María Pazos. Investigadora feminista. Autora de Contra el Patriarcado. Economía feminista para una sociedad justa y sostenible
En La Revolución Sexual, publicada en 1930, Wilhelm Reich nos explica:
«En resumen, la función política de la familia es doble:
1.- Se reproduce a sí misma mutilando sexualmente a los individuos; perpetuándose, la familia patriarcal también perpetúa la represión sexual y sus derivados: trastornos sexuales, neurosis, alienaciones mentales, perversiones y crímenes sexuales.
2.- Es el semillero de individuos amedrentados ante la vida y temerosos de la autoridad; así, sin cesar, se perpetúa la posibilidad de que un puñado de dirigentes imponga su voluntad a las masas.
Por eso la familia tiene para el conservador esa significación peculiar de fortaleza del orden social en el cual él cree. Es, por esta misma razón, una de las posiciones más encarnizadamente defendidas por la sexología conservadora. Y es que la familia «garantiza el mantenimiento del Estado y del orden social» – en el sentido reaccionario-. Así pues, el inventario que se refiere a la familia puede servirnos como piedra de toque para el justiprecio de todo tipo de orden social.»
Reich nos dice también que «la institución del matrimonio… [es] la piedra angular de la fábrica de ideología autoritaria: la familia«. La familia patriarcal se ancla en intereses económicos y necesita la sumisión de las mujeres, tanto económica como sexual: «al relacionar las leyes de la herencia con la procreación, el problema del matrimonio condiciona fatalmente la sexualidad; así, la unión sexual de dos personas deja de ser una cuestión sexual. La castidad extraconyugal y la fidelidad conyugal de la mujer no pueden durar mucho sin un alto grado de represión sexual; de aquí se sigue la exigencia de castidad por parte de la muchacha«. Y de ahí también las consecuencias en términos de «perversión sexual», «sexualidad -mercancía”, “degradación y animalización de la vida amorosa»… Así… «el adulterio y la prostitución son el premio de la doble moralidad sexual, que concede al hombre lo que niega a la mujer, así antes como durante y después del matrimonio, siempre por razones económicas«.
Estas estructuras profundas de la personalidad que se cuecen en la familia patriarcal, y que son un pilar fundamental del patriarcado, son también y consecuentemente un escollo contra el que hasta ahora se han estrellado los intentos de revolución sexual que se produjeron durante las olas feministas.
Asaltos a la familia patriarcal
Las teóricas feministas reconocen sistemáticamente la familia patriarcal como la primera escuela de desigualdad, de socialización de las criaturas en la autoridad masculina, en la segregación sexual y en la represión sexual, que se concreta en la anulación de la sexualidad femenina y en el desarrollo de una sexualidad masculina depredadora.
La «primera fase de la revolución sexual» (como la denomina Kate Millet) se desarrolló entre 1830 y 1930. Durante ese periodo, y sobre todo ya en el siglo XX, la primera ola feminista conquistó derechos civiles y «se llegó a cierto grado de libertad e igualdad sexuales, como fruto de una larga lucha por implantar un código moral único«.
Durante esas primeras décadas del siglo XX se proclamaba la emergencia de la «mujer nueva» emancipada del yugo familiar. Y fue en la Unión Soviética donde, durante la primera década de la revolución, se realizó el gran experimento de demolición de la familia patriarcal. Para ello se proclamó la independencia económica de las mujeres y las relaciones amorosas libres. Se trató de que la infancia y la juventud se desarrollara en instituciones y agrupaciones fuera de las cortapisas familiares.
Pero ese proceso se frustró bruscamente a partir de 1930: en medio de una ola de contra-reacción, se revirtieron todas las leyes de liberalización del aborto, el divorcio, la homosexualidad, la educación colectiva, la promoción de las relaciones sexuales libres en la juventud, etc., y se volvió a la ideología conservadora centrada en la familia patriarcal. Así nos lo describe Wilhelm Reich: «la ideología sexual de los círculos dirigentes soviéticos ya no se diferencia de la ideología de los grupos dirigentes en cualquier país conservador. No cabe duda de que se retrocede al moralismo negador de la vida«.
