Miquel Amorós. Los amigos de Durruti en la revolución española. Pepitas de Calabaza con la colaboración de la Fundación Anselmo Lorenzo. Logroño, 2022.

Reseña de Chris Ealham

El autor de este libro entiende la importancia de desmitificar y hacer una revisión crítica de la historia libertaria, y lo hace sin apologías. En el siglo XXI, es un deber superar la hagiografía y la nostalgia acrítica para poder entender mejor el pasado. En este sentido el libro de Miquel Amorós es muy bienvenido porque estudia uno de los grupos que más puso en cuestión la línea oficial del movimiento libertario durante el mítico –y tan mitificado– «corto verano de la anarquía». A menos de 15 años del centenario de la revolución española del 36, urge crear nuevos trabajos críticos como este sobre el proceso revolucionario de esa época. Es un tema espinoso para los que, aún en 2023, siguen bebiendo de los viejos mitos de antaño y venerando a los santos cenetistas de los años 30. Se puede entender que durante el largo y duro exilio la vieja militancia desterrada construyese algunos mitos sobre el 36, en parte, como un mecanismo emocional necesario para afrontar las penas prolongadas del exilio. De esa manera, el 19 de julio llegó a ser en una fecha mítica del calendario con su fiesta anual en Toulouse y en otras ciudades o países con una concentración de cenetistas. Esas fiestas eran homenajes a un tiempo cuando todo parecía posible y los revolucionarios del 36 eran los dueños de su historia. Hoy es menos lógico prolongar ese fetichismo del 19 de julio, muestra un nivel de inercia intelectual o mimetismo muy alto, y deja otras fechas julianas y revolucionarias en la sombra. Un ejemplo es el día 21 en Barcelona, cuando los comités revolucionarios empezaron una revolución urbana –con la lucha callejera terminada– ocupando los barrios de las élites, las propiedades de la Iglesia, las oficinas de empresas, los hoteles y los palacios de los ricos; o el 27, cuando miles y miles de obreros y obreras volvieron al trabajo para crear comités de fábrica y control obrero y comenzaron la ola de colectivizaciones más grande en la historia de Europa. Y no hay que olvidar que el calendario revolucionario es diferente a lo largo de la zona republicana, algo que no está siempre reconocido en cierta literatura memorialista que peca de un barcelonacentrismo exagerado.

Este libro es un estudio completo que saca del olvido la historia de una Agrupación que nació en el seno de la Columna Durruti en la primavera del 37 entre los milicianos hostiles al decreto de militarización y, de forma general, entre los militantes anarcosindicalistas de base que no aceptaban la ideología frentepopulista de los comités superiores de la CNT-FAI ni la lógica del antifascismo interclasista que ya había traído la entrada en los gobiernos republicanos en Cataluña y el Estado central. No es ninguna sorpresa que Los amigos de Durruti surgieran en la primavera fría del 37, entre la escasez de comestibles, la erosión por parte de las autoridades republicanas de lo que quedaba de la revolución del verano anterior, la extensión del poder estatal sobre las colectivizaciones en las ciudades y en el campo y, sobre todo, la política de desarme de las milicias obreras en la retaguardia. Es un libro importante que nos permite ver el proceso revolucionario/contrarrevolucionario desde una óptica diferente al discurso acrítico –levantará ampollas entre los nostálgicos que ignoran que, para los comités superiores de la CNT-FAI, el 36 fue el año frentepopulista por excelencia. De esa manera, el libro deja claro que las semillas del retroceso de la revolución se encuentran justo en la revolución hecha a medias de julio, en esas jornadas supuestamente «gloriosas» por la irrupción de obreros armados en las calles. Pero hay que ir más allá de las apariencias para ver que, a pesar del triunfo en la calle, en los pasillos del poder los comités superiores de la CNT-FAI estaban pactando la continuidad de una línea frentepopulista que los llevó a entrar en las instituciones del Estado republicano.

Es también importante este libro porque, a pesar de los estudios anteriores de Frank Mintz y Miguel Peciña, Agustín Guillamón y el mismo Amorós sobre la Agrupación, en tantas historias de la guerra civil, e incluso estudios sobre el cenetismo, se dedican como mucho unas líneas a Los amigos de Durruti. También es común descartar a la Agrupación por ser poco más que una anécdota o un detalle debido a su escasa fuerza numérica –lo más probable es que nunca superase los 5.000 militantes. Sin embargo, su influencia iba mucho más lejos dentro de las milicias donde se fraguaron y en las barricadas barcelonesas de mayo del mismo año. Por otra parte, no podemos quedarnos en los números si queremos entender su importancia y significado. Mientras la CNT era un coloso, tal y como puntualizaba el mensaje de Los amigos de Durruti, la central anarcosindicalista carecía de teoría revolucionaria, y esto la convertía en un tigre manso, hipotecado al frentepopulismo, burocratizado, atado a las instituciones republicanas, igual que la FAI, que se convirtió en un partido político más del Frente Popular, mientras las Juventudes Libertarias funcionaron como poco menos que un apéndice de los comités superiores. Globalmente, la CNT-FAI-FIJL era una trinidad organizativa que había renunciado a su pasado militante y revolucionario.

