La salud mental se ha convertido en la coartada individualizada a situaciones sociales injustas. Asimismo, la psiquiatrización de la vida cotidiana favorece un proceso se aculturación en el cual el dolor y el sufrimiento son sacados del contexto de la vida del individuo, de su entorno social y son reinterpretados para reconducirlos como problemas los que corresponde una respuesta técnica sanitaria.
Las causas del malestar se normalizan otorgando un diagnóstico y una terapia de tratamiento, normalmente farmacológica.
Cuando los científicos analizan el agua del grifo de los países occidentales, encuentran una cantidad extraordinaria de antidepresivos. El consumo es tan elevado que es imposible eliminarlos del consumo diario con los filtros existentes. Somos consumidores de ansiolíticos queramos o no.
El imperio de la farmaindustria es de tal magnitud que toda denominación de salud mental – que evoca imágenes de escáneres cerebrales y conexiones defectuosas entre neuronas – está rodeada de una formulación científica porque les interesa tener el control sobre una cuestión que debería denominarse en la mayoría de los casos salud emocional.
El sociólogo Bryan S. Turner definió, con mucha perspicacia y refiriéndose a la medicina moderna, lo que podría ser una radiografía del sistema sanitario reflejando una imagen de una sociedad construida por y para el interés de los gestores e ideólogos del pensamiento único:
1. La enfermedad es un lenguaje
2. El cuerpo es una representación.
3. La medicina es una práctica política.
Voltaire atinó sobremanera cuando situó el oficio de aquellos que se dedican a gestionar nuestras vidas y decidir quién puede vivir y quién debe morir cuando escribió que la política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria.
Antes de entrar en materia es necesario mencionar determinadas miradas y referencias para poder asaltar un asunto tan delicado como es el concepto de salud mental; existen desde el punto de vista sociológico tres herramientas fundamentales para la formación de masas, de sus opiniones y percepciones y de socialización de las personas para realizar de ella un constructo que sea útil para el sistema. Una buena metáfora es la de la persona como un ladrillo que conforma un muro – Pink Floyd-, a saber:
- La familia – con diferentes influencias y múltiples formas: monoparentales, nucleares, trans, gais, lesbianas… etc.;
- los pares o personas de la misma generación -definitorias desde los gremios, las religiones, las tribus urbanas o las sociedades cosmopolitas o campesinas-;
- los mass media – incluidas las tecnologías de la información, hoy de una importancia incalculable-.
Esas influencias convertidas en herramientas que se encuentran al servicio de unos intereses que nada tienen que ver con el bienestar común tienen un impacto crucial en la salud mental. Peor es que los discursos infames se hagan propios sobre la base de ese tridente; Joseph Pulitzer escribió que, con el tiempo, una prensa cínica, mercenaria, demagógica y corrupta formaría un público tan vil como ella misma.
Antonio Gramsci en 1917 desarrolló el concepto de hegemonía para hacer referencia a un orden social estratificado (con clases sociales) en el que los subordinados acatan la dominación al interiorizar los valores de sus gobernantes y aceptar la «naturalidad» de la dominación (tal es la forma en la que han de ser las cosas) y con toda “naturalidad” se clasifican las enfermedades de la conducta y del pensamiento como inapropiadas o poco deseables.
Pierre Bourdieu en 1977 afirmó que todo orden social trata de hacer que su propia arbitrariedad (incluyendo mecanismos de control y opresión) parezcan naturales.
Tanto Bourdieu como Michel Foucault en 1979 argumentaron que es más fácil y efectivo dominar a la gente en sus mentes que tratar de controlar sus cuerpos.
Asimismo, en El libro de los abrazos, Eduardo Galeano explicó con sencillez cómo se mutila el libre albedrío y el derecho a pensar en libertad en ese proceso de formación social y explicaba que el colonialismo visible mutila sin disimulo: prohíbe decir, prohíbe hacer, prohíbe ser y el colonialismo invisible, en cambio, convence de que la servidumbre es el destino y la impotencia nuestra naturaleza: convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se puede ser.
