Salud mental, feminismo y sindicalismo

Yolanda Toral – CGT Granada.

Recientemente la salud mental ha irrumpido en los debates públicos y privados y ha acaparado una parte central en los discursos políticos y mediáticos, revelándose como un problema antes desatendido e incluso ocultado, que por su gravedad y alcance requiere una nueva perspectiva en busca de sus causas y posibles soluciones. Sin embargo, la visión proyectada desde los medios de comunicación y otras instancias no es neutral; a menudo está impregnada de una profunda ideología sexista y neoliberal.

Los medios de comunicación, como bien sabemos, juegan un papel esencial en la formación y orientación de las opiniones y modos de pensamiento que configuran nuestra visión del mundo, dejando una profunda huella en el imaginario colectivo. Por eso, través de ellos, podemos desentrañar la construcción mental que predomina en gran parte de la opinión pública sobre la salud mental.

Una idea central muy recurrente en los medios consultados es que, en España ha habido un notable aumento en los diagnósticos de problemas de salud mental, especialmente en casos de Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG) y depresión. Este incremento es particularmente evidente entre las personas jóvenes (con un aumento del 15,9 % desde la pandemia de COVID-19 en 2020) y en mujeres (25,5 % de diagnósticos en comparación con el 15,6 % en hombres).

Este aumento, según esas fuentes, se atribuye a una menor tolerancia en los tiempos actuales ante la frustración y las emociones negativas, como la rabia, el sufrimiento y la pena. Esta situación conduce a una tendencia a la medicalización, en la que se busca alivio a través de los psicofármacos. A ello se suma una creciente atención y sensibilidad social hacia la salud mental, una mayor disponibilidad de información y la expansión de los criterios diagnósticos del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM por sus siglas en inglés). Además, las campañas de concienciación sobre salud mental han desempeñado también un papel crucial en esta dinámica.

El incremento de los trastornos de salud mental en la juventud puede atribuirse a diversos factores. Entre ellos se destacan el estrés académico, el acoso escolar y el uso excesivo de redes sociales, que han sido vinculadas con niveles más altos de ansiedad y depresión. A eso se ha sumado la pandemia de COVID-19, que ha contribuido a agravar aún más estos problemas a causa del aislamiento social, la incertidumbre y la alteración de las rutinas cotidianas.

Los motivos que se aducen para explicar la prevalencia de problemas psicológicos en mujeres se basan en que son más propensas a sufrir depresión, ansiedad o insomnio, en parte debido a las fluctuaciones hormonales. Además, existe un sesgo sexista en el diagnóstico que sobre representa las respuestas de las mujeres cuando expresan emociones como la ira, la rabia o la frustración, consideradas no típicamente femeninas. Por otro lado, las mujeres tienden a buscar ayuda con más frecuencia, lo que también puede contribuir a un mayor número de diagnósticos.

Pasando por alto los prejuicios y estereotipos sexistas presentes en algunos de esos relatos mediáticos, es importante señalar que en bastantes menos veces se analiza que las causas más significativas de los problemas de salud mental en la juventud son estructurales. La falta de expectativas vitales y laborales, especialmente en un contexto económico, social y político depredador y de «sálvese quien pueda», marcado por el desempleo y la precariedad laboral, además de un acceso desigual a la educación y la formación, tiene un impacto notable en la salud mental de los jóvenes. Esto se manifiesta en una especie de desesperanza respecto al futuro, una marca generacional en buena parte de nuestra juventud.

Tampoco se suele mencionar en estos análisis, en los que la salud mental se contempla como una patología de índole individual y particular, que los contextos vitales, laborales y sociales de las mujeres están marcados por una cada vez más profunda feminización de la pobreza, y por una realidad donde la violencia sexual, política y económica es el pan de cada día. Para las mujeres, la división sexual del trabajo tiene un efecto directo en su salud ya que el capitalismo depredador no solo se aprovecha de la plusvalía del trabajo remunerado de los trabajadores y trabajadoras, sino que también se sostiene con el tiempo del trabajo gratuito e invisible de cuidados que realizan las mujeres. Esta división resulta en que las mujeres soporten casi exclusivamente el peso de los trabajos de cuidados, tanto los que se realizan «por amor» como los remunerados, los llamados feminizados, que por serlo son los peor valorados, menos prestigiosos y peor pagados. Este trabajo del cuidado, esencial para la producción y reproducción de la vida desgasta gravemente física y emocionalmente a las mujeres, lo cual incita a una profunda reflexión acerca del efecto que en nuestra salud y en nuestros malestares psicológicos provoca.

La Plataforma Laboral de Escuelas Infantiles en la movilización en defensa de la escuela pública. Madrid, 25 de septiembre de 2024

Sin embargo, paralelamente a estos discursos, están emergiendo también otros en medios alternativos e informes que abordan la salud mental desde una perspectiva más social y comunitaria. Desde esta visión se evidencia el hecho de que los contextos adversos, las desigualdades y la precariedad tienen un impacto decisivo en la salud mental. Sin menospreciar el valor de la psicoterapia para aliviar el dolor individual, sugieren alejarnos de la concepción del sufrimiento como una patología personal y buscar cambios estructurales desde una visión colectiva, lo cual requiere soluciones colectivas. Proponen potenciar las redes comunitarias y mejorar las condiciones sociales y laborales. Se habla en concreto de cómo las organizaciones sindicales pueden ser un factor protector de la salud mental al proporcionar apoyo social, defender los derechos laborales, ofrecer recursos y servicios, y promover la participación y el empoderamiento de los trabajadores y las trabajadoras.