Por su parte, en el bloque capitalista occidental también crecía la contra-reacción. Aunque en la academia «mainstream» se obvia la inclusión de las olas feministas en el análisis histórico, muchas teóricas feministas coinciden en afirmar que el auge fascista de los años 1930 estuvo determinado por una reacción patriarcal ante la ola feminista que estaba llegando «demasiado lejos» y que muy concienzudamente aplastaron tanto las dictaduras de Hitler como las de Mussolini o Franco.
En definitiva, la reacción creció disparando contra el feminismo, tanto desde el fascismo que se hacía con Europa Occidental como desde el estalinismo que triunfaba en Rusia y se expandía a través de los partidos comunistas; y, curiosamente, la ideología de ambos bandos a este respecto era escalofriantemente similar. Así, en un muy citado artículo de L’Humanité del 31 de octubre de 1935 se podía leer:
«Salvemos a la familia! Ayudadnos a lanzar nuestra gran encuesta en interés del derecho al amor. Se sabe que decrece la natalidad en Francia a un ritmo asombroso… Los comunistas se encuentran ante una realidad alarmante. El país que ellos deben transformar, el mundo francés que intentan construir corre peligro de mutilación, atrofia, depauperación en hombres. La maldad del capitalismo decrépito, la inmoralidad que propaga, el egoísmo que siembra, la miseria que crea, la crisis que produce, las enfermedades sociales que esparce, los abortos clandestinos que provoca destruyen a la familia…. «Los comunistas quieren luchar en defensa de la familia francesa«… «Quieren heredar un país fuerte, una raza numerosa.
Los países nórdicos llegaron algo más lejos. En Suecia, a finales de la década de 1960, se dieron las condiciones sociales y políticas para un vuelco en su política social cuyo artífice fundamental fue Alva Myrdal, y que fue posible gracias al gobierno favorable de Olof Palme. Se hicieron reformas estructurales guiadas por un nuevo objetivo: que todas las personas, incluidas las mujeres, fueran independientes económicamente durante toda su vida.
Así, se eliminaron todas las prestaciones incompatibles con los ingresos del trabajo, como las excedencias y prestaciones para el cuidado de larga duración. Se individualizaron los impuestos y se proveyeron servicios públicos de educación/cuidado infantil desde los 0 años. Se desarrolló un sistema de atención a la dependencia público de calidad y suficiente para suplir la falta de autonomía funcional sin necesidad de concurrencia de ninguna persona de la familia. En mayor o menor medida, estos cambios se extendieron por los países escandinavos dando lugar a los «sistemas de bienestar nórdicos».
En los demás países capitalistas, sin embargo, no se realizaron esos cambios en profundidad. Sin servicios públicos de cuidado, con jornadas laborales interminables y sin implicación de los hombres, las mujeres ocupan las posiciones más precarias y eventuales en el empleo mientras no hay necesidades serias de cuidado en la familia. En caso de maternidad o de dependencia de algún familiar, se les proporcionan prestaciones y «facilidades» para convertirse en cuidadoras a tiempo completo, alejándose del empleo y convirtiéndose en económicamente dependientes de sus maridos.
Así que, aún siendo un gran avance, las cosas no cambiaron profundamente con la eliminación de las prohibiciones y de las desigualdades formales en los códigos civiles de los países occidentales. Los maridos ya no se llaman «cabezas de familia» pero sigue siendo demasiado frecuente la violencia y el abuso sexual contra las esposas e hijas. Los hombres ya no están completamente ausentes del cuidado, pero las mujeres somos las principales cuidadoras, mientras que ellos «ayudan». Eso sí, ahora ya nada nos retiene por la fuerza. Tenemos lo que nos buscamos.
Una vez más, el patriarcado se alió con el capitalismo, en este caso bajo la forma de «neoliberalismo» y desató una ola de contra-reacción capitaneada por Nixon, Pinochet, Thatcher, Reagan, etc. Como nos explica Susan Faludi en su libro «Contra-reacción», los medios de comunicación difundieron una imagen de las feministas como agresivas, antimaternidad, antihombres, sin sentido del humor, solteronas amargadas, marimachos, etc. Las feministas nos convertimos supuestas enemigas de las mujeres que lo que querían era casarse felizmente. Habíamos pasado del «patriarcado coercitivo» al «patriarcado de consentimiento».