Por lo tanto, la obediencia es obligada y la desobediencia se castiga con severidad, con violencia e incluso con la muerte. Todo ello, bajo un velo de legalidad y un marco normativo estrechamente calculado para exterminar cualquier atisbo de disidencia. Porque el poder no se tiene, el poder se ejerce como bien demostró Foucault en su obra Vigilar y Castigar.
Dicho esto, podemos poner negro sobre blanco las causas- que no todas- dentro de este marco de control férreo por parte del sistema que nos gobierna y, como consecuencia la calificación normalizada del modelo biopsicomédico imperante, que producen desequilibrios. Si nos centramos en la depresión y la ansiedad como enfermedades más comunes y tratadas en la actualidad, una de sus principales causas es la realización de un trabajo (generalmente un empleo) carente de sentido, que produce una alienación significativa: según una encuesta de Gallup de 2017, el 85% de los trabajadores en todo el mundo admite que su trabajo no les satisface y no se sienten comprometidos ni identificados con el mismo.
Otras causas son la inconexión con los otros, la soledad en una sociedad en la cual lo colectivo y el apoyo mutuo ha sido sustituido por intereses basados en el consumo y la masa gregaria y el individualismo visceral, lo cual produce graves efectos en la salud como ansiedad, baja autoestima, pesimismo y temor a ser rechazados por las demás. Además, debemos considerar que los vínculos sociales son más un flujo que una situación estática; el abandono con ciertos valores como la solidaridad, el sentido comunitario, la empatía, y el compromiso con los demás sustituidos por la acumulación de cosas y la posesión de un estatus social
Por otro lado, también tienen su relevancia la huida de los traumas de la infancia que llevan a tomar conductas autodestructivas como el tabaquismo, la obesidad o el consumo de todo tipo de drogas; la ruptura con el estatus social y el respeto de los otros que lleva a un estrés continuo si la posición en la jerarquía es baja siendo proporcional a ese estatus o este se encuentra en amenazado; la separación con el mundo natural del que hemos sido desarraigados por un sistema artificial. Desde hace tempo se sabe que los problemas de salud mental- incluso algunos tan severos como la psicosis y la esquizofrenia – se agudizan en zonas de alta concentración de la población como los núcleos urbanos de las ciudades se agudizan; la ausencia de un futuro esperanzador o seguro porque si nos arrebatan el futuro el dolor puede ser profundo y desesperanzador – las contrataciones temporales saltando de un empleo a otro, las relaciones sociales vacías, las relaciones impersonales, la inadecuación a un mundo que marcha cada vez a más velocidad, la inmediatez y la sensación continuada de un futuro incierto, entre otros-; la causa real de los genes y los cambios químicos en el cerebro y aquí es importante hablar de los últimos descubrimientos sobre la neuroplasticidad como la tendencia del cerebro a seguir reestructurándose a sí mismo según la experiencia y sin descanso está cambiando su fisiología por lo que ha quedado caduco el hecho de señalar las enfermedades de la salud mental como inamovibles según el desarrollo de las zonas cerebrales.
Todo lo anterior nos lleva a plantear desde la psicología crítica o social los malestares de la actualidad, ya devenidos de antes productos de la precarización generalizada de la vida y de la individualización brutal, una equívoca gestión terapéutica del sufrimiento y una alternativa a la medicalización extensiva de la vida social y a la salvaje presencia de la farmaindustria en la trasversalidad de las relaciones. Asimismo, planteamos la necesidad de otras formas de transformación del malestar en un contexto de sufrimiento y de sociedad-red, denunciamos la psicologización e individualización de las llamadas enfermedades mentales como formas de despolitizar y de substraer el sufrimiento a las relaciones sociales y desviar y plantear alternativas hacia formas más saludables, y evitar así la victimización de las personas afectadas.
Bibliografía
Berardi, Franco, Bifo, “Patologías de la hiperexpresión”, Revista Archipiélago nº76, Psicología crítica, entre el malestar íntimo y la miseria social, 2007.
Johann Hari. Conexiones perdidas, causas reales y soluciones inesperadas para la depresión. Capitán Swing, 2020.
Tim Kasser. El alto precio del materialismo. Descontrol, 2024
Robert M. Sapolsky, Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos. Capitán Swing, 2020.
Este artículo se publicó en Libre Pensamiento n º 119, otoño 2024.