Entrevista a María José Gallego, luchadora sindical y vecinal

Francisco Romero, Guillermo Rubio y Marisa San José. Fundación Salvador Seguí-Madrid.

Formas parte de la emigración económica del franquismo. ¿Cómo fue el choque social y cultural entre la vida rural y la ciudad en aquellos años 60 del siglo pasado?

Llegamos en los años 60 y hay un choque. Nací en el año 1949, era plena posguerra, mi familia era republicana, de izquierdas. Mataron a algunos hermanos de mis padres y seguían siendo muy rebeldes. Cuando nací, residían en el pueblo de mi padre, mi madre estaba más señalada en su pueblo, en Valores de Llerena. No le daban trabajo, aunque había algún señorito que era más condescendiente. Hasta los 10 años que me vine a Madrid pasé un poquito de hambre y trabajé ya bastante. Vengo muy trabajada en el pueblo, vendiendo de todo desde los siete u ocho años. Vendía petróleo en unas latas de aceite de sardina de 2 kg por las calles.

¿Qué formación académica tenías cuando empiezas a trabajar?

Yo he tenido no sé cuántas profesiones, trabajaba en miles de cosas, he hecho un poco de todo y la formación no la echaba menos. La maestra me podía haber enseñado a escribir, pero la que la que nos enseñaba era mi madre, que sí era una persona leída y estudiada y daba clases en la República. Interés intelectual no tenía mucho, a mí me gustaban otras cosas, cuando ya empecé a trabajar más seriamente, pues ahí ya leía mucho.

Cuando entras en Induyco ¿tienes algún título académico de estudios primarios?

No tengo ninguna formación, y fue cuando nació mi primer hijo, cuando me puse a estudiar el graduado escolar, antes nos habíamos sacado el certificado de estudios primarios en la empresa, una reivindicación que hicimos.

¿Qué ambiente había en la empresa?

Era 1971. Cuando entrabas ya te acojonabas, veías esa planta, llena de cables, de cosas, de máquinas, de gente con la cabeza agachada, mucha presión, mucha… la gente no saludaba ni a los que llegábamos nuevos. Pude hacer trampas en la prueba de ingreso, porque como nadie miraba a nadie cogí una sábana que tenían hecha y le puse la que había hecho yo, la entregué para poder superar la prueba. Era la única forma, a mí no me da vergüenza, necesitaba entrar a trabajar. Así entré, nadie se dio cuenta, si yo no lo cuento hoy. Los encargados eran prácticamente todos hombres y era una sensación agobiante, no podías ni respirar, tenías que pedir permiso para ir al baño y tenías el tiempo contado.

¿Qué relación se establece con compañeras y jefes?

Tenía muy buenas compañeras, yo era una persona adulta, de las más mayorcitas y he sido siempre muy presumida. Me ha gustado seguir todas las modas y como me gustaba la costura, me hacía todas las modas y me ayudaba mi hermana. Había un baño que ocupaba media planta, con espejos y con taquillas. Por la mañana, iba media hora antes del trabajo para recogerme mi melena envolvérmela, pintarme y arreglarme. Ahí empecé a tener relación con las compañeras.  Después con las compañeras de la propia cadena de trabajo porque yo me reía de los encargados, cantaba mucho. Era muy divertida y la relación la empecé por ahí, a ese nivel de romper un poco, aquello era muy opresivo. A la encargada le cantaba “la ovejita lucera” porque iba siempre con la cabecita agachada y entonces me reía con las otras, tenía una relación muy directa con la gente.

Induyco, es una empresa autoritaria, paternalista y machista. ¿Cuáles son los problemas laborales en aquellos años anteriores al conflicto, 1976?