Conclusión: la familia se apuntala, el patriarcado salva los muebles, pero hay algo que no acaba de cambiar. La familia compuesta por una pareja heterosexual y su descendencia sigue siendo mayoritaria y normativa; la división sexual del trabajo sigue siendo fuerte (en la familia y en la otra cara de la moneda: el empleo). Las políticas económicas y las instituciones religiosas y educativas contribuyen a transmitir esa división del trabajo y esos valores, reforzando los roles de género desde la más tierna infancia.
En el seno familiar, los hombres siguen dominando y aprovechándose del trabajo gratuito de las mujeres, tanto para el trabajo doméstico y de cuidado de los hijos/as como para el cuidado de ellos mismos. Así, las mujeres en situación de dependencia tienen muchos más problemas de desatención que los hombres, especialmente en la vejez. Ellos, además de vivir menos años, tienen mayores recursos económicos, se casan con mujeres más jóvenes y, muy frecuentemente, contraen un segundo matrimonio en el que la diferencia de edad es mucho mayor aún, muchas veces con mujeres que no tienen recursos y que se convierten en cuidadoras gratis.
Diversificación familiar
Una minoría importante de mujeres ya vive fuera de la familia convencional. Por ejemplo, según los datos de la última Encuesta Continua de Hogares (ECH) del INE, en España en 2020 había 4.221.900 mujeres que o vivían solas o con sus criaturas.
Algunos tipos de Hogares. España, 2020 | |
Pareja con hijos/as | 6.208.100 |
Madre con hijos/as | 1.582.100 |
Padre con hijos/as | 362.700 |
Mujer sola | 2.639.800 |
Hombre solo | 2.250.100 |
La relativa pérdida de peso y desestructuración de la familia patriarcal (lo que se llama frecuentemente diversificación de los tipos de familia) es en cierto modo una buena noticia, pero no cantemos victoria. En una sociedad que sigue orientando las políticas públicas a la familia nuclear compuesta por papá, mamá y sus criaturas, esa importante minoría de mujeres «sin hombres» está en alto riesgo de pobreza y marginación social.
Por otro lado, el viejo equilibrio social en el que cada hombre explotaba y «protegía» a las mujeres de su familia se ha roto, pero no se ha construido una nueva forma de vida basada en nuevos valores. El resultado es que viejos fenómenos como la prostitución y la pornografía aumentan exponencialmente; y a ellos se añaden nuevos negocios de explotación y mercantilización del cuerpo de las mujeres como el alquiler de vientres y la compra de óvulos.
La prostitución está en manos de mafias cada vez más poderosas. La pornografía, parte integrante del sistema prostitucional y en manos de las mismas mafias, es cada vez más violencia extrema contra las mujeres. Los niños se inician en la prostitución en sus teléfonos móviles a edades cada vez más tempranas, normalizando así esa violencia, y muy frecuentemente esa es su única fuente de información sexual. Como resultado, las manadas de hombres violadores se han convertido en un asunto cotidiano. No es de extrañar que la ola de feminismo que se levantó a lo largo de la última década pusiera en primer plano la violencia sexual.
¿Comparar familias?
En este contexto de «patriarcado de consentimiento», parece haberse pasado de moda el cuestionamiento de la familia como institución. En lugar de ello, se ha puesto en primer plano el lema «mi familia también importa», que es una manera de reclamar que todas las familias sean consideradas igual que la familia patriarcal. Pero, cabe preguntarse: ¿es la familia patriarcal una referencia válida? ¿Hemos olvidado la impugnación de esa estructura de dominación en la que la gran mayoría hemos nacido, crecido y que, aunque algo menos frecuentemente, hemos reproducido?
