los que partieron de aquí y de los que encontraron allá. Me vuelves a poner en el bando de los vencidos y no en el lado correcto, en aquel que no tiene bandera, o que si la tiene esta debería mirar juiciosa e imparcial nuestra historia de mestizaje, la cual no debería cargar con odios ajenos. Pero si con la realidad de los hechos. Reconocer que nos hicieron todos estos males (históricos pasados) es tomar una posición de poder y superioridad histórica guiándose únicamente por los rasgos que nos acompañan y el color de piel que nos viste, asumiendo y prejuzgando mi condición cuando, en realidad, se debería normalizar que los americanos de habla hispana son una suerte de bisagras humanas que pueden ser sujetos reconciliadores entre los habitantes de este continente, sobre todo España, con las poblaciones que aún viven en comunidades indígenas en todos los países que conforman las Américas.
La migración como una lucha que nunca se termina
Dicho esto, deberíamos continuar recordando que la(s) migración(as) ha existido a lo largo de la historia de la humanidad y que los factores que posibilitan este fenómeno son muy diversos: mejoras económicas, huida de conflictos o persecuciones, búsqueda de una mejor educación y/o oportunidades académicas, poder reunirse con familiares, desastres naturales o por razones políticas. En todas ellas el vínculo real es el bienestar.
La inmigración puede contribuir, además, al desarrollo económico y social ya que los inmigrantes proporcionan mano de obra necesaria (una mano de obra lamentablemente explotada y mal remunerada al verse víctima del negrero de turno, generalmente del país receptor), cuyas habilidades y conocimientos ponen a disposición de su empleador en el nuevo lugar que ahora habitan. Por otro lado, estos movimientos poblacionales también generan fricciones con los que han estado antes y desafíos personales para los recién llegados, así como tensiones sociales, problemas de integración, etc. En donde los que llegan son vistos y percibidos como los “estos” o, peor, “y estos quienes son” por parte de los locales, los cuales no piensan que si un grupo humano ha estado antes en un lugar determinado eso no significa que hayan estado allí desde siempre.
La migración es el comienzo de una lucha que nunca se termina y el inmigrante (sobre todo de cara a los que se quedan en sus países de origen) quiere pensar que puede conseguirlo todo, que luchando muy duro se puede salir adelante, pero ¿qué es adelante? ¿qué es lo que se entiende como triunfo y qué es el triunfo para quienes nunca han conseguido nada? Los americanos venimos de países en donde la distancia que separa a los que más tienen y a los que no tienen nada es un abismo inconmensurable ¿Es acaso el “triunfo” del inmigrante, lo que él ve y siente como una conquista, la precariedad de los que nunca han dejado el país que ahora también nosotros ocupamos?
Superar la mentalidad colonial
América es un continente marcado por la colonización, la explotación y la desigualdad que ha tenido un fuerte impacto en la autoimagen y la percepción de muchos de los habitantes de la región americana. Perpetuándose por la televisión, tanto dentro como fuera de los países de habla hispana, por la recurrente presencia de estereotipos negativos, además de la marginación económica y la siempre presente falta de oportunidades. En España hemos visto estos casos de racismo televisivo donde nos reímos del “Otro” (Ongombo el “Machupicchu”, etc.), nunca con el otro.
Todo ello ha contribuido a alimentar complejos e inseguridades, ya sean estas de los indígenas hacia los mestizos, de ambos hacia los blancos/ricos del país, o la que tienen los de arriba para con los están abajo, como es el caso de los estadounidenses hacia los hispanos americanos.
Creemos que aquí, por muy jodido que esté todo, siempre será mejor que estando en América. El ser un inmigrante aquí, y más si la situación es irregular, nos pone a merced de la explotación, poco reconocidos y mal pagados, dejándonos desprotegidos frente a negreros y mafias de todo tipo que contratan con amenazas al recordar que somos pobres, auto expatriados, racializados e ilegales, que se puede escoger sin problemas a otro u otros. Lo dicen para dar miedo y alimentar inseguridades. Haciéndonos conscientes de que pudieran no ser de los escogidos, si no son lo suficientemente dóciles/flexibles para ser utilizados y explotados (sin vacaciones, sin pagas extras, sin derecho al paro, etc.), se nos hace saber que somos brazos y piernas intercambiables en cualquier momento. Somos solo carne de cañón.
Hay población americana—por fortuna no todos— que piensan que es mejor no pensar en nada de lo que le ocurra al país de llegada siempre que podamos trabajar, olvidándonos así que los que ostentan el poder político y económico tienen la capacidad de precarizar más nuestra situación o que pueden modificar para peor las leyes migratorias y/o procesos de regularización. Existe la falsa creencia de que no sirve de nada involucrarse si no es mi país, de que no sirve de nada hacer esto o lo otro si yo me iré —en algún momento atemporal— a la tierra de la que escapé, a esa tierra dominada por un puñado de familias y prepotentes intereses que únicamente benefician a quienes siempre han estado calentando curules al servicio de intereses particulares y/o extranjeros, siempre desde su posición acomodada, una posición que sigue marginando al pobre, al negro, al indígena, a la mujer…
Construir vínculos, eliminar privilegios
La lucha en contra del racismo y la xenofobia requiere no solo una deconstrucción del individuo, sino también un enfoque integral y un esfuerzo en conjunto con la población, tanto con la afectada como con aquella desde donde nacen estos discursos supremacistas. Creo que la educación es el pilar fundamental para acabar con este mal sin dejar de lado, además, la promoción de la diversidad étnica/cultural y su inclusión en diferentes espacios, luego llegarán las políticas legislativas y antirracistas que promulguen los Estados en una sociedad cambiante y cambiada. Espacios diversos, como los colegios, universidades, centros culturales, etc. en los que se generen diálogos interculturales y que a su vez sirvan para construir puentes y afianzar vínculos/hermanamientos. Y, finalmente, algo muy importante, concienciar a la población blanca, centralista, ya sea en España o en las grandes capitales americanas, que no podemos hablar de darle su lugar a las comunidades indígenas, personas racializadas, mestizos, inmigrantes, etc. mientras no reconozcan sus privilegios frente a los otros, los siempre denostados, dando paso no a su empoderamiento (porque no hay que sujetar el poder que corrompe), sino más bien contribuir a su fortalecimiento y autoestima largamente vulnerada para con su ayuda, ir despojándose poco a poco, del poder que unos pocos se han dado sobre la piel de muchos
Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 115, otoño 2023