El principal problema laboral era que absolutamente nadie podía moverse. Despedían a quien decía lo más mínimo. Nadie podía hablar, ni podía ni siquiera vestirse, de forma que insinuara que pertenecía a algo diferente. Así fue hasta el 75, que fue la primera vez que nos movimos. Despedían a la gente sin más e incluso en los baños teníamos una señora que nos controlaba, tenían mucha gente vigilando las plantas. A mí concretamente, a partir del 75 me vigilaban dentro de la empresa. Como era una empresa muy grande, ejercían el paternalismo, tenían a la gente como las gallinas a sus pollitos. Los empleados tenían de todo tipo de servicios dentro, hasta ocio, la gente se sentía como en los colegios, sabes que perteneces y esa es tu familia. Era idílico y luego laboralmente, nosotros trabajamos en el destajo, era una explotación tremenda a pesar de que era la empresa que más pagaba en Madrid.

Había un caldo de cultivo para llegar a la movilización de 1976.

Se empezó a hacer un trabajo a partir del año 73-74 en el núcleo donde yo estaba, empezamos a juntarnos y a vernos fuera. Empezamos a decir alguna cosita y fue creciendo, yo solamente estuve en ese grupo. Posteriormente, ya en Comisiones Obreras, cuando legalizaron los sindicatos y no mucho antes, pues ahí ya sí conocíamos, a gente que ya estaba, pero no llegaron a ser núcleos organizados ni líderes. Yo estaba con la gente que no estaba organizada. Cuando nosotros tuvimos la huelga, una gente de CNT publicaron una revista, pero no estaban con nosotros organizados.

¿Qué problemas laborales específicos tenían las mujeres de aquella época?

Los problemas específicos que tenemos no son laborales, son físicos y complican la vida. Cuando tenemos la regla, las que estamos trabajando sentadas, nos ponemos más enfermas que otras, estamos más complicadas cuando nos embarazamos, tenemos otra serie de problemas. La empresa nunca ha querido relacionar ese tipo de cosas con el trabajo y nunca ha reconocido que si tienes una situación personal de enfermedad, tienen que cambiar algunas cosas. Fundamentalmente esos temas, porque los demás son de todos los trabajadores. Si trabajas agachada te duele la espalda seas hombre o mujer.

¿Había discriminación a la hora de ocupar puestos de mayor responsabilidad?

Allí estaba claro.  Éramos el 90% mujeres y entraban de encargada o de jefa de sección por la razón que fuera. Hubo una compañera que intentó ser cronometradora porque hicieron un curso para fomentar que las mujeres pudieran presentarse, a ella no la cogieron porque pertenecía a nuestro grupo, no porque fuera mujer, entraron otras mujeres. La empresa era patriarcal y que decir que los Álvarez eran hombres, los jefes de personal, los jefes de planta y luego había raras excepciones. Encargadas de cadena, de sección, pero poquito. Era una discriminación estructural. Las mujeres parimos y nos damos de baja, y eso durante toda la vida ha hecho que no ascendiéramos. Las encargadas eran contaditas y además todas eran mujeres muy represoras, muy tontas y chivatas. Allí los encargados eran malos, porque eran malos.

Las cadenas de montaje tenían una estructura determinada. Los hombres trabajaban en punto, en miraguano, en cosas que eran un poquito más de fuerza. Para el trabajo de máquina quedamos las mujeres. Los hombres en esa época tenían la autoridad y el machismo suficiente para poder con todo el mundo

-La plantilla era de 7.000 trabajadores, unas 6.000 mujeres y los hombres ocupaban los puestos de jefatura. ¿Hay problemas de acoso y/o abuso sexual?

Jefes y encargados son muy poquitos. Había hombres en la sección de mecánica, de cronometradores, de punto, de plancha y de corte, los 1.000 no eran jefes. ¿Quiénes eran acosadores? Todos, cuando tú subías a trabajar, se agachaban por la escalera para verte el culo. Yo no tuve el problema ni conozco que nadie fuera agredida. Otra cuestión era en los espacios, en una planta, abierta, no es muy fácil meterle mano a alguien. Existía acoso porque estaba en el ambiente, latente. Se podía dar en las zonas más restringidas, en los cuartos de miraguano, que es un espacio cerrado y las trabajadoras eran más jóvenes, pero no se denunciaba. Si te lo contaba alguna compañera, se quedaba ahí. El acoso sexual estaba restringido porque había demasiadas mujeres. Cuando nos llevaron a los diferentes talleres pequeños a algunos encargados los quitaron porque se sabía que miraban demasiado el culo de las chicas o que intentaban tocar. También estaba presente el concepto de respeto a las mujeres para un sector social y nuestra educación, nuestra formación, lo que transmitía tu madre, todo influenciaba el ambiente.