En cambio, Los amigos de Durruti, una «efímera minoría de descontentos» en la opinión de Juan García Oliver, nadaba contra el corriente: su programa hablaba de la necesidad de frenar la contrarrevolución y conseguir una «segunda revolución». Abiertamente, defendían una concepción de poder revolucionario –una junta revolucionaria de obreros, campesinos y soldados– una fórmula que tenía un apoyo muy minoritario en círculos cenetistas, aunque no era completamente desconocida porque, en 1931, Alfonso de Miguel, antiguo militante del grupo «Los solidarios» y, curiosamente, íntimo compañero de lucha de García Oliver, sacó un folleto «Todo el poder a los sindicatos» en que defendía una «dictadura sindical» respaldada por «un ejército revolucionario».

La importancia histórica de Los amigos de Durruti se encuentra en esa defensa de una nueva perspectiva de poder revolucionario basado en una administración local controlada por los sindicatos, el «control absoluto del orden público por la clase trabajadora» y «una justicia proletaria», según uno de sus comunicados. También su legado es la agilidad de su crítica de la CNT y los defectos de un sindicato de lucha tenía muchos combatientes pero que «estaba huérfana de teoría revolucionaria». Esa crítica era del presente y del pasado cenetista. Así Los amigos de Durruti comentaba que en la CNT existía «mucho lirismo» –una referencia a la utopía ruralista expresada en el Congreso de Zaragoza dos meses antes de la revolución colectivista urbana y rural– pero que faltaba «un programa concreto», «no sabíamos adonde íbamos» y, por ese motivo, «entregamos la revolución en bandeja a la burguesía y a los marxistas» en la guerra. A pesar de que habían surgido de la tradición anarcosindicalista y, concretamente, de las milicias libertarias, los comités superiores les identificaba con el marxismo, una forma de desprestigiar a esos luchadores con ideas, un discurso que incluso influía a disidentes radicales como José Peirats. Este libro reclama la posición de Los amigos de Durruti en la historia revolucionaria española.

El momento clave para Los amigos de Durruti vino con los muy conocidos «hechos de mayo», cuando los Comités de defensa barceloneses –cansados de tanta provocación desde arriba, de los defensores del Estado republicano y de los comités superiores de la CNT-FAI-FIJL– construyeron barricadas y, efectivamente, llegaron a ser los dueños de las calles de la ciudad, como en el julio anterior. Según Los amigos de Durruti, mayo constituyó una victoria callejera pero una derrota política, debido a la traición de los comités superiores. Al final, dos de los ministros anarquistas llegaron a Barcelona para negociar la rendición de las barricadas –primero García Oliver, y después Federica Montseny – Los amigos de Durruti se rebelaron contra las ordenes de los emisarios del Estado republicano, igual que no se doblegaron ante la presión de los líderes del movimiento libertario: el 5 de mayo pidieron a los insurrectos que se quedaran en las barricadas. Los comités superiores nunca perdonaron esa actitud rebelde ni su disposición a buscar una alianza con el comunismo de izquierda para canalizar las energías armadas de las calles barcelonesas. Los amigos de Durruti terminaron siendo perseguidos por sus antiguos compañeros, expulsados de la CNT y silenciados durante sus dos años de existencia, incluso cuando reconstruyeron la Agrupación en los campos de concentración franceses después de la guerra.

Ya hace 20 años Amorós publicó un estudio más enfocado en la figura de Jaume Balius, que también incluye un estudio preliminar de Los amigos de Durruti. Aquí se centra mucho más en la Agrupación, es un trabajo más cocido y maduro y, quizás, más crítico con la política cenetista –por ejemplo, enfatiza las similitudes con el frentepopulismo anarcosindicalista y lo de los enemigos implacables de la revolución (los republicanos y los estalinistas). Es un análisis cuidadoso y rigoroso de la evolución de Los amigos de Durruti y de su pensamiento –reproduce muchos documentos que nos permiten ver, sin filtros, las ideas principales del grupo. Es un buen trabajo de investigación, aunque la ausencia de una bibliografía dificulta ver las fuentes consultadas, algo que es una debilidad, en mi opinión, igual que la falta de un índice que permitiría al lector una navegación más cómoda. Dicho todo esto, es una edición elegante y una contribución positiva y necesaria a la historia de la revolución española.

[Este artículo se publicó en el Libre Pensamiento nº 113, Primavera 2023]