Por supuesto que es un avance monumental que la homosexualidad haya dejado de perseguirse en algunos países (aunque en todos queda mucho para que se deje de estigmatizar); y no cabe duda de que la posibilidad de contraer matrimonio entre personas del mismo sexo ha sido crucial para esa necesaria normalización. También es otro avance haber cesado de criminalizar a las mujeres que tienen hijos/as fuera del matrimonio, aunque también falta mucho para atender sus necesidades correctamente. Pero los problemas de esas personas y el estigma asociado a esos fenómenos no cesarán mientras siga en pie la familia patriarcal, que es la que determina esos estigmas y esa desprotección de las personas que se apartan de la norma.
Por tanto, permanece vigente el gran problema. En los dos principales experimentos de socavamiento de las bases de la familia patriarcal a los que nos hemos referido, la Unión Soviética de los años 1920 y la Suecia de los años 1960, la gran idea era que el estatus familiar debería ser irrelevante para la determinación de derechos. La ciudadanía debería ser un asunto personal y al Estado no tendía que importarle las asociaciones amorosas que cada cual quiera establecer. Más aún: la única garantía de que esas asociaciones sean libres es que no estén condicionadas por la economía.
Ahora, en lugar de adoptar esa vía de individualización de derechos y de atención de cada persona según sus necesidades, se habla por ejemplo de equiparación de derechos entre familias monoparentales y biparentales. Se reclama que se doble el permiso por nacimiento de las madres solas para equipararse a las familias biparentales, en vez de analizar cuáles son los problemas de esas madres y qué atención podría dárseles para que pudieran seguir con sus vidas y para que sus criaturas fueran atendidas. El principio de la «igualdad entre familias» es un error, ya que las necesidades no las tienen las familias sino las personas; y, además, es una forma de obscurecer el problema principal. Precisamente las mujeres hemos sido tradicionalmente ignoradas y ocultadas por «la familia».
Otra oportunidad perdida
Si la ola feminista hubiera podido seguir desarrollándose, sin duda hubiera llegado a concretar ese desafío frontal al patriarcado que estaba presente en las manifestaciones masivas («no es un caso aislado, se llama patriarcado», gritábamos). Y en ese desafío estaba la aspiración de las mujeres a un mundo nuevo, sin prostitución, sin pornografía, sin roles de género, sin represión sexual de las mujeres, sin mercantilización del sexo por parte de los hombres. Mucho tenía que cambiar, pero, como decían las pancartas de los 8 de marzo de 2018, 2019 y 1020, «parábamos para cambiarlo todo».
El patriarcado, esa hidra de las mil cabezas en palabras de Celia Amorós, como describe certeramente Cruz Leal, «envite con fuerza una vez regenerada y está dispuesta a llevarse todo por delante, civilización incluida, con tal de continuar en su objetivo de esclavizar y someter a las mujeres por el mero hecho de serlo». En efecto, la contra-reacción patriarcal ha atacado con todo su armamento, desde las agresiones directas o la utilización y perversión del feminismo para atacar a las feministas (aún con la colaboración de feministas engañadas) hasta los confinamientos que, efectivamente, le han venido muy bien para disolver no solo el feminismo sino todos los movimientos sociales que estaban en la calle. Si no lo evitamos, el mundo completará la mutación desde lo que era un polvorín feminista a una factoría de seres semi-robóticos estrechamente controlados; toda una demolición controlada de la civilización.
No podemos saber cuándo llegará otra oportunidad, si es que llega a haberla antes de que la humanidad colapse.
Bibliografía
Susan Faludi. Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna. Anagrama, Barcelona, 1993.
Cruz Leal. «Ni putas ni apaleadas ni tampoco utilizadas». En https://tribunafeminista.org/2019/01/ni-putas-ni-apaleadas-ni-tampoco-utilizadas
Kate Millet. Política sexual. Cátedra, Madrid, 2017.
María Pazos Morán. Contra el Patriarcado. Economía feminista para una sociedad justa y sostenible., Katakrak, Iruñea-Pamplona, 2018
Wilhelm Reich. La revolución sexual y otros escritos. Madrid, Irrecuperables, 2022.
[Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento número 112 de otoño de 2022]