La huelga de Induyco es la última gran huelga de la Transición, días después se legalizan los sindicatos y las elecciones políticas están anunciadas para el mes de junio. ¿La huelga del 76 y la del 77 marcan un antes y un después en lo sindical?

Si. Los sindicatos son legalizados y ya no hacen falta la comisión de los cinco (una comisión negociadora revocable elegida por la asamblea) ni la representación de las plantas, ni el contacto directo y permanente con la plantilla. Esa transición la realizamos nosotras mismas. Cuando legalizaron Comisiones Obreras, yo fui con el primer carnet para que se apuntara todo el mundo. Hice la transición, pasé de ser de la comisión de los cinco a ser delegada sindical. Cambió todo, yo tenía mis reuniones, los horarios, de salir, de reunirnos, era otra lucha que nos distrajo de la verdadera.  Yo no conocía nada más que gente que estaban en tal sindicato, los de la comisión, pero allí salían como hongos. Fuimos a un juicio donde habíamos sido antes testigos de esas mismas personas diciendo que nosotros no conocíamos que fueran de ninguna organización, y al juicio siguiente dijimos todo lo contrario, eran los juicios después de la amnistía.

¿Qué actitud muestran los partidos y sindicatos sobre la participación y reivindicaciones de las mujeres?

En la empresa éramos mayoría las mujeres, recuerdo mujeres en las ejecutivas de CCOO, pero hablo de Madrid. En los congresos federales vamos mujeres y hombres, el secretario general del textil era un hombre de Cataluña porque eran mucho más fuertes. Este país ha sido siempre tan machista, así como los partidos. Los hombres manipulaban todo y a mí me pasó, que en una asamblea de CCOO, me metieron en una habitación con un hombre para convencerme de a quien debía votar, eso es acoso.

Cuando hay una mesa delante de un señor y una puerta por donde tiene que entrar una señora, a partir de ahí, ya hay acoso. Desde que tú vas vestida de determinada forma… Estaba en los sindicatos al orden del día, en los partidos, en los trabajos. La mujer estaba poco valorada y en las ejecutivas del sindicato se decías tú haces de secretario general porque hay que viajar, aunque hay mujeres que han estado en puestos importantes. Las mujeres, tenemos niños y los parimos, los tenemos que tener ahí siempre y eso era un problema, además tenemos maridos que quieren que su mujer le haga la comida. Era así la vida y lógicamente en las ejecutivas había más hombres que mujeres. Es un tema de mujeres que a lo mejor alguna vez tenemos analizar por qué nos sometemos de esa manera.

 ¿Qué habría que recuperar para que el movimiento sindical tuviera vitalidad y presencia?

Pues yo creo que las asambleas. Cuando hay un delegado que se va a Alicante y cuando vuelve no da explicación de dónde ha estado, habla con el jefe y no se lo cuenta a la gente, entra a su prima a trabajar y la empresa va a cerrar puestos de trabajo, te vas a comer con tu jefe…. es una manzana podrida, destruye todo. Cuando tu jefe te diga, ¿Me coges la maleta? ¿Qué vas a decir? Y cuando te diga que del 2% de subida ni hablar. ¿Qué le vas a decir?  En Induyco era la encargada de negociar con César Álvarez, el jefe de personal y tuve que ser muy fuerte para no caer en lo que ese señor me podía ofrecer. Si yo cojo esto, estoy en la calle al día siguiente. Te usa y te tira porque ya no vales para nada. Ahora, la gente se deja querer por el poder, en el sindicato, en el partido, en la Asamblea de Madrid, en el Congreso de Diputados, la gente se deja invitar a café.

Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 115, otoño 2023