Este nuevo enfoque destaca el valor benefactor de las organizaciones que trabajan a través del apoyo mutuo y en defensa de los derechos colectivos para la salud mental y nos propone considerarla no solo como una cuestión personal, sino como un reflejo de nuestras circunstancias compartidas. Nos invita a mirar más allá de las paredes de la consulta terapéutica y a reconocer que la verdadera sanación surge cuando transformamos el entramado social que sostiene nuestras vidas.

Un ejemplo de esas narrativas emergentes lo podemos encontrar en un artículo con el título “La ONU señala el sindicalismo como “fundamental” para la salud mental” incluido en el periódico El Salto el 22 de abril del 2023 , que da cuenta del último informe del relator especial para la salud de la ONU afirmando que las medidas para combatir la desigualdad son más efectivas para promover la salud mental que las terapias medicinales. Y es que, con frecuencia, se ignora que el contexto social y laboral no es simplemente parte del problema, sino que constituye el problema en sí mismo.

El informe de la ONU subraya la imprescindible relevancia del sindicalismo en el cuidado del bienestar mental, destacando su papel fundamental en la promoción de un entorno laboral equitativo y en la salvaguardia de los derechos laborales. Enfatiza que la unión y la acción colectiva a través de los sindicatos aportan de manera significativa al bienestar emocional y psicológico de los trabajadores y trabajadoras.

El reporte del Relator Especial de la ONU sobre salud resalta que condiciones laborales injustas, la inseguridad financiera y la carencia de amparo social son elementos que inciden negativamente en la salud mental. Por el contrario, la adhesión a sindicatos y la lucha por mejores condiciones laborales pueden atenuar estos efectos perjudiciales, proporcionando un respaldo y protección a los trabajadores y trabajadoras.

Además, el informe censura la inclinación a medicalizar el malestar laboral, argumentando que abordar las raíces estructurales de la desigualdad y la discriminación en el ámbito laboral es más eficaz para mejorar la salud mental que el uso excesivo de psicofármacos. La política de austeridad económica y las medidas que acrecientan la disparidad se consideran nocivas para el bienestar emocional, incrementando los niveles de ansiedad e incertidumbre.

En síntesis, la ONU sostiene que el sindicalismo no solo constituye una herramienta para mejorar las condiciones materiales de las personas trabajadoras, sino que también es una estrategia esencial para fomentar una salud mental óptima en la población laboral.

Así mismo, los sindicatos se perfilan como una herramienta colectiva esencial e insustituible para asegurar y proteger el derecho de las mujeres a vivir libres de violencias en espacios públicos y privados, ya que existe una conexión estrecha entre la prevención de la violencia sexual, el empleo digno y la protección sindical. Se ha observado, por ejemplo, que las mujeres empleadas suelen estar mejor protegidas frente a la violencia de género en los lugares de trabajo donde hay presencia sindical, mientras que, por el contrario, esta violencia se intensifica en entornos laborales sin protección sindical o con acceso limitado a los derechos laborales y sindicales, como es el caso de las trabajadoras domésticas y migrantes.

Como conclusión y a modo de resumen diré que, desde una mirada feminista y de clase de la salud mental, es esencial reconocer que la situación de violencia y discriminación y, sobre todo, el injusto y desequilibrado reparto en el uso del tiempo para los cuidados enfrentados por las mujeres se arraigan en estructuras profundamente injustas, como la división sexual del trabajo, y que esta división no solo limita las oportunidades y el potencial de las mujeres en el ámbito personal y laboral, sino que también impacta negativamente en su bienestar psicológico.

Hay que garantizar, por tanto, a corto y medio plazo, el acceso a los servicios de salud mental de calidad y culturalmente sensibles, al mismo tiempo que se fomentan condiciones laborales justas y flexibles que permitan un equilibrio saludable entre el trabajo remunerado y las responsabilidades personales más allá de las diferencias sexuales. Pero es básico y fundamental que nuestras reivindicaciones de largo alcance se orienten hacia la conquista del tiempo no mercantilizado compartido entre hombres y mujeres y entre distintas generaciones para promover espacios de cuidados compartidos.

Y sobre todo hay que rescatar la consigna feminista de “lo personal es político”. Hay que politizar el malestar y el dolor emocional virando desde lo exclusivamente personal hacia el debate comunitario desde una perspectiva feminista y de clase. Porque, en definitiva, la creación de un entorno más equitativo y solidario promueve la salud mental y el bienestar en todas sus dimensiones. Al desafiar y transformar estas estructuras, no solo estamos mejorando la salud mental individual y colectiva, sino que también estamos contribuyendo a crear un mundo más justo y equitativo para todos y todas.Bibliografia ecomendada

Movilización por el derecho a la vivienda. Madrid, 13 de octubre 2024

Bibliografía

Marta Carmona y Javier Padilla. Malestamos. Capitán Swing, 2022

Mari Ángeles Durán. La riqueza invisible del cuidado. Universidad de Valencia 2018

Amador Fernández Savater. “Una fuerza vulnerable: el malestar como energía de transformación social”. Eldiario.es, 27 de enero de 2017

“Sindicatos y Salud Mental en el Trabajo: Una Revisión de la Literatura” Trabajo y Salud, 2019,

Organización Internacional del Trabajo (OIT). El Papel de los Sindicatos en la Promoción de la Salud Mental de los Trabajadores Migrantes, 2020.  

“La Influencia de la Participación Sindical en la Salud Mental de los Trabajadores: Un Estudio Longitudinal en el Sector de la Construcción.” Salud Pública, 2017

Este artículo se publicó en Libre Pensamiento n º 119, otoño 2024.